Cuando en Mendoza se encerraba a los enfermos para evitar contagios

Autoridades los buscaban y aislaban. Permanecían en leprosarios y lazaretos los que padecían cólera o infecciones.

Cuando en Mendoza se encerraba a los enfermos para evitar contagios
Cuando en Mendoza se encerraba a los enfermos para evitar contagios

Durante siglos la humanidad se organizó para aislar a quienes padecían enfermedades contagiosas. Entre los antecedentes más antiguos hallamos el capítulo 13 del Levítico bíblico: "… el sacerdote –leemos entre sus artículos- mirará la llaga en la piel de la carne: si el pelo en la llaga se ha vuelto blanco, y pareciere la llaga más hundida que la tez de la carne, llaga de lepra es (…) entonces el sacerdote encerrará al llagado por siete días (…) al séptimo día el sacerdote lo mirará; y si la llaga a su parecer se hubiere estancado, no habiéndose extendido en la piel, entonces el sacerdote le volverá a encerrar por otros siete días". 

Siguiendo este espíritu, durante la Edad Media, surgieron los leprosarios o lazaretos. Es decir, hospitales muy rudimentarios cuya finalidad primera fue la de aislar a los enfermos de lepra. Como San Lázaro sufrió de dicho mal tomaron su nombre, incluso, los primeros se construyeron alrededor de las iglesias dedicadas a él. Con el tiempo víctimas de otros padecimientos, como la temible peste negra o el cólera, también fueron confinados en los lazaretos. 

Debemos hacer hincapié en que el fin primordial de estos espacios no fue asistir al enfermo, sino aislarlo del resto de la población. Por ese motivo funcionaron como verdaderas cárceles, custodiados por policías o militares.  Muchos fueron cercados con alambres de púas o muros a los que se denominó "cordón sanitario", siendo este el origen del término. Aunque hoy suene extraño en Mendoza, durante gran parte del siglo XIX, se crearon numerosos lazaretos. 

Sabemos por ejemplo que hacia 1884 la viruela hizo estragos en nuestra provincia. Consecuentemente, desde el municipio de la Capital, se prohibió "transitar por las calles a los viriolosos cuyo estado ofrezca peligro de contagio. Los contraventores serán conducidos al Lazareto". Esta amenaza -en forma de decreto- bastó para que muchos se mantuviesen en sus hogares, pero aun así las autoridades egresaban a los mismos y los detenían en casos sospechosos.


A la fuerza. Sacando de su dom icilio a una persona con viruela.
A la fuerza. Sacando de su dom icilio a una persona con viruela.

Es importante señalar que los lazaretos también sirvieron como espacios de "cuarentenas preventivas". Así, en épocas de epidemia, cualquiera que quisiera ingresar a las ciudades debía pasar por allí:

"En breve quedará instalado un lazareto a inmediaciones del Borbollón -señaló Los Andes en diciembre de 1886-, destinado a los inmigrantes que arriben a esta ciudad.

También será establecido otro con el mismo objeto, en la casa que fue del finado Ataulfo Hoyos, en el departamento de Las Herras, barrio del Plumerillo.     

En dichos puntos serán aislados todos los inmigrantes que arriben en lo sucesivo a la ciudad".

Llamativamente la Ciudad de Mendoza estableció casi todos sus lazaretos en dependencias de Las Heras, demostrando un enorme poderío sobre aquél departamento. Mientras que Luján de Cuyo intento instaurar uno en Chacras de Coria, a mediados de los 90's del siglo XIX, pero no tuvo éxito.  

En épocas de enfermedad estas instituciones se duplicaban, algunas tomaban formas de improvisados campamentos. A medida que la paranoia aumentaba los médicos eran desbordados y trataban de dar tranquilidad a la población. Con este fin un reconocido galeno informó a Los Andes: 

“Hasta ayer a las doce –refiere al 13 de diciembre de 1886- se encontraban en el Lazareto un número de ocho personas, de las cuales dos son soldados, dos son mujeres viejas, de las cuales una fue llevada en estado de ebriedad, y con una herida en la cabeza; dos mujeres jóvenes, un hombre mayor de edad y un loco.

Las dos mujeres viejas (…) han dejado de existir. Una ha muerto de fiebre tifus y la otra, la ebria, a consecuencia de sus orgías [por entonces sinónimo de borracheras] pero sin síntoma alguno de colerín.

De las dos mujeres jóvenes, una ha muerto de verdadera fiebre tifoidea. La otra que asisto con toda prolijidad tengo la convicción de sanarla y darla de alta dentro de dos o tres días.

El viejo que también dejó de existir murió delirando como un anciano, sin vómitos ni diarrea.

El loco que he dado de alta hoy vino al Lazareto por su propia voluntad, el viernes de la semana pasada, diciendo que venía a hacerse medicinar temeroso de ser atacado por el cólera.

(…) en resumen, no ha ocurrido caso alguno que pueda mencionarse como sospechoso”.

A lo largo del siglo XX, a medida que la medicina avanzó, los lazaretos fueron desapareciendo y hoy son sólo un mal recuerdo para la humanidad.

Cuando había epidemia de alguna enfermedad, las personas que querían ingresar a la ciudad debían permanecer en lazaretos durante cuarenta días.

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