Crónicas urbanas sobre el coronavirus: pasan vidas, pasan trenes, paso yo

Nuestra periodista, en este día de encierro y controles, recuerda otro tiempo como si fuera hoy.

Crónicas urbanas sobre el coronavirus: pasan vidas, pasan trenes, paso yo
Crónicas urbanas sobre el coronavirus: pasan vidas, pasan trenes, paso yo

Mendoza 2 de abril. Día 14 de aislamiento D.V.

Hoy es, como el 24, un día que se sale de los moldes. Un día que no sabe de pandemias, pero sí de monstruos, mártires y héroes.

Así, con ese sentimiento, me despierto en la mañana.

Aclaremos: al sentimiento de la guerra que me rozó de cerca, se le suma el de esta otra más definitiva e inasible.

La anterior, la que atravesé con mis 17 en el '82, tenía el sabor de la salida de la infancia. El aire de las utopías que ninguna redada a punta de fusil había podido asfixiar. Esta me encuentra grande y cautelosa.

Mientras desayuno, me acuerdo. Me acuerdo de algún día de ese mes de 1982. Me veo allí sentada, en el gimnasio del colegio, junto a toda la promoción del Universitario Central... El CUC... pehuenche, soy.

Unos 90 chicos y chicas en el piso, todos abrazados. Todos. Suena en los parlantes del gimnasio la radio. Están sorteando los números de la colimba.

900 y algo, se escucha. Nos miramos. Somos una masa que forma uno. Y en los ojos de alguien, que es parte de ese cuerpo adolescente y aterrado, se dibuja el miedo al oír su DNI. Lloramos. Le tocó a él. Lo imaginamos ya subido al barco que lo llevará al sur: tan flaquito, tan niño. La radio nos da tiempo de abrazarnos, de abrazarlo, de temblar.

Otro número: 100 y pico. ¡Salvado! Lloramos. La radio de nuevo nos da tiempo de abrazarnos, de abrazarlo, de temblar; porque va a quedarse aquí, en el gimnasio, va a seguir fumando a escondidas en el baño, va a darle un beso en el baile a la chica que le gusta.

Cada día 2 de abril me acuerdo de eso. De eso exactamente. Siento los cuerpos de mis compañeros y amigos. Siento los gritos de dolor y alivio, los suelto yo también: ¡Mariano!, ¡Marcelo!, ¡Enrique!, ¡Ángel!... tantos; parados sin armadura ante la atrocidad incomprensible de matar o morir.

El día de hoy tengo que romper la rutina a la que, como ultrasubversiva, me he resignado (sigo con Bifo Berardi y sus teorías en la cabeza, ya son mías). Mi mamá me necesita, y ahí vamos.

Subo al auto, preparo la autorización -ser periodista es, muchas veces, ser impune- y me lanzo a las calles.

Mendoza está desierta. Lo sé porque llego mucho más allá de las cuatro cuadras a la redonda de cada día. Yo, aunque puedo ser impune, elegí acatar. Lo dicho: la resignación es lo mío.

A lo lejos, en Jorge A. Calle, un poco antes de doblar, hay varios municipales apostados parando al tránsito para el control. Los veo y me vienen a la cabeza las sensaciones del gimnasio en el CUC. Ridículo, pienso. Pero cuando saco el permiso y lo muestro, me tiemblan las manos. Es obvio: la guerra. Porque es claro que estamos en guerra, como en 1982; aunque esta es terminal, silenciosa, invisible.

Paso ese control, paso otro. Le hablo a mi mamá desde los dos metros. La freno en seco cuando viene a abrazarme. No me toques, no te acerques, lavate las manos.

Vuelvo. Vuelvo a todo:a la resignación ante la notebook, a la música compañera de los días, a las palabras como territorio conocido, a las charlas con los que me quieren.

Hoy es el cumpleaños del presidente. Desde hace 14 días he visto cientos de personas festejando el cumpleaños vía skype, por las redes. No me toques, no te acerques, lavate las manos. Te dejo un beso grande, te abrazo aunque no lo sientas: sentilo. Se lo dije a muchos.

Pienso en mi cumpleaños. Si la guerra avanza, si se extiende como creo, también voy a celebrar por skype. Soy una más, una. Los ex combatientes, muchos; ni por skype. No llegaron a conocerlo.

Me siento privilegiada: soy testigo de una historia que no se olvidará jamás. Aquellos soldados fueron protagonistas de otra que tenemos que sostener cada día, para que no se olvide jamás. Otra diferencia que trae la pandemia y su impacto global.

Mientras escribo escucho la canción bellísima de Malena Muyala que dice: "Pasan manos, pasa tiempo... pasan vidas, paso yo... sin saber lo que nos pasa, pasa el tren de la ocasión".

No soy de las que dejan que los trenes se pasen sin saber lo que me pasa. Intento. Pero las manos pasan, el tiempo pasa, las vidas pasan y yo también. Hasta este virus infausto y sigiloso será pasado alguna vez.

NOTA: La canción de Malena Muyala se llama "Pasos" y es del disco "Viajera". Buscalo en Spotify, no te será indiferente.

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