El desarrollo vegetal del Gran Mendoza tuvo caracteres de epopeya. La implantación de un bosque como actividad económica, de mejora ambiental y defensa aluvional caminaron juntos.
Ante el riesgo de las tormentas se impone, entre otras medidas, liberar la superficie de construcciones y artefactos que dañan tanto a la estética como a la seguridad durante las tormentas.
El desarrollo vegetal del Gran Mendoza tuvo caracteres de epopeya. La implantación de un bosque como actividad económica, de mejora ambiental y defensa aluvional caminaron juntos.
El orgullo de sus hacedores y admiración de quienes evalúan el esfuerzo que supuso es bien comprensible.
Pero tendemos a servirnos de los beneficios heredados con un comportamiento un tanto irresponsable. Un área comprometida es, por cierto, la más valiosa. Lo dice el editorial de Los Andes del 26.6.2023, p. 11: Evitar quitar más espacios públicos en el Parque, refiriéndose a la Calesita. Sin embargo, haciendo caso omiso de los conceptos de expertos, se hace todo lo contrario.
Por eso hablamos de actitudes propias de personas inmaduras. El desierto que se volvió verde aparece con todos sus méritos hoy con mayor intensidad cuando el planeta, -las personas- enfrenta una tremenda crisis ambiental.
Entonces se impone la pregunta: ¿estamos cuidando lo hecho y planificando para sostenerlo en los próximos cien años?
Las crisis hídricas y su fenómeno asociado, los aluviones, ponen de relieve el hecho de que no se atiende apropiadamente el sistema de acequias urbanas, que son el único recurso para hacer frente a los dos fenómenos. Las acequias de la ciudad capital, sobre todo, son usadas para volcar aguas residuales sin tratar de negocios tales como tintorerías, lavaderos de varios rubros y restaurantes. Estas últimas ofrecen la oportunidad de reciclado más sencillo. Seguramente los responsables se asociarían gustosos a un plan que permitiría además combatir las alimañas y malos olores.
Son tan útiles las acequias, que asusta imaginar qué sucedería a la hora de un aluvión de envergadura, como el que se vivió hace un par de años y que bajó por Arístides Villanueva hacia el Centro, sin estos cauces.
La modificación del esquema histórico efectuada en la avenida San Martín, que supuso servirse del Tajamar, horadándolo para recoger el exceso de aguas pluviales, solucionó el tema por un tiempo. Hoy ya es perentorio replantearlo y perfeccionarlo de tal manera que la ocasional presencia de agua sea aprovechada, retenida en reservorios y redistribuida.
Es menester trabajar en un sistema de tuberías en el subsuelo y liberar la superficie de construcciones, postes y artefactos que dañan a la estética y a la seguridad en las tormentas.