El pasado 24 de junio, Emilia Puceiro de Zuleta cumplió cien años. Este hecho, lejos de ser solo una efeméride, es una invitación a recordar y reconocer a una figura esencial en la vida cultural de Mendoza, de la Argentina y del mundo hispanoamericano.
Por esa razón, quien fuera profesora de Literatura Española de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo, recibirá un homenaje este martes 9 de septiembre en la que fuera su alma máter. La cita es a las 11, en el aula C-9 de esa facultad. En el acto participarán Gladys Granata de Egües, Jaime Correas, Susana Tarantuviez, Luis Emilio Abraham y Gustavo Zonana.
“Vivimos tiempos veloces, proclives al olvido, pero las personalidades como Emilia portan una ejemplaridad que es imprescindible transmitir a los que no la conocieron”, escribió de hecho días atrás Correas en una nota en diario La Nación. El reconocido escritor y periodista, uno de sus discípulos y al igual que ella miembro de la Academia Argentina de Letras, también advirtió sobre la necesidad de conjurar “el dañino poder de la ingratitud hacia quienes tanto han dado”.
Nacida en Buenos Aires (donde reside actualmente), en su infancia vivió con su familia en Galicia, antes de regresar a la Argentina. De aquel regreso, Zuleta guarda recuerdos vívidos, según testimonio de Correas: “fui espectadora asombrada de la inauguración del Obelisco emplazado en la calle Corrientes, del gran Congreso Eucarístico de 1934 y del duelo ciudadano por la muerte de Carlos Gardel en 1935”.
La familia se instaló en Mendoza en 1936, y Emilia ingresó a la Universidad Nacional de Cuyo en 1943, donde fue alumna de Joan Corominas, Alfonso Sola González y Julio Cortázar. De este último guardó un recuerdo entrañable: “fuimos sus amigos y de su boca escuchamos los primeros cuentos de su libro inicial, 'Bestiario'. Por entonces era un muchacho alto y delgado, lampiño y de grandes ojos verdes azulados. Guardamos durante años las traducciones propias con que completaba sus clases sobre poesía francesa, desde Baudelaire al surrealismo, sobre los románticos ingleses, Byron, Shelley y Keats”.
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Junto a Guillermo de Torre, cuñado de Borges, en 1962.
Su casa de la calle Rufino Ortega se convirtió en un verdadero faro cultural. Allí convivían la crianza de sus cinco hijos, su celebrada mano para la cocina y una biblioteca legendaria. Ese espacio fue también un punto de encuentro donde pasaban figuras como Jorge Luis Borges y su madre, Leonor Acevedo; Guillermo de Torre (cuñado de Borges); Rafael Alberti; María Teresa León; y Miguel Ángel Asturias, entre muchos otros. La pregunta inevitable sigue en pie, según advirtió Correas: ¿qué alquimia producían Emilia y Enrique Zuleta Álvarez, su marido, para atraer semejante caudal de personalidades a la lejana Mendoza?
Su obra escrita es igualmente monumental. Publicó libros clave como "Historia de la crítica española contemporánea" (Gredos, 1966, ampliada en 1974), "Cinco poetas españoles" (Gredos, 1971) y "Españoles en la Argentina. El exilio literario de 1936" (Atril, 1999), por nombrar solo algunos. Sobre su correspondencia con Jorge Guillén, la propia Emilia relató con humildad: “En 1962, a propósito de un modesto trabajito mío, La esencial continuidad del 'Cántico', una carta de Jorge Guillén iniciaba una relación epistolar que duraría hasta su muerte”.
Además de su tarea académica, centrada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, fundó junto a colegas la Asociación Argentina de Hispanistas y el Grupo de Estudios de la Crítica (GEC), con el que logró conectar a Mendoza y al país con el mundo. Fue miembro de número de la Academia Argentina de Letras y correspondiente por Hispanoamérica de la Real Academia Española.
Quienes fueron sus alumnos no olvidan su magisterio. Una de sus enseñanzas más recordadas condensaba su visión de la literatura: “cuando un libro no les interesa, déjenlo”, recordó Correas en el artículo mencionado. Una frase simple pero contundente, que reivindicaba el placer de la lectura por encima de la mera obligación académica.
Ahora, en su centenario, Emilia de Zuleta se erige como una figura imprescindible. “Con ella, con la maestra y con la amiga, nos quedará siempre una deuda de gratitud impagable”, resumió un discípulo.