Una de las historias funerarias más reveladoras de la provincia. El Cementerio de la Ciudad de Mendoza nació entre la fe y la peste, entre el poder eclesiástico y las urgencias sanitarias. Guarda no solo los restos de las figuras que moldearon la historia provincial, sino también las huellas de una ciudad que aprendió a reconstruirse.
Desde que existe el Diario Los Andes, gran parte de quienes hoy reposan en ese cementerio también habitaron sus páginas, primero en las noticias que relataron sus vidas y luego en los avisos fúnebres que anunciaron su partida. Cada columna necrológica se convirtió, de algún modo, en una lápida de tinta: un puente entre la memoria privada y la historia pública mendocina.
De los templos al camposanto
Hacia 1828, el Gobierno provincial sancionó la norma que creaba cementerios públicos, en sintonía con las políticas sanitarias que comenzaban a aplicarse en todo el país. Hasta entonces, los cuerpos se sepultaban dentro o alrededor de las iglesias, una costumbre heredada de la época colonial que convertía a los templos en verdaderos focos de infección.
La idea de un cementerio público y extramuros —alejado de los poblados— respondía al nuevo paradigma ilustrado que separaba lo civil de lo religioso. Pero la Iglesia Católica reaccionó con fuerza, interpretando esa medida como una amenaza a su poder y a sus ingresos. Durante años, obstaculizó la creación del camposanto, prolongando una práctica que volvía insalubre a la ciudad.
Finalmente, el Cementerio General de Mendoza fue inaugurado el 1 de agosto de 1846, aunque su creación formal databa de 1829. Su capilla, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, quedó a cargo de los benedictinos. Así, Mendoza se sumó al cambio cultural que impulsaba la creación de cementerios laicos y públicos, siguiendo la tendencia que ya se imponía en Buenos Aires y otras ciudades del país.
Un cementerio con tres almas
El actual Cementerio de la Ciudad de Mendoza se divide en Antiguo, Viejo y Nuevo, reflejo de las sucesivas etapas que atravesó la provincia.
El sector antiguo, ubicado al norte, conserva las primeras esculturas y panteones. A mediados de la década de 1990 se habilitó el sector viejo, y más tarde el nuevo, levantado en terrenos del barrio La Chimba, en el actual departamento de Las Heras.
Aunque su localización pertenece a Las Heras, desde la creación de la Municipalidad de Mendoza en 1868 el cementerio continuó dependiendo administrativamente de la capital. Es, en ese sentido, un territorio liminal: pertenece a dos jurisdicciones, pero simbólicamente a toda la provincia.
El día en que la tierra se abrió
El 20 de marzo de 1861, un terremoto devastó Mendoza y arrasó con su necrópolis. Los muros se desplomaron, los féretros se abrieron y el lugar se convirtió en un foco de riesgo sanitario. El cronista Joaquín Villanueva llegó a implorar medidas urgentes para evitar que los perros callejeros desenterraran cuerpos y los arrastraran por las calles.
Durante años, la ciudad convivió con esa imagen de horror. Muchas tumbas desaparecieron sin dejar rastro. Entre ellas, la del general Félix Aldao.
De la ruina al romanticismo
La recuperación del cementerio comenzó en la década de 1880, cuando el médico Luis Carlos Lagomaggiore, de origen peruano, asumió como intendente de Mendoza. Su gestión transformó el caos en orden y le dio una nueva identidad estética al lugar: trazados simétricos, panteones monumentales y esculturas que evocaban el estilo romántico francés, símbolo de serenidad y memoria.
Lagomaggiore debió enfrentar también la epidemia de cólera de 1886, la más feroz en la historia provincial. Con la ciudad paralizada por el miedo, los empleados municipales se negaron a enterrar los cuerpos y la tarea recayó en los presos de la Penitenciaría. Fue un tiempo en que la muerte se volvió una presencia cotidiana y colectiva.
Un museo a cielo abierto
Con el paso de los años, la parte más antigua del Cementerio General se consolidó como una especie de museo de arte funerario, donde el mármol, el bronce y la historia conviven. Entre sus avenidas silenciosas descansan gobernadores, artistas, escritores y familias tradicionales. Las esculturas que lo pueblan son parte del patrimonio cultural de Mendoza y motivo de recorridos guiados organizados por la municipalidad.
Hoy, visitar el Cementerio de Mendoza es caminar por dos siglos de historia, pero también por los pliegues más íntimos de la identidad provincial. Cada mausoleo, cada epitafio y cada aviso fúnebre publicado en las páginas de Los Andes componen una memoria compartida que trasciende la muerte.
Porque en Mendoza —como en toda ciudad que ha aprendido a renacer entre ruinas— la historia también se escribe bajo tierra.