Concursos de belleza y violencia de género - Por José Niemetz

Concursos de belleza y violencia de género - Por José Niemetz
Concursos de belleza y violencia de género - Por José Niemetz

Cuando se instauró la Fiesta de la Vendimia y concurso de belleza en 1936, por más infame que haya sido la década infame, ya resultaba anacrónica (y bastante kitch) la figura monárquica de "reina" para designar a la elegida como ganadora.

Hoy, tanto tiempo después, el hecho de insistir año tras año en este ritual de "elegir a la reina" (un oxímoron en sí mismo) como momento culminante de la Fiesta Nacional de la Vendimia, no puede dejar de significar otra cosa que un enorme cuestionamiento sobre nosotros mismos como sociedad y sobre nuestras arcaicas costumbres, creencias y prácticas.

De todas formas, no propongo detenerme en este hecho más o menos banal de denominar "reina" a esa señorita (porque, ojo, "debe ser señorita", no puede pertenecer a un solo macho, debe pertenecer a todos sus súbditos). Pareciera que nos resulta suficiente disfrazar con una capa, un bastón y una corona para ungir como reina a la ganadora de un concurso de belleza. Lo que me propongo plantear es otra temática (también obvia, aunque posiblemente menos patética). Desde hace tiempo atrás se vienen escuchando voces aisladas que señalan lo inaceptable que resulta hoy, a esta altura de la historia, continuar con esta ancestral práctica de cosificación de la mujer.

Por un lado, el hecho de la existencia misma de requisitos físicos (explícitos y/o implícitos) que la jovencita debe cumplir a rajatabla para postularse y en todo caso ser seleccionada para su exhibición, elección y coronación, y por otro lado, el contenido humillante  y cosificante (altura, peso, medidas, color, etc.), en sí de esos requisitos. Como si se tratara de un axioma sagrado, los concursos de belleza (y la Vendimia también lo es), validan cuerpos y expulsan cuerpos.

También podríamos detenernos en analizar el  vínculo objetivo que existe entre las características físicas de esa muchachita (de sonrisa forzada y mirada temerosa) que se elige y la actividad que representa (en este caso la vitivinícola). Podríamos incluso suponer que tinellizar la vitivinicultura podría servir para ocultar, o al menos disimular, la crisis terminal por la que atraviesa el sector. Ya se ha preguntado hasta el hartazgo  qué tienen que ver las glamorosas ganadoras de la vendimia con la sufrida obrera rural (muchas veces golondrina, explotada, abusada y pagada en negro) que recogen nuestras uvas…    Pocas veces he escuchado una respuesta más o menos coherente y sincera. El show montado por el monumental marketing del aparato turístico, exige un glamour cuya narrativa nada tiene que ver con la realidad de la finca sino que se traslada a esas señoritas de capa y corona que nos saludan con esos extraños movimientos de sus manos y nos arrojan esos virginales besos secos.

Ahora bien, a la luz del maravilloso avance de los feminismos en distintos ámbitos de nuestra vida social, parece estar llegando el momento histórico de que todo este cotillón de "las reinas" se acabe de una buena vez (para la vendimia y para las demás fiestas populares). El ojo masculino midiendo tetas y culos, alturas, kilos y colores ofende a una sociedad que se pretende civilizada. Se dirá que en buena parte este evento es gestionado, organizado, gerenciado y ejecutado por mujeres. Sí, claro, y tal vez sea esta una de las aristas más preocupantes de la temática: la mujer que asume mandatos patriarcales que, tal vez hayan estado invisibilizados hasta hace un tiempo pero que hoy, resulta imposible no ver. Esta mujer que asume para sí y para las demás las exigencias estéticas que impone este mercado de carne que son los concursos de belleza, es posiblemente la víctima mayor del  tráfico de cuerpos puesto en show.

El mensaje de que para triunfar, para llegar a ser alguien, la mujer debe reunir ciertas características físicas; el mensaje de que triunfar significa ser aceptada por el "ojo del hombre", el mensaje de que ganar significa ganarle a otras y que ese triunfo lo confiere la mirada y valoración del otro, son mensajes que este tipo de eventos lanza a las incautas jovencitas. Los gobiernos (cada vez menos) financian campañas en contra de la violencia de género ,porque hay que decirlo una y mil veces: esas "reinas" son víctimas de violencia de género, y al mismo tiempo organizan estos auténticos remates de hacienda que son los concursos de belleza. Con meses de anticipación los medios comienzan a publicar producciones fotográficas de estas jovencitas que, jugando a las princesitas o a ser modelos fashion, posan para que nosotros hablemos sobre ellas, discutamos y elijamos nuestra preferida, jugando nosotros también a que participamos en esta "maravillosa fiesta popular".

Como barras futboleros, hemos aprendido a "hinchar" por la reina de nuestro respectivo departamento a la que hemos oído prometer que va a luchar por la vitivinicultura (o cosas así) y, de ganar ella nos hemos alegrado, como si eso significara el cumplimiento de su promesa.  De alguna manera con nuestra cándida inocencia, participamos de la ficción que nos propone el sistema del show business.

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