8 de junio de 2025 - 08:50

Furor por los gadgets inútiles: qué son y cómo impactan en nuestra mente y nuestro bolsillo

Son dispositivos que cuentan con los avances tecnológicos más recientes, pero su utilidad es ínfima o inexistente. Sin embargo, son éxito en ventas y se multiplican las opciones. Las razones detrás del fenómeno.

En un mundo donde casi todo se puede conectar a internet, lo absurdo tiene su lugar gracias a los gadgets inútiles, algo que curiosamente causa furor.

Hablamos de dispositivos que se valen de tecnología actual como la conexión bluetooth, las luces led, los puertos USB, la red Wi-Fi o los sensores biométricos para ofrecer servicios que rozan más el entretenimiento irónico que la utilidad real.

A primera vista parecen gastos superfluos, pero una mirada más profunda revela que detrás de la aparente ineficacia hay un sentido cuasi humorístico que salva del estrés a la par que representa un mercado millonario en el que la utilidad ya no es condición necesaria para el éxito comercial.

Del entretenimiento al sinsentido

Aunque el universo de gadgets inútiles es amplio, algunos son más populares que otros.

“La caja inútil” -o “Useless box”- es el mejor ejemplo y uno de los dispositivos más conocidos. Consiste en un interruptor que, al prenderlo, activa un mini brazo mecánico que lo apaga. No tiene otra función, pero en sitios como Amazon acumulan más de 10.000 reseñas y aparecen en rankings de “gadgets absurdos más comprados”. Tampoco es barata, ya que en MercadoLibre cuesta $33.000.

Embed - Smart Useless Box with ESP8266 and Gesture Sensor

También conocida es la taza con USB que se conecta a la computadora para mantener una bebida caliente, aunque rara vez logra una temperatura efectiva y hasta puede dañar el puerto de carga si se derrama líquido caliente. Su precio va desde los $9.000 hasta los $40.000.

La taza no es el único electrodoméstico con funciones cuestionables. La tostadora inteligente se puede controlar desde una app para elegir el "grado de dorado" perfecto, pero es algo que ya existe en la mayoría de las tostadoras regulares con una perilla regulable.

También dentro de la utilidad cuestionable está el collar inteligentes para mascotas que traduce sus “emociones”. Se llama Petpuls y en el exterior se vende por 99 dólares. Afirma que puede interpretar ladridos o maullidos como formas de decir “estoy feliz” o “tengo hambre”. Aunque este gadget no cuenta con ninguna evidencia científica que lo respalde vendió más de 25.000 unidades en su primer año.

Furor por los gadgets inútiles
Petpuls es un collar con una app que interpreta emociones de mascotas, pero sin ninguna base científica.

Petpuls es un collar con una app que interpreta emociones de mascotas, pero sin ninguna base científica.

Otros parecían una buena idea, pero al pensarlo dos veces entran las dudas. Es el caso de la valija inteligente que puede seguir a su dueño por el aeropuerto. Combina robótica y autonomía pero su tecnología no excluye la cuestión sobre su verdadera utilidad en un ambiente caótico.

También los hay con mucha innovación destinados a hacer la vida más fácil, incluso cuando no debería ser necesario. Ese es el caso de LeafyPod, una maceta que hace "hablar" a las plantas porque con su tecnología de inteligencia artificial logra detectar con sus sensores cuando necesita agua o luz solar. Se presentó en el CES de Las Vegas de este año y sale al mercado por 150 dólares. No es precisamente u gadget inútil, pero nos hace cuestionarnos por qué querríamos tener plantas si vamos a necesitar un dispositivo que las mantenga vivas.

Embed - LeafyPod Kickstarter Launch - The Ultimate Smart Planter

Delegar las costumbres humanas a un dispositivo no siempre resulta exitoso. Eso es lo que le pasó a SMALT, un salero inteligente con luces LED, un parlante y que se conecta al smartphone. ¿Para qué sirve? Para echar la sal justa a la comida y registrarlo. Su cuestionable función y su precio de 200 dólares no lograron que alcanzara la financiación para lanzarse al mercado.

Sin embargo, pocas cosas son tan inútiles como la piedra mascota USB (USB Pet Rock), que es básicamente una piedra que se conecta a un puerto USB, pero no hace absolutamente nada. Nació como una broma, pero se vendió bastante bien cuando se lanzó.

Las razones detrás del éxito

La pregunta que nos hacemos es: ¿por qué triunfan? La psicología y la filosofía tienen algunas respuestas y es que, en muchos casos, se trata de compras impulsivas que ofrecen una gratificación instantánea.

En otras palabras, la mayoría de estos productos no resuelven un problema real, pero activan una respuesta emocional porque son baratos, curiosos o simplemente divertidos.

Este consumo emocional sumado a un bajo precio también tiene un impacto en nuestro presupuesto porque la compra no se razona demasiado.

Furor por los gadgets inútiles
La taza con USB se vende como un gadget para mantener caliente las bebidas, pero rara vez cumple su objetivo.

La taza con USB se vende como un gadget para mantener caliente las bebidas, pero rara vez cumple su objetivo.

“Los microconsumos generan una falsa sensación de control. Crees que gastas poco, pero el problema es la frecuencia y la falta de registro”, afirmó Laura Espinosa, especialista en finanzas del comportamiento, al diario mexicano El Imparcial.

Incluso hay hasta un componente social en esta conducta: el consumo de tecnología muchas veces funciona como marca identitaria. Usar una tostadora controlada desde el celular o tener una taza que se conecta por USB a la computadora puede no ser útil, pero sí comunicativo: habla de pertenencia, también de humor y, sobre todo, ironía.

Capitalismo de lo absurdo

Este fenómeno de consumo también interpela a pensadores contemporáneos.

El filósofo Byung-Chul Han crítica la sociedad del rendimiento y el exceso de productividad en la era digital y sostiene que la obsesión por la autoexplotación y la maximización del rendimiento ha generado una sensación de agotamiento y ansiedad. De allí es que ese exceso nos lleva a buscar, a veces sin darnos cuenta, espacios de no sentido.

Así, comprar un gadget inútil puede ser tomado como una forma de descanso o de salirse de la lógica del “todo debe tener un propósito”.

Furor por los gadgets inútiles
Travelmate, la valija que sigue a su dueño, un dispositivo que muchos cuestionan su función

Travelmate, la valija que sigue a su dueño, un dispositivo que muchos cuestionan su función

El sociólogo Zygmunt Bauman parece validar esta postura cuando habla de una “modernidad líquida” en la que los vínculos y los objetos son desechables. Lo inútil, entonces, no es un error del sistema: es parte integral de su funcionamiento.

En su libro “Vida Líquida", de 2005, señalaba: “El consumo es una forma de relación con el mundo, con las cosas y con las personas. Se nos enseña a relacionarnos con todas ellas como consumidores: usar, desechar, reemplazar.”

¿A quién le sirve lo que no sirve?

Todos estos gadgets que parecen inútiles curiosamente, en términos de mercado, son productos que sí “sirven”.

Por ejemplo, los modelos más populares de tazas USB en MercadoLibre Argentina superan las 3.000 ventas por publicación y hay decenas de vendedores activos que las ofrecen.

El mercado de electrodomésticos inteligentes, incluso los de funciones ridículas, proyecta un crecimiento sostenido, según investigaciones de distintas consultoras. Por ejemplo, la categoría de tostadoras smart podría alcanzar los 3.000 millones de dólares globales para 2030, fecha para que todo el conjunto de electrodomésticos inteligentes generarán alrededor de 78.000 millones de dólares, según un informe de MarketsandMarkets de 2024.

Cuando lo inútil tiene sentido

Las compras sin sentido existen desde hace tiempo. Desde una planta de plástico hasta un barajador de cartas automático, hay miles de productos que se venden a diario porque alguien cree que le puede servir.

La paradoja es clara: mientras más inútil parece un dispositivo, más atractivo puede volverse en un ecosistema saturado de tecnología “seria”. Comprar lo innecesario, al fin de cuentas, puede ser también una forma de rebelión.

Sin embargo, no deja de ser parte del sistema de consumo en el que vivimos. Slavoj Zizek lo señala bien en su libro “Living in the End Times” (2010) al decir: “Consumimos para sentir que actuamos, pero esa acción no debe tener consecuencias reales. Esa es la paradoja del deseo en el capitalismo”.

OPINIÓN

La era de la boludez

Era 2009 y acababa de comprarme un iPhone -que me había costado carísimo a pesar de haber encontrado una buena oferta- y era un dispositivo desafiante. Pasado el primer momento de fascinación por la pantalla táctil, la conexión a internet y la cámara de fotos descubrí que la App Store, su tienda de aplicaciones, -quizá la verdadera revolución que provocó Apple- tenía apps que explotaban funciones que asombraban por su funcionamiento y su ridiculez.

Un gran ejemplo fue la app de la cerveza, que solo servía para simular que uno bebía al usar el iPhone como un vaso. Tenía sonido e imagen porque usaba el giroscopio del teléfono para activar la animación cuando se lo inclinaba.

Embed - iPhone 1st Generation | iBeer #RetroTech

Los smartphones sumaron así al mundo virtual lo que ya existía en el físico: opciones muy sofisticadas con funciones poco útiles.

Así llegamos a hoy donde software y hardware conviven para unir tecnología de punta con funciones cuestionables. Eso pasó con Gatebox, un asistente virtual con holograma animé 3D para domótica y conversación. Costaba $2,520, mientras parlantes smart de Amazon o Google con funciones similares aunque sin animación cuestan menos de $100. El holograma, que se ofrecía como “novia virtual”, era la parte emocional del producto, y también la menos práctica.

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¿Cambiará nuestra forma de consumo saber que pasada la emoción inicial abandonaremos ese gadget en un cajón? Muy probablemente no, porque habrá otro que nos genere la misma excitación y el ciclo volverá a comenzar.

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