El 24 de mayo de 1992 pasó inadvertido para muchos: Deportivo Maipú cayó 2 a 0 ante Lanús. El resultado escondía un hecho trascendente: otro ascenso granate y el segundo para Miguel Ángel Russo. Antes, el novel técnico había devuelto al club a Primera y, tras el descenso inmediato, la dirigencia volvió a confiar. Russo respondió: trabajo, serenidad y convicción.
A una fecha del cierre, Lanús venció al elenco Botellero y selló el regreso. "A este club le estaré eternamente agradecido. Luchamos mucho por sentir pertenencia, y hoy eso está logrado", dijo entonces, con apenas cuatro años retirado como jugador por una "maldita rodilla". Ese día, más de 30 mil hinchas colmaron el estadio Ciudad de Lanús y empezaron a forjar una relación con el entrenador que trascendería generaciones.
El 16 de mayo de 1988 había protagonizado su último partido con la casaca de Estudiantes (perdió 2-1 ante Independiente). Sus rodillas ya no aguantaban el esfuerzo. Y como sintió que el fútbol carecía de sentido si no jugaba para el "Pincha" a fin de ese año, Russo corrió de costado al jugador y le dio paso al técnico que abrazó los mismos valores: la tenacidad, el esfuerzo y la entrega.
Miguel Ángel Russo
En cada cancha, siempre fue reconocido por su amabilidad y su "don de gente".
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Russo y un liderazgo a construir
"Me vinieron a tocar el timbre para ofrecerme el cargo. Ocho dirigentes me presentaron a siete jugadores. El panorama era oscuro", recordaba años después sobre su primera experiencia como entrenador. Aquella vez lo marcó: entendió que el liderazgo no se impone, se construye. Desde entonces, su sello fue claro: un equipo debe tener forma, identidad y valores, incluso en la derrota.
Su carrera siguió en Estudiantes de La Plata, donde junto a Eduardo Luján Manera reconstruyó al club tras el descenso del '94. Con una mezcla de juventud y talento —entre ellos, Juan Sebastián Verón, Rubén Capria y Balbo—, devolvió al Pincha a Primera División. Luego, en Universidad de Chile, llevó al equipo hasta las semifinales de la Copa Libertadores 1996, confirmando su capacidad para competir en la élite continental.
Miguel Ángel Russo
La sonrisa de Russo siempre fue su sello distinto. La mantuvo incluso en sus peores momentos.
En 1997 inició una historia de amor con Rosario Central, un vínculo que se transformaría en parte de su identidad. En el Gigante de Arroyito fue más que un entrenador: fue un guía, un referente y, con el tiempo, un símbolo. Con el correr de los años, volvería varias veces, siempre en momentos difíciles, como si el club lo llamara cuando más lo necesitaba. En 2002 asumió con el equipo al borde del descenso y lo transformó en protagonista, llevándolo a los cuartos de final de la Libertadores 2004, donde cayó por penales ante San Paulo.
En 2005 llegó a Vélez Sarsfield, y en su primer torneo, el Clausura, logró su primer título en la máxima categoría. Ese campeonato lo posicionó definitivamente entre los grandes entrenadores del país. Su estilo sobrio, su voz pausada y su mirada tranquila se convirtieron en su marca registrada. Poco después llegó el llamado de Boca Juniors, y con él, la consagración definitiva: la Copa Libertadores 2007, con un Juan Román Riquelme en plenitud y un equipo que jugaba de memoria.
Miguel Ángel Russo
Russo y la Libertadores, su máximo logro a nivel internacional, con un Boca que jugaba de memoria.
Luego vendrían San Lorenzo, Colón, Racing, y una fugaz pero significativa mención en la Selección Argentina: "Me dormí siendo el técnico de la Selección y me desperté con que ya no lo era", contó con su ironía calma, tras la designación de Maradona. Era la síntesis perfecta de su personalidad: aceptar el golpe con dignidad y seguir adelante.
El amor, el principio de todo
En 2012 regresó por tercera vez a Rosario Central. Tomó un plantel golpeado y lo condujo al ascenso. Más tarde pasaría por Vélez Sarsfield, Millonarios, Alianza Lima y Cerro Porteño. En Colombia ganó un título local y, al mismo tiempo, enfrentó el diagnóstico de su enfermedad. "Esto se cura con amor, nada más", dijo entre lágrimas, tras una conferencia en la que se quebró frente a su plantel y los periodistas.
Miguel Ángel Russo
En Millonarios de Colombia, en 2017, llegó el diagnóstico que cambió su vida para siempre.
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En 2020, Boca Juniors lo volvió a llamar y Russo respondió con otro campeonato, ganado en la última fecha, donde compitió con un River que falló en Tucumán, ante el Decano. Fue la noche de la vuelta de Maradona a La Bombonera, como entrenador de Gimnasia, y el 1-0 de Carlos Tevez. Su retorno tuvo algo de justicia poética: dirigir al club con el que había tocado el cielo una década antes, y volver a hacerlo campeón antes del parate por la pandemia. Luego emigró a Arabia Saudita, donde dirigió al Al-Nassr, y dos años más tarde regresó a su segunda casa: Rosario Central, con quien conquistó la Copa de la Liga 2023 frente a Platense.
Russo ya tiene el equipo para la final de la Copa Argentina
Rosario Central fue su segunda casa, donde consiguió un soñado título para la entidad.
Aquel título fue más que una copa: fue el cierre de un círculo perfecto con el club que más lo identificó. Su nombre quedó grabado en las paredes del Gigante de Arroyito y en la memoria de una hinchada que lo consideró uno de los suyos.
Miguel Ángel Russo falleció el miércoles pasado, a los 69 años. Había aprendido, desde aquellos días en Lanús, que el fútbol no se trata solo de ganar, sino de cómo se gana. En cada club que dirigió, dejó una enseñanza: la convicción de que los títulos pasan, pero la forma de alcanzarlos perdura.
El hombre que hizo del estilo una convicción se fue en silencio, sin estridencias, como vivió: con el amor por el fútbol intacto.