Cristina y Milei se repelen y se atraen

Derrotada toda opción republicana, por primera vez la lucha por el poder en la Argentina enfrenta a dos populismos sin nada en el medio. Absolutamente diferentes en lo económico, pero con grandes coincidencias en lo político.

Desde el espectacular triunfo político electoral de Javier Milei sobre Mauricio Macri en Capital Federal (aunque los candidatos hayan sido otros) y desde el show con cánticos y bailes de Cristina Kirchner en el balcón al compás de movilizaciones de todo tipo de sus seguidores (en lo que parece ser, más que una protesta, una celebración de su detención domiciliaria) el presidente y la ex presidenta han ocupado casi con exclusividad la totalidad de los espacios mediáticos. La política argentina entera, hoy son ellos dos y nadie ni nada más. El resto ha devenido de palo.

Ambos son, claro está, los dos grandes polos opuestos, con la lógica de todos los polos: están en las antípodas, pero inevitablemente, en algún momento, en sus extremos se tocan.

En lo económico Cristina Kirchner y Javier Milei más en las antípodas no podrían estar. Pero en lo político son más las cosas en que se parecen que en las que se diferencian, a pesar de que sus ideologías son una la contracara de la otra.

Cristina es económicamente una estatista convencida, Milei es un defensor a ultranza del libre mercado. Y hoy las tendencias mayoritarias de la sociedad se inclinan por el segundo término. El reclamo de austeridad política, de eliminación del déficit y la inflación, de no gastar más de lo que se posee, es en el presente el sentido común dominante de la sociedad argentina. Y eso lo expresa acabadamente el presidente, que, con sus más y con sus menos, está llevando a cabo un programa económico liberal, absolutamente repudiado en todos sus discursos, por la ex presidenta. Hoy es el tiempo de él, no el de ella, quien viene de ser la creadora y vicepresidenta del peor gobierno de la democracia argentina y que además está presa por sus delitos jurídicamente comprobados de corrupción. Sin embargo, aunque ya no pueda presentarse a ninguna elección y que ni aun haciéndolo (por sí o por interpósita persona) podría hoy por hoy hacerle sombra al mileismo, sigue teniendo una participación central en la política nacional. Es una estrella de primer orden, protagonista estelar del escenario público argentino. Pero aparte de que es una gran actriz, no actúa cuando supone estar convencida que, como el ave fénix, su destino será siempre renacer. Para ella la eternidad no está en el más allá. Para ella la eternidad es el presente eterno en el que vive, que es una especie de repetición infinita de su pasado, pero siempre generando nuevas iniciativas políticas que le permiten mantenerse, aún como opositora y sin una sola idea renovadora, en el primer plano sin solución de continuidad.

Desde que en el año 2009 (luego del conflicto con el campo) Mariano Grondona escribió un libro llamado “El poskirchnerismo”, son incontables los profetas de la inminente decadencia final de Cristina, pero ella ha sobrevivido a los más inimaginables desafíos. Y nadie sabe si lo seguirá haciendo, pero es evidente que a Cristina más que a nadie se le puede aplicar el refrán de que "los muertos que vós matáis gozan de buena salud". Hasta que se demuestre lo contrario.

Es cierto que en cada época los desafíos son distintos. Y hoy la novedad parece dominar por sobre la repetición. No sabemos si asistimos al nacimiento una nueva era política, pero es muy probable que estemos viviendo el ocaso de la vieja era. Una diferencia importantísima es que durante sus largos años de hegemonía Cristina Kirchner se enfrentó a muchos rivales hasta que casi todos ellos la derrotaron efímeramente uniéndose en Juntos por el Cambio (el radicalismo, el carriotismo y el macrismo, principalmente), pero siempre la pata populista del enfrentamiento político lo expresó el kirchnerismo. Mientras que hoy, por primera vez en la historia de nuestra democracia, el populismo K no se enfrenta con una opción más republicana o institucionalista como fueron sus antiguos rivales, sino a otro populismo.

Es que si bien el mileismo es económicamente liberal (siendo además sus concreciones positivas en este terreno las grandes razones de su presente éxito), en lo político tiene más coincidencias con el populismo de Cristina que con el liberalismo tradicional o incluso con sus eventuales aliados radicales y macristas.

Esa es, sí, una novedad histórica. Que los dos más grandes protagonistas -y de hecho únicos- de la actualidad nacional, sean dos líderes políticamente populistas. Lo que nos lleva a hacernos la siguiente pregunta: Ante opciones republicanas una y otra vez fallidas, ¿se necesitará otro populismo para vencer al kirchnerista? Al menos esa es la apuesta de Milei quien siendo un ferviente liberal en lo económico y un conservador de extrema derecha en lo ideológico (dos gigantescas diferencias con Cristina), en lo estrictamente político es, no digamos antiliberal, sino cuando menos iliberal, lo que lo conduce a poseer significativas coincidencias metodológicas con su enemiga económica e ideológica. Entre las cuales, las similitudes más importantes son las siguientes:

1) Para Cristina y Milei en lo político solo hay amigos y enemigos, jamás adversarios.

2) Por lo tanto, el consenso no sirve para nada, la historia se mueve a través del conflicto.

3) Las instituciones son un obstáculo para gobernar. O bien, según el kirchnerismo, interfieren en el encuentro directo entre el líder y el pueblo. O bien, según el mileismo, son el refugio de la casta, cuyos miembros impiden que las transformaciones. se concreten, porque las paran, las neutralizan o las difieren.

4) Las formas no cuentan, la cuestión es el fondo. Si el fondo es bueno, no importa que las formas estén al borde de la ley, que se juegue al fleje, o que se insulte a más no poder. El kirchnerismo y el mileismo son lo contrario al alfonsinismo que intentó construir la nueva democracia en base a la verdad esencial, requisito sine qua non del espíritu republicano: que son tan importantes las formas como el fondo, o aún más contundente, que las formas y el fondo son la misma cosa. La tolerancia, la división de poderes, la libertad de prensa, la idea de consenso, el valor de las instituciones, no son el fuerte ni del kirchnerismo ni del mileismo. Ni ellos quieren que lo sean.

5) A los de la casta o la clase política los desprecian, pero al final terminan transando con ellos. CFK siempre menospreció al PJ, pero en los momentos de desesperación -como los actuales- recurre a apoyarse en él. Milei siente asco por los ñoños republicanos, pero cuando los números legislativos o electorales no les dan, no duda en convocarlos aun tapándose la nariz. Sin embargo, no ocurre lo mismo con aquellas dos instituciones que tanto Cristina como Milei consideran sus enemigos estructurales, permanentes: el periodismo porque los investiga y la justicia porque los juzga. Hoy no hay seres más miserables en el mundo para Milei que los periodistas (el 90% al menos son corruptos, acaba de decir; mientras que hoy para CFK no hay algo más miserable que la Corte Suprema de Justicia. que confirmó su condena; empleaduchos subordinados al poder concentrado, les dice). Para los dos, y para todo populismo, se trata de tener solamente un periodismo militante y una justicia adicta. Mientras al resto, tratar de borrarlos del mapa. Un mundo sin periodistas es la utopía de ambos líderes. Para que, además de evitar que los investiguen, el relato histórico lo escriban solamente ellos.

6) Tienen los dos una profunda repulsa hacia los puntos medios. Para el mileismo los que se ubican en el medio son los pusilánimes, los que no son "machos" (en la derecha el valor más respetado en la "virilidad" masculina). Y para el kirchnerismo el reformista es la negación del revolucionario, porque en vez de cambiar todo como debe ser, simula cambiar algo para no cambiar nada. En el fondo, lo que más le interesa a un extremo político no es tanto sacarse de encima al otro extremo (ellos se necesitan mutuamente porque la existencia del enemigo justifica la existencia propia), sino sacarse del medio a los del medio. El kirchnerismo los califica como los tibios que vomita dios y el mileismo como los ñoños republicanos. Para ambos, los del medio son políticamente cagones porque no tienen autoridad ni carácter para animarse a hacer lo que hay que hacer o lo dejan a medio hacer. Ignoran Cristina y Milei que tener autoridad y carácter no lo determina estar en los extremos o en el medio, porque eso es una mera cuestión ideológica, sino la política que se aplique, la personalidad del que la aplique y lo que mejor amerite cada situación concreta. Churchill en la segunda guerra tuvo que ponerse en un extremo porque el pacifismo de los otros dirigentes ingleses les hacía creer que se podía ser conciliador con Hitler. En cambio, Mandela tuvo que ponerse en el medio para lograr el reencuentro en un país dividido. En otras palabras, estar en los extremos o en el medio depende de las circunstancias, no es que una ubicación sea mejor que la otra. Mientras que defender siempre a los extremos como lo valiente, contra la pusilanimidad de los del medio, sólo garantiza más gritos al divino botón, más intolerancia para los contrarios y desprecio permanente hacia los moderados de todo tipo. Confunden a los que buscan puntos de equilibrio (uno de los aspectos, al menos desde los griegos de Pericles del siglo X AC hasta hoy, más sabios de la política universal) con los que quieren quedar bien con dios y con el diablo para salvarse solos. Los Borocotós de la política. O los Massa. Pero esos son oportunistas que nada tienen que ver con ubicarse en los extremos o en los medios. Estar en el medio es muy positivo cuando lo que se quiere es buscar o construir los puntos de encuentros posibles entre los que piensan diverso. Y en una democracia, a diferencia de una dictadura o una autocracia, la mayoría son adversarios, y los enemigos inconciliables tienden a ser cada vez menos.

En síntesis, luego de dos décadas de un peronismo conducido por alguien que se piensa la reencarnación de un arquitecto, o más aún, de una reina egipcia, le ha aparecido enfrente, para disputarle la hegemonía política, no un presidente constitucional más, sino otra reencarnación, pero esta vez de general o emperador romano (según los deseos expresamente manifestados de su principal asesor ideológico, Santiago Caputo). Una reina egipcia y un emperador romano dominando la escena política argentina, convirtiéndola en la disputa entre dos tipos de populismos, que poseen tanto de común como de diferente entre sí. A los cuales les gustaría tener el terreno libre de todo otro protagonista que no sean ellos dos, a fin de librar sin interrupciones ni obstáculos algunos, su batalla monárquica, imperial o celestial, en esta política argentina que tanto honor le hace al realismo mágico latinoamericano.

* El autor es sociólogo y periodista. [email protected]

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