Las enfermedades de José de San Martín

Dolencias crónicas, epidemias y una úlcera lo acompañaron gran parte de su vida. San Martín combatió también en su cuerpo.

Asma: el mal que desvelaba a José de San Martín

Una de las afecciones más persistentes fue el asma. Esta enfermedad respiratoria comenzó a manifestarse alrededor de la tercera década de su vida y lo forzó, en muchas ocasiones, a pasar las noches en vela, sentado para poder respirar. Según el historiador Mario Dreyer:

“El asma que padeció el general San Martín debe encuadrarse en la variedad de la exoalergénica, pues se inició a los 30 años, y soportó accesos importantes que lo obligaron en ciertas oportunidades —estando en Mendoza— a pasar toda la noche sentado en una silla para poder respirar. En Europa sus accesos se fueron espaciando y tuvo largas temporadas en que se vio libre de ellos”.

Reumatismo, temblores e insomnio

A esta condición se sumaron numerosos episodios de reumatismo. Se calcula que sufrió entre diez y doce ataques a lo largo de su vida. Uno de los más severos ocurrió durante la batalla de Chacabuco, donde apenas podía mantenerse a caballo. Además, padeció insomnio, temblores en la mano derecha, nerviosismo e irritabilidad. Muchos de estos síntomas parecían estar vinculados al estrés extremo, al dolor físico crónico y a las infecciones contraídas en distintos momentos.

La úlcera: una enemiga silenciosa

Entre todas sus dolencias, la úlcera gástrica fue quizás la más persistente y devastadora. Comenzó a manifestarse en 1814 y lo acompañó hasta sus últimos días, en 1850. A través de sus cartas a Guido, Godoy Cruz y O’Higgins, se pueden rastrear episodios de dolores abdominales intensos, vómitos, sangrados, pérdida de apetito y una marcada debilidad general.

Con el objetivo de aliviar sus males, San Martín recurrió al opio, una decisión que alarmó a varios de sus allegados. Así lo relató Juan Martín de Pueyrredón en una carta dirigida a Tomás Guido:

“He procurado con insistencia persuadir a San Martín que abandone el uso del opio, pero insuficientemente, porque me dice que está seguro de morir si lo deja; sin embargo me protesta que sólo lo tomará en sus accesos de fatiga”.

Más adelante, el propio Guido agregó:

“A más de la dolencia casi crónica que diariamente lo mortificaba, sufría de vez en cuando de agudísimos ataques de gota. Su médico, el Dr. Zapata, lo cuidaba con incesante esmero induciéndole, por desgracia, a un uso desmedido del opio”.

Infecciones y epidemias

Tampoco estuvo exento de enfermedades infecciosas. Durante su estadía en Chile contrajo fiebre tifoidea, y más tarde, en Europa, se vio gravemente afectado por la epidemia de cólera de 1832, junto con su hija. Aquel episodio lo dejó al borde de la muerte. En una carta dirigida a Toribio de Luzuriaga confesó:

“Desde (…) que fui atacado de cólera, me quedó una enfermedad de nervios que me ha tenido varias veces a las márgenes del sepulcro; en el día me encuentro restablecido a beneficio de los aires del campo en donde vivo y, más que todo, a la vida enteramente aislada y tranquila que sigo”.

Ceguera y soledad final

En sus últimos años, la pérdida de la visión se sumó a sus padecimientos. Según Dreyer:

“Las cataratas lo afectaron en el último lustro de su existencia. Un año antes de su fallecimiento fue operado, con un pobre resultado. Perdida la esperanza de recuperar la visión, se acentuó su carácter melancólico y taciturno, prefiriendo el aislamiento y la soledad”.

Fortaleza moral hasta el final

A lo largo de su vida, la salud de San Martín fue frágil, pero su fortaleza moral y su compromiso con la causa americana lo impulsaron a sobreponerse una y otra vez. Vivió con dolor, limitaciones físicas y sufrimientos que no quebraron su voluntad ni su determinación. Su cuerpo fue el testigo silencioso de una vida extraordinaria, marcada por la historia, el deber y la enfermedad.

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