La fascinación por las flores no es un rasgo accesorio en la autora mendocina Claudia Bertini. Esta escritora, profesora de Lengua y Literatura Inglesa (Filosofía y Letras, UNCuyo) viene enhebrando su obra poética con los hilos de su otra pasión: la que le despiertan los pétalos, los tallos, los colores sembrados en jardines o macetas, en campos o patios.
Cuando uno dice que Claudia Bertini ha enlazado esas dos pasiones, la floral y la verbal, no exagera. Ya en 2022 había publicado Florilarium, un libro de poesía que se proponía como un “herbario de flores fantásticas” en el que ella aportaba los versos y su hermana Patrizia, las ilustraciones.
Ese camino entre flores y versos es sólo una parte de una trayectoria que incluye más publicaciones. Primero, una breve selección de poemas, que obtuvieron el Premio Vendimia en 1999 y salieron bajo el título de La voz en hileras. Luego, tras publicar algunos poemas en inglés (para la revista “Community of Poets” de Canterbury, Inglaterra), y mientras vivía en Italia, Bertini recibió el Premio Julio Cortázar de la universidad española de Murcia por su relato La cartonista, que se imprimió en un volumen con otros cuentos galardonados. Luego publicó los libros Cuentos que no son, poemas que quisieron (relatos y poemas) y El perfume de la naranja (cuentos).
Ahora vuelve al cantero abonado de las páginas con otra propuesta que combina versos, flores y dibujos. Y es con El camino de los flores, un particularísimo volumen editado por Dunken en cuyas páginas no sólo se aprecian sus textos, sino también su caligrafía (no hay poemas en letras de molde, sino todos en su directa manuscrita) y los dibujos realizados por ella misma y que toman la forma de muestrarios de la belleza floral que la rodea.
El efecto que produce el libro es fascinante, dado que —por si particularidades le faltaran al volumen— todas las hojas interiores son negras, por lo cual los trazos de las palabras y los dibujos son blancos, como si estuvieran floreciendo desde la noche hacia la luz.
Claudia Bertini
Claudia Bertini, la poeta mendocina que publica el libro El camino de las flores, con poemas y dibujos.
“Una misma y delicada línea de plata contornea el negro papel dando vida por igual a las flores y a las palabras, abriendo paso a lo que se ve y lo que se imagina, porque no es posible revelarlo todo”, apunta atinadamente Jorgelina Iúdica en el prólogo de El camino de las flores.
—Hablemos antes del contenido que de la forma: ¿Cómo surge la idea de elaborar un libro así? ¿Surgieron los poemas y los dibujos a la vez, unos ilustraron a los otros?
—Encontré un placer lúdico haciendo trazos con birome de tinta blanca en un cuaderno de hojas negras. Estábamos de viaje por el sur de Chile, 2023, y recuerdo que le compartí a mi familia los dibujos que iban apareciendo y ellos, al igual que yo, también se sorprendían al ver las flores singulares que surgían. Y digo así, porque espontáneamente, página tras página, mientras más hacía, más me entusiasmaba, hasta llegar a completarlo. Después, nació la idea de escribir a partir de esas imágenes. Finalmente, las ganas de convertirlo en libro.
—¿Y cuándo tomás la decisión de que el libro refleje, además, tu caligrafía en los poemas?
—Quien me ayudó a maquetar el libro, Germán Mémoli, tuvo algo que ver con eso. Estábamos viendo qué tipo de letra insertar entre las páginas dibujadas. Como no me convencía ninguna tipografía decidí escribirlo a mano en otro cuaderno de hojas negras. Él se entusiasmó enseguida y me preguntó qué tal si dejábamos las tachaduras de palabras y frases, los cambios de idea que habían ocurrido y me pareció genial. Con respecto a lo que siento al plasmar la caligrafía propia sobre el libro, me parece interesante, porque tiene esa intimidad visual de las cartas que escribíamos antes. Además, siento que la entrega es total, como autora, a los ojos que se detienen en El Camino de las flores.
—¿A qué punto llega tu fascinación por las flores?
—Al punto de disfrutar fotografiarlas donde sea que las encuentre. Al punto de haber solicitado cultivar flores en vez de verduras en una huerta. Al punto de ir a comprar ramos casi compulsivamente para cualquier ocasión o porque sí. Al punto, de haber inventado cien. Escribí cien flores imaginarias que mi hermana, artista plástica, representó gráficamente durante la pandemia y desde Italia. Pero ese es otro libro. Aunque también es parte del mismo camino, mi ikebana, mi tao floral. Fascinación es una palabra apropiada. También, la flor como símbolo elegido y resignificado, porque llega a abarcar la naturaleza toda, y todo lo que ocurre alrededor de las flores, es belleza. Para mí, las personas son flores. Quiero escribir sobre eso también.
claudia bertini el camino de las flores.jpeg
Claudia Bertini, la poeta mendocina que publica el libro El camino de las flores, con poemas y dibujos.
—Tu obra poética se ha ido construyendo casi de a poco. Desde aquellos poemas premiados por el Vendimia en 1999 al relato también premiado en un concurso internacional, pasaste a Cuentos que no son, poemas que quisieron y a El perfume de la naranja. ¿Cuáles son los rasgos que vos misma identificás en tu poesía y en tu narrativa? ¿Qué autores, además, sentís como referenciales o influencias en tu propia obra?
—De bien jovencita solía escribir poemas bastante herméticos, experimentales en distintos niveles, con temáticas arraigadas en lo que encontraba en la mayoría de los poetas que leía: el tiempo, el amor romántico, la vida y la muerte, el ars poética. Después, hay una parte inédita que contiene versos mínimos parientes del haiku, inspirados en el desierto geográfico y ese otro análogo y metafórico del alma, la sequía como dificultad para fluir poéticamente, la nostalgia oceánica. A Neruda le debo el despertar de lo poético. A Pizarnik y a Plath, la seducción de la sombra. A Emily Dickinson, vibrar con un solo verso. A Whitman, el sabor de la libertad. A Borges, la inmensidad. Mi narrativa hizo su propio camino errante, siempre se cuela un soplo lírico. Últimamente, pretende inmiscuirse, ¿será venganza? en la extensión de largos poemas que cuentan historias.
—Hablábamos de flores y de poesía, ¿cómo ves, ya no como autora sino como lectora, la literatura actual en Mendoza? ¿Está en florecimiento más bien marchita? ¿Te interesan autores locales?
—Igual que en todo jardín, suceden cosas que son parte de la vida, nuestra naturaleza. Por un lado, nos despedimos de poetas del tamaño de Carlos Levy, un árbol frondoso donde poder abrevar siempre. De grandes Maestras, como Bettina Ballarini, y compañeras de taller, Liana Cataño: qué importante que no quede “ni un árbol por decir.” Por otra parte, creo en “la fuerza que a través del tallo verde impulsa a la flor” (Dylan Thomas). Escucho voces nuevas, juventud con valentía de forjar caminos y labrar huella. Se animan, se asoman, buscan quien los oiga, a micrófono abierto, quien los lea, hablan bajito, en el refugio de una casa, junto al fogón con la guitarra, en ronda, en cafés, en librerías, se presentan en pequeñas editoriales, florecen editoriales nuevas, artesanales, abiertas, con las manos llenas de tinta y de menta. Huele, traen aromas olvidados, aromas dormidos, aromas propios. Aquí vienen, aquí están, dispuestos y habilitados para, como decía Whitman, “contribuir con un verso”.