San Martín y su amor por Mendoza

En Mendoza, San Martín organizó el Ejército de los Andes, fue padre, gobernador y vecino. Y jamás dejó de recordarla.

Cuando José de San Martín llegó a Mendoza en 1814, no estaba pisando simplemente un nuevo destino político y militar. Había llegado a su lugar en el mundo, esa tierra seca y noble que se convertiría en el crisol de su sueño libertador.

No fue solo un general organizando una campaña: fue un hombre sembrando futuro, un padre fundando patria en medio de las viñas, el adobe y la esperanza.

Ya en Francianunca dejó de amar a Mendoza, y en el destierro la recordaba siempre, como si ella fuese toda la patria o algo necesario en su vida”, escribió el historiador Ricardo Rojas en El Santo de la Espada. Porque Mendoza no fue para San Martín un simple cuartel, sino un hogar, una alianza profunda con su pueblo, una hermandad con el paisaje y la gente.

Una provincia que lo abrazó como a un hijo

San Martín fue nombrado gobernador intendente de Cuyo, una región que abarcaba Mendoza, San Juan y San Luis. La situación era crítica: la economía estaba devastada, la amenaza realista latente, y la comunicación con Buenos Aires, frágil y lejana.

Pero fue allí, lejos del ruido porteño, donde el general encontró la libertad de actuar. Desde El Plumerillo, un polvoriento campo a las afueras de la ciudad, levantó desde cero un ejército de héroes.

Esa tierra pobre respondió. Las mujeres bordaron la Bandera de los Andes, entregaron metales para hacer armas, ofrecieron sus ahorros y hasta sus joyas. Los hombres se sumaron como voluntarios, cedieron ganado, ropa, trabajo. San Luis y San Juan enviaron recursos. Era un pueblo movilizado por la causa de la libertad.

Remedios, el alma silenciosa de la gesta

La presencia de Remedios de Escalada en Mendoza fue también fundamental. Como escribió Rojas:

“Dio convites y bailes en que se concertaron algunos matrimonios de oficiales del ejército con niñas de la ciudad; se interesó por los pobres; atrajo la simpatía de todos.”

Remedios de Escalada, la compañera de San Martín
Remedios de Escalada, la compañera de San Martín
Remedios de Escalada, la compañera de San Martín

Su labor no fue decorativa sino estratégica. Tejió vínculos sociales, fortaleció la causa patriótica desde el hogar, desde los gestos cotidianos. Por las tardes, el matrimonio tomaba café en la Alameda y compartía con vecinos. La revolución tenía rostro humano, y en Mendoza encontró su tono más cálido.

El gobierno austero de San Martín

Como gobernador, no solo pensaba en la guerra. Organizó la administración, reformó la economía y protegió la salud pública. Levantó un hospital exclusivo para sus soldados, propagó la vacuna antivariólica, y nombró “decuriones” para mantener el orden en cada barrio. Cerró pulperías a las 22hs., limitó el juego y la vagancia. En carta a Tomás Guido, confesaba:

“He reducido a la mitad los sueldos del gobierno, comenzando por el mío. Nada debe apartarnos del deber.”

También impuso contribuciones forzosas y voluntarias, secuestró bienes de realistas, confiscó herencias vacantes y hasta los diezmos eclesiásticos. Y permitió que los pagos se hicieran en cuotas. Cada moneda servía. Era austeridad con sentido de misión.

Un padre en plena lucha

Mientras se fundía la historia, San Martín también vivía su historia personal. En 1816, año de la independencia, nació aquí su única hija, Mercedes Tomasa. Fue bautizada por el mismo clérigo que bendijo la Bandera de los Andes. Ese mismo año, mientras en Tucumán se firmaba el acta de independencia, en Mendoza se oían por primera vez los llantos de la niña que lo acompañaría hasta su muerte.

Estatua de José de San Martín y su hija Merceditas en la alameda de Mendoza
José de San Martín y su hija Merceditas, homenajeados en una escultura en la Alameda de Mendoza.

José de San Martín y su hija Merceditas, homenajeados en una escultura en la Alameda de Mendoza.

José de San Martín, mendocino por elección

San Martín no nació en Mendoza, pero nos eligió. Aquí encontró lo que no halló en otro lugar: confianza, coraje colectivo y compromiso sincero. Aquí construyó con manos propias la base material y espiritual de la libertad continental.

Ya anciano y en la distancia no se olvidó de su patria chica. En 1831 escribió a Tomás Guido desde París: “Usted dirá que soy feliz, sí, amigo mío, verdaderamente lo soy; a pesar de esto creerá usted si le aseguro que mi alma encuentra un vacío que existe en la misma felicidad y, ¿sabe usted cuál es? ¡El de no estar en Mendoza!”.

Sin duda alguna ese amor es correspondido por los mendocinos, como un romance perpetuo.

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