El baile que Argentina le propinó a Brasil, aún sin la presencia de Lionel Messi, merece una celebración especial. Pero no una que esté centrada en lo meramente triunfalista del concepto, sino en una evaluación individual y colectiva del equipo de Lionel Scaloni, con rendimientos que fueron un derroche de talento y sabiduría.
El "jugamos como un equipo" con que el entrenador albiceleste expresó su visión del triunfo se apetece saludable: Argentina defiende y ataca en bloque. Siente el juego de esa manera y lo convierte en un espectáculo disfrutable desde lo estético.
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Sin fijar posiciones, siempre en torno del balón como prioridad, los hombres de Scaloni aparecen y desaparecen en el radar rival. Así, es muy difícil percibir una aparición de "9" de Enzo Fernández u otra similar de MacAllister. Esa priorización por darle buen destino al balón exhibe una obsesión: el espacio no se gana, se genera. "Llegar es mejor que estar", dijo alguna vez el periodista Juan Pablo Varsky. Por eso no importa el "número telefónico" (ante Brasil fue 4-1-4-1). El concepto se ensaya desde las variantes para poblar el mediocampo con jugadores de buen pie y un panorama por encima de la media mundial respecto de los movimientos dentro del campo de juego. La física y la química al servicio del equipo; la tenencia para sostener una estructura útil y prodigiosa en números y resultados. Percibir el espacio incluye la toma de decisiones en una fracción de segundos. En eso también es campeón este equipo de Scaloni.
Bajo tantos argumentos, no era difícil pensar una clasificación al Mundial 2026 con tanta anticipación y tantos elogios. Solo restaba comprobar el hambre de gloria de estos muchachos. Ya todo quedó demostrado.