La pregunta del millón, la gran incógnita que retumba en cada rincón del pueblo bodeguero: ¿Qué te pasa, Tomba, que no podés ganar en casa?.
Desde su regreso a su estadio, el Tomba no ha ganado. El equipo no juega bien, el rendimiento preocupa y el promedio pesa. Análisis de un ciclo que no arranca y una fe renovada en Ribonetto.
La pregunta del millón, la gran incógnita que retumba en cada rincón del pueblo bodeguero: ¿Qué te pasa, Tomba, que no podés ganar en casa?.
Desde la reinauguración del estadio Feliciano Gambarte, tras 20 años de espera y anhelos, Godoy Cruz ha disputado seis partidos en su renovado templo… y no ha ganado ninguno: perdió 3 empató 3. Lo que prometía ser una fortaleza teñida de historia, pasión y mística, se ha convertido, por el momento, en un escenario de frustración.
El regreso al Gambarte era un grito, un reclamo histórico de sentir el calor del hincha, recuperar la identidad, volver a las raíces. Se soñaba con que los duendes del pasado trajeran consigo la gloria de otros tiempos. Aquella que forjó el camino hacia la Primera División.
Por ese césped pasaron nombres emblemáticos, ídolos que marcaron época y que hoy merecerían más que una simple mención. Hubo fiesta. Reparaciones históricas. Reconocimientos. El regreso de figuras queridas. Cancha llena en cada presentación. Pero el triunfo… el grito de gol con sabor a éxtasis, no aparece.
El equipo cambió de entrenador buscando una reacción. Se apostó a una transformación que encendiera la chispa. Incluso se estuvo a un paso de hacer historia en la Copa Sudamericana. El batacazo era posible, estaba al alcance. ¿Dónde se frustró? En el Gambarte. Otra vez.
No hay una explicación única ni clara. Algunos se animan a hablar de maleficios, de gualichos, personajes "mufas" y toda esa clase de historias. El fútbol argentino, y en general, tiene de eso, donde lo intangible se mezcla con lo racional. Lo místico se instala cuando la lógica no alcanza.
Pero lo concreto también habla, el equipo no juega bien. Y no desde la reinauguración del estadio, sino desde antes. Ni la conducción de Pedernera ni la de Solari lograron darle una identidad sostenida. Con la llegada de Walter Ribonetto hay, quizás, algunos atisbos de mejora. Pero los resultados, por ahora, siguen siendo los mismos.
Da la sensación de que lo trabajado en la semana no se transfiere al partido. La famosa "transferencia" en el mundo deportivo parece ausente. El equipo muestra poco juego asociado, carece de claridad, no tiene sorpresa ni desequilibrio individual. Y si lo tiene, lo ha expuesto en cuenta gotas.
El problema puede ser táctico, técnico, físico... o incluso psicológico. Una espera que desespera para el pueblo tombino, que ya no sabe si mirar al cielo o a la cancha en busca de respuestas.
No, la solución no está en el cosmos ni en las estrellas. Pero tampoco alcanza con lo empírico. La ciencia puede decirnos cómo suceden las cosas, pero no siempre por qué.
Y en este “cómo”, Godoy Cruz no juega bien. No encuentra su juego, ni soltura ni su alma. No transmite. No impone. Y en ese vacío, por ahora, no hay mística que lo salve.
Ribonetto llegó en medio del desconcierto, sin promesas desmesuradas pero con una idea clara: trabajo.
Y si bien el impacto inicial no fue inmediato, su mano empieza a notarse. El equipo insinúa una búsqueda, al menos desde lo táctico y la actitud. Y eso, en un contexto donde el promedio también mete presión, puede ser el punto de partida.
Porque además de recuperar el juego, Godoy Cruz necesita sumar. Alejarse de cualquier amenaza de descenso. Reconstruirse. Volver a creer.
Y en ese camino, el voto de confianza va para Tino Ribonetto. Porque en un fútbol donde todo se quema rápido, bancar un proceso serio puede ser el verdadero camino para que el Gambarte vuelva a ser una fortaleza... y el Tomba, un equipo ganador.