El 24 de abril, cuando en el mundo se celebraba el Día del Idioma Español, la Academia Argentina de Letras (AAL) eligió nuevas autoridades y, simbólicamente, puso a la poesía por delante. Y es que, por primera vez en su historia, un poeta presidirá esta institución que, como tal (aunque tenía importantes precedentes) fue creada en 1931 para "dar unidad y expresión al estudio de la lengua y de las producciones nacionales, para conservar y acrecentar el tesoro del idioma y las formas vivientes de nuestra cultura".
Oteriño (La Plata, 1945) es dueño de una preciosa obra poética que comenzó en 1966 con Altas lluvias y que se extiende, por ahora, hasta Lo que puedes hacer con el fuego (2023, editado por Pre-Textos en España). Además, el que fuera abogado y juez de profesión, tiene una más breve, pero no menos brillante bibliografía como ensayista, con volúmenes dedicados a la reflexión sobre el hecho poético cuyo último título es elocuente: Pensar la poesía (2024).
El poeta, quien ha leído sus poemas en Mendoza en numerosas ocasiones (especialmente como participante del Festival Internacional de Poesía), se prestó a un diálogo con Estilo, en el que, como siempre, regaló en cada respuesta sus consabidas dosis de amabilidad y lucidez.
—En todo caso, como expresión de que la poesía, tan postergada en las vidrieras del éxito y tan poco reseñada en los periódicos, mantiene su autoridad intacta como voz de lo que no tiene voz. Esto es, de lo callado y lo indecible. Que en épocas vertiginosas y de pensamiento globalizado la poesía todavía puede mostrar un horizonte alternativo donde exponer el difícil estar en el mundo. En lo formal, no es otra cosa que una circunstancial variación de atribuciones, aunque, de hecho, sea la primera vez que es presidida por un poeta. La Academia está integrada por un cuerpo plural y democrático de narradores, poetas, ensayistas, dramaturgos, lingüistas, gramáticos, lexicógrafos, que cubren sus dos ámbitos de pertenencia: las letras y la lengua.
—¿Cuáles son los desafíos actuales de la AAL?
—Como el de las humanidades en general, los desafíos de la academia son enfrentar de manera reflexiva las improntas de la época que tienden a simplificar los matices, a opacar la variedad de los léxicos, a producir grietas en la gramática, y que, antes que muestras de creatividad, son demostraciones de pobreza lingüística. La difusión de la cultura digital ha cambiado los paradigmas y hoy el contacto con la palabra escrita se realiza menos a través de los libros que mediante la pantalla de los dispositivos electrónicos. El daño lo tenemos a la vista: el debilitamiento de la palabra escrita, reemplazada en los hechos por imágenes repetitivas que, en su ligereza, muestran, pero no explican. Volver la mirada sobre el manantial de la literatura y prestar atención a la imaginación, la variedad y la pluralidad es uno de los objetivos.
—El deterioro de la capacidad lectora en los más jóvenes se intersecta curiosamente (o no) en la actualidad con una tendencia a subvertir con cierta impostación el lenguaje (uso del "lenguaje inclusivo", abandono de las normas en el lenguaje de comunicación tecnológica, etc.). ¿Es motivo de alarma?
—El "lenguaje inclusivo" es, ciertamente, uno de los temas que se debaten en la sociedad y en las academias de la lengua, pero no es el único ni el principal. Hay otros que, por su incidencia social, se han convertido en más urgentes: la prédica de un Lenguaje Claro y Accesible, por un lado, y la incidencia de la Inteligencia Artificial, por otro, que, fuera de sus indiscutibles beneficios prácticos, no solo afecta el lenguaje sino también a nuestras vidas. Las "jergas" e "idiolectos" conminan contra el lenguaje entendido como medio de comunicación, además de desbordar, en muchos casos, el sistema gramatical de la lengua española. Esto no quita que, como fenómeno retórico, el debate sobre el "lenguaje inclusivo" haya servido para hacer visible la discriminación y la falta de igualdad en los diversos vínculos de la sociedad. No, no es motivo de alarma, es —como digo— motivo de estudio.
Rafael Felipe Oteriño en la AAL
El poeta (y presidente de la Academia Argentina de Letras), en un acto de la AAL.
—En los últimos años se ha mostrado muy prolífico en cuanto a publicaciones. La más reciente es el libro de ensayos Pensar la poesía. ¿Qué lleva a un poeta con usted a no sólo practicar la poesía sino "pensarla"? El filósofo Gustavo Bueno decía en un ensayo de juventud que era más difícil analizar la poesía que escribirla…
—La creación poética, como todo arte, es fruto tanto de una impotencia como de una potencia. De la primera, por la sensación de que no todo está dicho y que parte de la realidad se encuentra velada, en los márgenes de lo tácito y lo inexpresado. Y de una potencia, por la certidumbre de que las palabras expresan mundos, como señaló Dylan Thomas: "ahí están ellas, hechas de blanco y de negro, pero de su propio ser, surgen el amor, el terror, la piedad, el dolor y todas aquellas abstracciones que hacen grandes y soportables nuestras efímeras vidas". Bueno, mi trato con la poesía me ha impulsado a examinar los resortes de esta magnífica experiencia que tiende a ampliar la mirada, proporcionar goce estético y, a la vez, conocimiento.
Rafael Felipe Oteriño
Portada del libro de ensayos Pensar la poesía, de Rafael Felipe Oteriño (Ediciones Del Dock).
—El libro está atravesado por la pregunta sobre qué clase de "criatura" se trae al mundo al escribir un poema...
—En su génesis y recorridos la poesía crea una realidad verbal que se superpone a la realidad objetiva; a veces, potenciándola con imágenes enigmáticas que ensanchan el campo de lo real; de ordinario, redefiniéndola mediante metáforas, analogías, asociaciones y metonimias. En esta dirección, la poesía expresa lo indecible con las palabras familiares de lo decible. Su cometido no es abundar en más de lo mismo, sino en exponer lo otro de lo mismo. Aquello que Octavio Paz denominó "la otredad" o, de manera más simple, "la otra voz".
—¿Qué hay en el Oteriño poeta de hoy igual y qué hay de distinto al de sus primeros libros?
—Soy lector y observador y siento que me ha sido dada la oportunidad de asistir a este mundo (asistir en el sentido de existir y participar). Los primeros libros fueron frutos de aquellas lecturas y de no poca admiración hacia figuras tutelares de la literatura: Homero, Dante, el Siglo de Oro español, Machado, José Hernández, Ricardo Molinari, Borges. En los más recientes procuro alcanzar una voz propia, que sea el resultado de la memoria enlazada con los sonidos y tropos de nuestro tiempo.
—Usted es considerado por muchos una especie de faro entre los poetas argentinos de la actualidad, un maestro en tiempos en que estos no abundan. ¿Eso entraña una responsabilidad? ¿Cómo ve usted el presente y el nivel actual de la poesía argentina?
—Bueno, soslayando —y no sin sofoco— eso de "faro", que igualmente agradezco, observo que la poesía argentina se ha desplazado de sus sitios tradicionales (el libro, los suplementos culturales, la práctica social de lectura como aprendizaje) y ha vuelto a una oralidad en la que se produce el encuentro directo con su destinatario. Ahora los poetas ponen el cuerpo y leen sus poemas a un público que, en la mayoría de los casos, se encuentra presente. Todo ello ha dado lugar a una poesía más libre, conversada, confidencial y de contacto. "Cambiar el mundo" continúa siendo la aspiración de los poetas.
—Para terminar, ¿hay proyectos de próximos libros en los que ya esté trabajando?
—Los libros de poemas siempre son la suma de instantes en los que el lenguaje convocó al autor para que le dé forma a una intuición, a una frase, a una imagen impuesta con la fuerza de lo irremediable. No se escribe poesía de corrido, como ocurre con las novelas. En este sentido, estoy trabajando pacientemente en un nuevo libro que todavía no tiene título, pero que se me disparó a partir del verso "La lluvia que ahora escucho" del poeta catalán Joan Margarit. Podría echar mano de ella como título del conjunto, pero siento que a esta edad debo evitar toda recaída en lo elegíaco. Basta con la certidumbre del paso del tiempo para darles contenidos y temperatura emotiva a esos nuevos poemas, que publicaré, seguramente, el año próximo.