Apicultura
La extracción de los marcos con abejas, una de las tareas dentro de la apicultura.
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Durante años, la empresa familiar funcionó bajo el nombre Majiya, formado con las iniciales de los cinco hermanos. Hoy, Ignacio y Mariano trabajan de forma independiente, compartiendo la infraestructura heredada. “Mi papá había hecho su propia sala de extracción. Nosotros la seguimos usando. Somos jefes y empleados a la vez, porque contratar mano de obra permanente es difícil por los costos”, cuenta Ignacio.
Los hermanos recuerdan aquellas primeras jornadas en el campo junto a su padre, cuando la apicultura era casi un juego y una escuela al mismo tiempo. “mi papá nos inculcó la cultura del trabajo. Si queríamos comprarnos algo, sabíamos que teníamos que darle una mano y ganarnos nuestra plata”, dice Ignacio.
Y todavía puede verse allí, en un recuerdo nostálgico, entre colmenas y humo: “Me acuerdo que habré tenido diez o doce años y lo ayudaba con el ahumador, que sirve para calmar a las abejas. También acarreábamos marcos con miel o poníamos las alzas melarias. Eran tareas sencillas, pero formaban parte del trabajo, y de a poco fuimos aprendiendo el oficio sin darnos cuenta”.
El mercado de la miel: precios estancados
Mendoza no tiene un consumo interno relevante de miel, por lo que la mayor parte de la producción se comercializa a granel. Los pequeños y medianos apicultores dependen de acopiadores que concentran la compra y exportan el producto. “Vendemos a un acopiador que le compra a muchos productores del país y ellos lo exportan. Se maneja con un precio internacional al ser un commodity, como la soja o el maíz”, explica Ignacio.
El valor de venta se ha mantenido sin grandes variaciones en los últimos años, a diferencia de los costos. “El precio de la miel se ha mantenido bastante estancado. Si bien hay pequeñas subas, no se comparan con lo que suben los insumos. No te fundís, pero tampoco creces de manera exponencial”, sostiene.
El aumento del precio de los materiales (cera, azúcar, alzas, combustible) y la falta de políticas específicas impactan directamente sobre los márgenes de rentabilidad. Por eso, muchos apicultores optan por mantener la actividad como complemento de otros ingresos. “En época de cosecha solemos contratar un par de chicos, pero la mayor parte del trabajo la hacemos entre mi hermano y yo”, detalla.
“La miel fraccionada no tiene un mercado interno tan desarrollado o demandante. En Argentina no hay una cultura de consumo de miel. Por eso terminamos vendiendo todo a granel”, agrega Ignacio. La producción, además, está sujeta a factores que los productores no controlan, como el clima y las variaciones del mercado. “En un año podés producir 25 o 30 kilos por colmena, y al siguiente apenas cinco. O te cambian el valor y todo el esfuerzo se licúa”, resume el productor.
Como cualquier producción agrícola, los riesgos de la apicultura
El rendimiento de una colmena depende del mercado, pero sobre todo de las condiciones ambientales. En zonas áridas como el Valle de Uco, el régimen de lluvias y las temperaturas marcan la diferencia entre un año productivo y otro de pérdidas. “El clima es fundamental. Hay años más secos que otros. Sobre todo en Mendoza, donde hay zonas que producen la flor del campo, de la que extraemos la miel. Hay años que florecen más y otros menos”, menciona el joven productor.
Las lluvias son un factor determinante, al igual que las heladas tardías. “Cada vez que llueve es un alivio, un agradecimiento. Cuando llueve mucho, florece el campo natural y eso nos mejora la producción”, agrega Vicente.
Apicultura
Las abejas forman un enjambre compacto para proteger a la reina y regular la temperatura del grupo. Es una de las expresiones más visibles de su organización colectiva.
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Durante la temporada de primavera y verano, los hermanos trasladan sus colmenas en busca de floraciones que garanticen volumen de producción. “Las llevamos a lugares donde sabemos que van a producir miel. Ahora viene la temporada del chañar y la jarilla. Después, más llegado diciembre, las llevamos a Paredita y Chilecito (San Carlos) por la floración del orégano. Como el orégano se riega, ahí no dependemos de la lluvia”.
Sin embargo, la concentración de colmenas -sobrepoblación de abejas- en zonas específicas genera nuevos desafíos. “Todos los apicultores de Mendoza llevan colmenas ahí, entonces hay un poco de superpoblación también. Es parte del juego: buscar el equilibrio entre producción y entorno”.
Los traslados implican largas jornadas nocturnas y trabajo físico intenso. “Se hacen de noche, cuando las abejas están adentro. Cargamos al atardecer, tipo ocho de la noche, y descargamos a las cinco y media de la mañana. Además de ser más seguro, evitamos que salgan las abejas y puedan picar a la gente.”
Un oficio que se sostiene
Hoy, los hermanos mantienen el esquema productivo con algunos ajustes. Ignacio combina la apicultura con la docencia artística y la cerámica; Mariano, con su trabajo como veterinario. “Nuestro fuerte es la producción de miel y la polinización de frutales. En temporada dedicamos medio día a la actividad y el resto a nuestras otras tareas. Lo bueno de la apicultura, dentro de lo sacrificado que es, es que el invierno te da un respiro”, cuenta Ignacio.
La apicultura, a diferencia de otras producciones agrícolas, mantiene una relación directa con el ambiente. Las abejas son esenciales para la polinización de cultivos y la preservación de los ecosistemas. “En Mendoza la apicultura se mantiene, pero no ha tenido un crecimiento sostenido. El cambio climático, el uso de agroquímicos y los costos de traslado también afectan la rentabilidad. Es una actividad que aporta al ambiente y a la producción frutícola, pero que muchas veces no se ve ni se valora”, dice Vicente.
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"Otro día en la oficina", vista desde la ventana laboral de los hermanos Vicente.
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El carácter itinerante de la apicultura mendocina también se refleja en la rutina de los hermanos Vicente. Trasladan sus colmenas de noche, cuando las abejas descansan, y las descargan al amanecer en distintos puntos del Valle de Uco. Durante la temporada de floración, los viajes hacia La Carrera y Tupungato se vuelven parte del calendario natural.
“Amanecer en una finca, ver el volcán mientras descargás las colmenas, te hace pensar que todo ese sacrificio tiene sentido. Producimos un alimento natural y colaboramos con el medio ambiente. Con mi hermano siempre nos reímos y decimos: ‘otro día en la oficina’. Pero para nosotros, esa oficina es el campo, el aire frío y las abejas empezando su jornada” se gratifica al describir Ignacio.
Una filosofía de vida
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Ignacio Vicente, productor apícola de Colonia Las Rosas, Tunuyán.
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El oficio, además de sostener un ingreso, conserva un valor simbólico y familiar. “Nos da orgullo seguir con la actividad que nos dejó nuestro papá. Él nos enseñó que el trabajo tiene valor por lo que genera y por lo que transmite. La apicultura nos conecta con eso: con la paciencia, con el cuidado y con la naturaleza”, afirma Ignacio.
Esa continuidad no está exenta de tensiones. “Hay mucha gente que tiene 10, 20 o 50 colmenas y lo hace como un hobby. Nosotros trabajamos con 900, lo que nos permite vivir un poco de la actividad, pero sigue siendo un emprendimiento chico. Sin políticas de impulso, la apicultura no se expande”.
Su reflexión sintetiza el espíritu del sector. “No todo pasa por lo económico. También pasa por ponerle pasión y ganas al trabajo que uno hace. Es una cuestión filosófica”. E Ignacio concluye: “A veces uno se pregunta si conviene seguir. Pero después ves lo que producís, lo que aportás al entorno, y entendés que hay cosas que van más allá del dinero”.