Había un libro. Ella creía que no, pero no dudaba de que sí había poesía. Salvada esa distancia, nada costó tender un puente entre uno y otra. De ese inspirado encuentro surgió Cualquiera diría que rezaba. Alejandra Adi, la profana autora de la obra en ciernes, venía de macerar sus poemas no tanto en años como acaso en palabras y silencios. En vida misma.
Ahora, ya con el poemario resonando en el espacio público, migra del nido digital al modo papel con la convicción de que, más allá de su soporte, este libro se ganó el derecho a conquistar nuevos feligreses. “No creo en Dios pero cuando me enamoro construyo altares” , alerta la periodista y escritora desde el primer poema. Aunque luego, penitente, se cuadre ante el Señor y, a manera de mea culpa, revele:
a sus penitencias”.
Una vez abierta esa puerta devocional, el lector la ve espejada en el amor, la infancia, la naturaleza o la escritura; esa suerte de salmos que habrán de resonar en cada lectura. Y en esas colectoras temáticas donde también irrumpen la siesta, las canciones o los perros, el deseo deviene un juego peligroso:
“Yo te pedía palabras
como quien pide limosnas
con hambre
y resentimiento”.
En la hostia generosa del poema, la autora vislumbra lo sagrado y lo profano como dos caras de una misma moneda, donde la palabra sortea toda grieta y habla por boca de ese todopoderoso que está y no está. Todo es una cuestión de fe. Como el amor o la razón. Como la poesía, ese otro dios.
(Prólogo de Cualquiera diría que rezaba, poemario de Alejandra Adi, editado por Ediciones Estornino).