2 de noviembre de 2025 - 00:15

Lo que nadie sabe de la muerte de San Martín, Rosas y Lavalle, y su mensaje para la historia

Un relato íntimo del final de los grandes –y muchas veces enfrentados– protagonistas de nuestra historia. Muerte y gloria.

La muerte de José de San Martín, Juan Manuel de Rosas y Juan Galo Lavalle no fue solo el cierre de sus vidas personales, sino también el epílogo de tres trayectorias que definieron el rumbo de la Argentina. Distintos entre sí, sus finales reflejan un mosaico de exilio, amor, fidelidad y violencia:.

El ocaso del Libertador: San Martín en Boulogne-sur-Mer

José de San Martín vivió sus últimos años en Francia, junto a su hija Merceditas. Cada mañana despertaba viendo su sable corvo colgado sobre la pared de su habitación. Las cataratas nublaron su vista, pero no su memoria: seguía evocando a Mendoza como si fuera toda la patria.

El 13 de agosto de 1850 sintió un fuerte malestar frente al Canal de la Mancha. “Es la tempestad que me lleva al puerto”, dijo en francés, mientras Merceditas lo sostenía. Cuatro días después, pidió ser acostado por dolores intensos y pidió también que alejaran a su hija: no quería que ella lo viera morir.

Rosas en el exilio: ternura y despedida en Southampton

Derrotado en Caseros, Rosas se exilió en Inglaterra junto a su hija Manuelita. Allí conoció otro tipo de derrota: la sentimental. Manuelita se casó con su gran amor, Máximo Terrero, contra la voluntad de su padre. Rosas lo lamentó durante años.

En 1877, enfermo de neumonía, fue ella quien volvió a su lado. Lo cuidó día y noche hasta el final. Murió a los 83 años, vencido por el cuerpo, sostenido por el amor de su hija. Un gigante que se apagó lejos de su patria y de su gloria.

Lavalle en Jujuy: la bala que cambió la historia

Muy distinto fue el final de Juan Galo Lavalle, uno de los grandes opositores de Rosas. En 1849 escapaba rumbo a Bolivia, acompañado por su ejército, pero también por Damasita Boedo, su joven amante, que lo había abandonado todo por él.

Llegaron a Jujuy cuando todo ya estaba perdido. Contra los consejos de sus hombres, Lavalle decidió quedarse en una casa que antes había servido de refugio a un unitario perseguido.

A las cuatro de la mañana, una partida federal rodeó el lugar y abrió fuego. El proyectil no era para él, pero fue Lavalle quien cayó. Lo hallaron sobre el zaguán, con una sorprendente sonrisa en el rostro. Tenía 49 años.

Epílogo

Tres próceres, tres muertes distintas, una misma trama de patria, ausencias y destino. Jardines, exilios, balas y afectos cruzan los finales de San Martín, Rosas y Lavalle. Sus vidas ya eran historia. Pero sus muertes también lo fueron.

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