Ética médica vs. inteligencia artificial: el corazón detrás del algoritmo

La inteligencia artificial ofrece avances prometedores en Medicina, pero plantea dilemas éticos que ponen en juego la autonomía, la responsabilidad profesional y lo humano del acto médico.

Hay algo profundamente humano en la escena que se repite cada día en hospitales y consultorios: un médico toma la mano de un paciente, lo escucha, lo mira a los ojos, intenta descifrar en su relato y en su cuerpo las huellas de la enfermedad.

Esa ceremonia silenciosa de confianza y esperanza, que desde Hipócrates se ha transmitido de generación en generación, hoy convive con un nuevo protagonista: la inteligencia artificial.

Los algoritmos no laten, pero aprenden. Se alimentan de millones de datos clínicos, imágenes radiológicas y registros electrónicos que procesan a una velocidad inimaginable para un ser humano. Y en ese vértigo digital surge la pregunta inevitable: ¿qué lugar queda para la ética cuando la máquina se sienta a la mesa del médico? La historia enseña que todo avance técnico trae consigo un dilema moral. La inteligencia artificial en Medicina promete diagnósticos más precisos, tratamientos personalizados y un acceso más rápido a la información. Pero, como advirtió Hans Jonas, cada poder nuevo exige una responsabilidad aún mayor. ¿Quién responde si un algoritmo se equivoca? ¿El médico que lo utilizó, la empresa que lo diseñó, el hospital que lo contrató? La tentación es creer que la máquina es infalible. Nada más lejos de la verdad.

Los sistemas de IA repiten lo que han aprendido de los datos, y si esos datos están sesgados, la injusticia se multiplica. No es casual que algunos programas de reconocimiento de piel funcionen peor en pacientes de tez oscura: el algoritmo fue educado en una galería limitada de rostros. En un mundo que busca igualdad, la inteligencia artificial puede convertirse en un espejo deformado de nuestras desigualdades. Y no se trata solo de sesgos: también de riesgos más graves, como la capacidad de inventar datos falsos, recomendar medicamentos peligrosos o confundir síntomas banales con emergencias.

Ética médica vs. inteligencia artificial: el corazón detrás del algoritmo
Prioridad. Cuando la salud se convierte en negocio y se lucra con eso, la rentabilidad desplaza a la calidad médica.

Prioridad. Cuando la salud se convierte en negocio y se lucra con eso, la rentabilidad desplaza a la calidad médica.

La Medicina, sin embargo, no es una fábrica de diagnósticos. Es un acto humano, cargado de prudencia, empatía y escucha. Un electrocardiograma puede ser interpretado por un software con exactitud matemática, pero sólo el cardiólogo comprende el temblor en la voz del paciente que confiesa que su padre murió del mismo mal. La IA puede sugerir un tratamiento, pero no puede consolar a una madre ni acompañar a un anciano en la incertidumbre de la enfermedad.

¿Quién responde si un algoritmo se equivoca? ¿El médico que lo utilizó, la empresa que lo diseñó, el hospital que lo contrató? La tentación es creer que la máquina es infalible. Nada más lejos de la verdad. Los sistemas de IA repiten lo que han aprendido de los datos, y si esos datos están sesgados, la injusticia se multiplica.

El peligro no es solo que la IA se equivoque, sino que los médicos olviden cómo pensar sin ella. Algunos especialistas llaman a esto “cognitive de-skilling”: la pérdida progresiva de las habilidades diagnósticas por depender de una herramienta externa. En un estudio, gastroenterólogos que usaban IA para detectar pólipos durante colonoscopias empeoraron en su capacidad de encontrarlos por sí mismos. Es decir, la herramienta que debía ayudarlos empezó a reemplazar su propio ojo clínico. La deontología médica advierte contra ese riesgo: el médico no puede convertirse en un mero operador de algoritmos. Su deber es mantener la independencia intelectual y el juicio crítico. Usar la IA como segunda opinión puede enriquecer el razonamiento clínico; depender de ella ciegamente es abdicar de la responsabilidad profesional. La Medicina, en última instancia, no es un juego de adivinanzas, sino un compromiso moral con la vida. En el terreno de la salud pública, el panorama es igual de complejo.

La IA promete democratizar el acceso a la información y mejorar la cobertura sanitaria en regiones con pocos recursos. Un sistema entrenado adecuadamente podría alertar a un médico rural sobre signos de anemia en un niño o recomendar medidas preventivas en una epidemia. Pero si los algoritmos se diseñan en laboratorios lejanos, con bases de datos de pacientes distintos a los nuestros, corremos el riesgo de importar injusticias disfrazadas de progreso.

La confidencialidad añade otra capa de preocupación. Cuando un paciente ingresa sus síntomas en un chatbot médico (asistente virtual con inteligencia artificial), ¿quién es dueño de esa información? ¿El propio paciente, la empresa que gestiona el software o los anunciantes que compran datos para perfilar consumidores? En un tiempo en que la privacidad se negocia como mercancía, la historia clínica digital corre el riesgo de transformarse en moneda de cambio. Frente a estos dilemas, conviene recordar lo esencial: la ética médica no se negocia.

Ética médica vs. inteligencia artificial: el corazón detrás del algoritmo
Dependencia. El riesgo no es solo que la IA se equivoque, sino que los profesionales de la medicina olviden pensar sin ella.”

Dependencia. El riesgo no es solo que la IA se equivoque, sino que los profesionales de la medicina olviden pensar sin ella.”

La autonomía del paciente, la beneficencia, la justicia y la confidencialidad siguen siendo principios inquebrantables, aun cuando la inteligencia artificial se siente en el consultorio. La tecnología podrá colaborar, pero nunca suplantar el corazón humano detrás de cada decisión. No se trata de rechazar la innovación. La IA es una herramienta poderosa y puede, bien usada, salvar miles de vidas. El dilema está en cómo la incorporamos: ¿cómo sustituto del juicio clínico o como apoyo prudente del saber humano? La respuesta debería ser evidente: ninguna máquina puede cargar sobre sí la dignidad de la vida de un paciente.

La Medicina ha sido siempre un puente entre el conocimiento técnico y la fragilidad humana. Los médicos no solo diagnostican enfermedades: acompañan en la incertidumbre, sostienen la esperanza, explican lo inexplicable y, cuando es necesario, ayudan a bien morir. Ningún algoritmo podrá reemplazar esa tarea. En el fondo, la inteligencia artificial es solo un instrumento.

Lo que realmente está en juego es el alma de la medicina: ese pacto silencioso entre quien confía su vida y quien promete defenderla. Mientras haya un médico dispuesto a escuchar, explicar y acompañar, la tecnología podrá avanzar sin borrar lo esencial: el corazón humano detrás de cada decisión.

*José Lodovico Palma es profesor de Medicina. Médico de la UNCuyo. Además es presidente del Consejo Deontológico Médico, del Ministerio de Salud y Deportes de Mendoza.

Producción y edición: Miguel Títiro - [email protected]

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