Denuncias masivas por acoso sexual, huelgas feministas globales contra la brecha salarial y la desigual distribución del cuidado y las tareas domésticas, campañas publicitarias que apuestan por “zonas libres de género”, cuadros que se retiran de museos por su contenido sexista, óperas que se reescriben por la misma razón.
Estamos en medio de una revolución de las mujeres que es también una revolución de los sexos, pues no se puede redefinir el papel de la mujer sin redefinir el del hombre.
Cada vez más mujeres sienten que ha llegado su hora. Claman, junto a algunos hombres, por acabar con el abuso sistemático de poder por parte de muchos varones, especialmente en el plano sexual, como lo atestigua el movimiento #MeToo.
Las reacciones a esto son síntoma de que la revolución de las mujeres está logrando aquello que toda revolución pretende: provocar y movilizar a la sociedad para superar un paradigma y establecer un nuevo consenso social.
Estamos llamados a reflexionar sobre qué significa ser mujer y ser hombre en tanto sujetos sexuados y objeto de nuestras respectivas miradas.
Es parte de una tarea más ambiciosa que tiene como fin renegociar y redefinir las identidades masculina y femenina sobre premisas más iguales y justas.
No sabemos exactamente cuál será el resultado, esto es, cómo serán las mujeres y los hombres del futuro, cómo se relacionarán y en qué devendrán, por ejemplo, las estructuras familiares.
Esta incertidumbre genera miedo y, por ende, rechazo en aquellos sectores de la sociedad que tienden a preferir el statu quo y que, en este caso, temen que una disolución de las identidades de género lleve al caos.
No todo el mundo compra con entusiasmo el futuro de “una zona libre de género” que imprime la firma italiana Benetton en sus camisetas.
La reacción es todavía más dura y visceral entre los representantes de aquellos poderes como el religioso y una parte del económico y político, que son los que más ganan con el silenciamiento del abuso de la autoridad masculina y la perpetuación de las estructuras patriarcales.
En otro sentido, los excesos de esta revolución también generan suspicacia entre numerosas mujeres que no se consideran víctimas del paradigma actual y consideran, por ejemplo, que la coquetería es una ventaja que tienen las mujeres sobre los hombres.
Para que esa renegociación del contrato sexual a la que muchos aspiramos sea posible, las mujeres deberán abandonar gradualmente la ofensiva.
Los hombres deberán abstenerse de actitudes defensivas y entonar un mea culpa colectivo, reconociendo que la mayoría, en menor o mayor grado, alguna vez abusó de su poder como varón.
Hasta ese momento, habrá mucho ruido; muchas voces a favor y en contra de unos y otros actos, declaraciones y manifiestos. Es parte de todo proceso revolucionario.