Boxeo: "Yoni" Barros, entre golpes que marcaron y sueños que persisten
El ex campeón mundial pluma transformó cada golpe en aprendizaje y hoy comparte su legado con quienes sueñan como él. Guía a las nuevas generaciones en los gimnasios Nicolino Locche, Mendoza de Regatas y Gimnasia y Esgrima
Entre sus pupilo, el ex campeón mundial pluma, tiene a su hijo Axel quien debutó entre los amateurs hace un par de meses.
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Yoni y Cotón trabajan juntos en la formación de boxeadores y en el boxeo recreativo en los clubes Regatas y Gimnasia y Esgrima.
Diciembre vuelve cada año a encender la memoria del boxeo mendocino. Desde aquel combate legendario en Tokio, cuando Nicolino Locche conquistó en 1968el segundo título mundial para la provincia, este mes quedó marcado por historias que nacen abajo del ring: golpes invisibles, heridas que no salen en las tarjetas y peleadores que encuentran en los guantes una salida posible. Entre esas historias, la de Jonathan “Yoni” Barros, campeón mundial pluma de la AMB, emerge como un recordatorio de que el boxeo, lejos de ser solo un deporte, es también un refugio, un destino y, muchas veces, una salvación.
A 15 años de aquella noche del 4 de diciembre, cuando Barros se consagró campeón mundial en el estadio Polimeni de Las Heras al derrotar por nocaut en el séptimo round al panameño Irving Berry,el recuerdo sigue intacto. Una noche que todavía hoy lo sacude por dentro.
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La noche del 4 de diciembre de 2010, frente a un colmado estadio Vicente Polimeni, Yoni se consagró campeón mundial pluma de la AMB al vencer por nocaut técnico al panameño Irwing Berry.
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Golpes que marcan la vida
En el boxeo, la mayoría de las veces, los golpes más duros no son los que se reciben arriba del ring, sino los que se encajan en la vida: los que desvían caminos y condicionan destinos. Lo repetía uno de los grandes boxeadores argentinos, además de poeta y cantante: Sergio Víctor Palma. Un hombre reflexivo, marcado por una infancia de extrema pobreza en su Chaco natal, que encontró en el boxeo -fue campeón mundial supergallo- y en los libros un salvapantallas frente a las dificultades.
Jonathan Barros es uno de esos ejemplos, con el boxeo como trampolín hacia otra vida.“El Yoni”, como todos lo conocen, tuvo una infancia compleja en el barrio Lihué, en las inmediaciones de Pedro Molina. “Podría haber terminado preso o metido en algún bando narco por las cosas que viví de chico y que me rodeaban en el barrio”, recuerda Barros.
Desde muy chico sufrió el abandono de su madre, a quien volvió a ver quince años después, y más tarde el de su padre, que formó otra familia. Apenas entrando en la adolescencia, cuando soñaba con ser “el capo de la zona”, su vida dio un vuelco inesperado y, de un día para otro dejó de ser solo hermano para convertirse también en padre y sostén de su familia. Entre los 15 y 16 años, era hijo, hermano y padre a la vez.
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Yoni y Cotón atienden el rincón de Axel Barros, quien hizo un gran debut entre los aficionados.
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El camino al título
“Tenía que trabajar y entrenar. Tenía que pagar el alquiler, era padre-hermano, tenía muchas responsabilidades dando vueltas en la cabeza”, recuerda Barros. Pocos días antes del título, su hermana recién mamá debió ser operada de urgencia por pancreatitis. “Tuve que cuidar al bebé recién nacido, comprarle la leche en la farmacia… Fue duro. Dos noches antes de la pelea le dieron el alta. Fue una bendición del Señor. Ellos contaban conmigo y yo tenía que estar al pie del cañón”, añade con alivio.
Aquella noche en el Polimeni fue inolvidable: “Estaba mi mamá, a quien no veía desde los siete años, junto a mis hermanos, mis amigos y vecinos de la infancia. También estaba mi hijo Axel, que tenía tres años. Fue maravilloso, no solo conseguí el título, sino que sentía que estaba empezando a cambiar mi historia… Te cuento esto y se me pone la piel de gallina... Me emociona. Fue una noche hermosa”, dice Barros, hoy con 41 años.
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Jonathan Barros junto a uno de los grupos que dirige en el boxeo recreativo.
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Una infancia difícil y el gimnasio como salvación
Callejero, impulsivo y acostumbrado a pelearse, su llegada al gimnasio de Balbino Soria le abrió sin saberlo una puerta distinta. Tras trabajar en la construcción, se subía a la bicicleta y pedaleaba hasta el gimnasio. Entre bolsas, guantes y el ring, descubrió un mundo nuevo que lo alejaba de la hostilidad del barrio.
“Balbino fue quien me mostró el camino. Me enseñó respeto, disciplina… Siempre me decía: "Yoni, usted va a ser campeón; entrene, no falte, cuídese". Fue la persona que me dio las llaves para salir adelante”, recuerda.
Después llegaron otros mentores fundamentales: Ricardo “Braca” Bracamonte, como entrenador amateur y profesional, quien fue como un padre; y Pablo Chacón, ex medallista olímpico y campeón mundial, “mi espejo”, que lo inspiró a soñar con llegar a la cima. Barros también reconoce la influencia de Roberto Boero, Marta de la Mota, Florencio Bustos, Pedro Uribarrena y Dante González: “Fueron personas que Dios puso en mi camino”, recordó el ex campeón mundial y argentino de los pluma.
Además, Barros fue titular de las fajas pluma y superpluma de la Organización Mundial de Boxeo (OMB) y de la Federación Internacional (FIB).
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Jonathan Barros la noche que se corono campeón mundial en el estadio Polimeni.
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Un mendocino que llevó su nombre al mundo
La carrera de Yoni fue extensa y profunda: disputó 52 peleas, ganó 43 (22 por nocaut), perdió 8 y empató 1. Hizo dos defensas exitosas del título mundial frente a Miguel "Miky" Román y Celestino Caballero, incluyendo un combate memorable en el Luna Park en octubre de 2011.
“Fue una carrera lindísima. Hice historia: soy el único mendocino que peleó en Las Vegas. Con el boxeo recorrí el mundo, porque combatí en Japón, Inglaterra, Alemania, Francia, México, Panamá, Puerto Rico… Estoy orgulloso y agradecido a este deporte que me dio todo”, afirmó.
Hoy, su orgullo son sus cuatro hijos: Axel, Martina, Brunela y León. “El Señor me bendijo con ellos”, dice Yoni, profundamente creyente.
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En octubre de 2016, Barros le ganó en fallo unánime al japonés Satoshi Hosono, en el mítico Gimnasio Korakuen de Tokio. Victoria que lo ubicó como retador al título mundial pluma FIB.
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Del vacío del retiro al renacer como entrenador
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Jonathan Barros, durante su preparación de cara a su chance en internacional en Japón.
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En 2021 decidió ponerle fin a su carrera profesional. “Cuando me retiré me pregunté: ¿y ahora qué hago? Tenía respaldo de la Municipalidad de Guaymallén y daba clases de boxeo recreativo, pero no me alcanzaba. Sentía un vacío tremendo”.
Ese vacío comenzó a llenarse cuando Juan Carlos “Cotón” Reveco lo convocó para trabajar en Gimnasia y Esgrima. Entrenaron a Tomás Romero, quien ese mismo año salió campeón de Guantes de Oro, Vendimia y Regional. “Fue fantástico, empezó a llenar el vacío que sentía”, recuerda Barros.
Junto a Reveco, a quien llama “el hermano que la vida me dio”, inició una nueva etapa como entrenador. "El boxeo nos volvió a juntar, ahora como entrenadores. Disfrutamos, la pasamos bien, seguimos creciendo”, cuenta con una sonrisa.
Aunque tuvo ofertas para volver al ring, incluso un contrato para enfrentar a Miguel "Miky" Román, eligió otro camino. “Mi hijo Axel empezó a boxear. Yo no quería, pero Cotón me dijo: "apoyalo, anda muy bien". Necesitaba plata para una operación, pero Axel y Yanina, mi señora, me pidieron que no volviera a pelear. Fue la mejor decisión”.
Formar, guiar y devolver
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Yoni Barros durante la ceremonia de pesaje de la pelea por el título mundial pluma FIB, que sostuvo frente a Lee Selby en 2017, en el mítico Wembley Arena de Londres.
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Hoy, Yoni es entrenador junto a Reveco en Regatas, donde el presidente Jorge Toum les abrió las puertas “de manera increíble”. También sigue en Gimnasia y Esgrima y mantiene sus clases en el Polideportivo Nicolino Locche de Guaymallén, el lugar donde comenzó como técnico.
Aquel adolescente que fue hermano, padre e hijo al mismo tiempo, también aprendió a perdonar. “Tenía mucho resentimiento con mis viejos, pero un día mi hermano menor Gastón se enfermó y pidió por mi mamá. Allí me di cuenta de todo. La perdoné y se me fueron todos los rencores. Me costó, pero fue un alivio. Soy un agradecido de la vida. Estoy feliz. Tengo a mis hijos, a mi familia, y el boxeo todavía me acompaña”, concluye.
Jonathan Barros creció golpeando fuerte, sí, pero siempre hacia adelante. Su historia no se cuenta solo en nocauts ni títulos, sino en cómo logró abrirse camino frente a las dificultades, transformando cada golpe de la vida en un aprendizaje. Hoy se enfrenta a su historia con la misma fuerza y disciplina que lo hicieron campeón, y devuelve al boxeo todo lo que le dio: enseñando, formando y guiando a quienes ahora sueñan como aquel pibe criado en el Lihué.