Rosana Bravo y su vida al volante: la pasión, los prejuicios y la discriminación

A los 10 años comenzó a conducir un camión con la ayuda de su papá, en Ramblón, San Martín. Tras ser transportista toda la vida, hoy lleva y trae a los obreros de YPF a la destilería

Las jornadas de Rosana empiezan a las 4 de la madrugada porque a las 8 debe llevar a los empleados de YPF a Luján. Foto: José Gutiérrez / Los Andes
Las jornadas de Rosana empiezan a las 4 de la madrugada porque a las 8 debe llevar a los empleados de YPF a Luján. Foto: José Gutiérrez / Los Andes

Sentada en la falda de un viejo camión Mercedes Benz, Rosana Bravo tenía 10 años, no llegaba a los pedales pero se maravillaba al mando del volante y “rebajando” cambios.

En Ramblón, departamento de San Martín, donde nació y creció, su papá transportaba agua potable para una escuela y era costumbre acompañarlo junto a su hermana Sonia.

Por entonces no imaginaba que esa actividad históricamente propia de hombres iba a acompañarla toda su vida y a transformarse en una verdadera pasión.

Tal vez por eso, se lamenta hoy a los 51 años y con muchas rutas recorridas, es que la discriminación sigue existiendo y ella la vivió en carne propia: en las numerosas remiserías de San Martín donde se postuló para trabajar, no la tomaron en cuenta.

“No culpo a nadie; creo que es una cuestión cultural. Pero directamente no me recibían el currículum. En una de estas remiserías me preguntaron si el trabajo era para mi hijo y cuando dije que yo era la interesada lo tiraron a la basura”, recuerda.

Mamá de cinco hijos y abuela de cuatro nietos –uno viene en camino—Rosana está habituada al volante y a esta altura no podría hacer otra cosa: tiene el carnet habilitante y muchos años recorrió rutas de varios puntos del país y de Chile junto a Sebastián, uno de sus “niños”, que heredó esta actividad.

El mate (que lo toma sólo cuando se detiene porque conducir exige muchísima responsabilidad y podría distraerla) es su fiel compañero.

“Me casé muy joven y llevo casi 20 años divorciada, de modo que siento una gran libertad. Entiendo que no es un trabajo para cualquiera pero me desempeño con profesionalismo y responsabilidad y, además, me encanta”, señala.

Hoy Rosana conduce una trafic que traslada obreros hacia la destilería de YPF situada en Luján de Cuyo.

Su jornada se inicia a las 4 de la mañana, porque a las 8 “los muchachos”, como ella los llama, ingresan a la empresa. Como vive lejos, los días de semana elige quedarse en Perdriel, pero sábados y domingos los comparte en familia, con hijos y nietos.

La experimentada conductora vuelve a hablar de la discriminación y, por lo tanto, a las preferencias masculinas a la hora de seleccionar personal. “Es notable pero a la vez lo entiendo. En las remiserías ni siquiera se detenían a mirar mi experiencia, que es abultada porque toda la vida hice transporte. Mi CV iba literalmente a la basura hasta que me cansé de llevarlos”, reitera.

Antes de la pandemia por el Covid-19 se dedicó a trasladar turistas a las termas de Cacheuta, pero luego debió abandonar obligada por las restricciones. Previamente trasladó chicos con discapacidad desde y hacia las escuelas especiales.

“He perdido cumpleaños de nietos por estar trabajando, pero creo en la responsabilidad y en el respeto hacia los pasajeros, que se me merecen viajar tranquilos, seguros y sin apuros”, advierte.

Por eso, insiste, Rosana siente mucha bronca e impotencia cuando observa a conductores de micros o taxis que van mirando el teléfono celular. “Claro que en estos tiempos es importante llevarlo, pero mi premisa es no tocar el teléfono hasta no llegar a destino. Si es algo importante, como siempre digo, que insistan y me freno a un costado”, señala.

A lo largo de sus años en el rubro, fue multada una sola vez por un motivo que ella consideró injusto: una luz baja que no llevaba encendida. Fue una “puñalada a la autoestima”, pero siguió adelante.

“¿Cómo me tratan los hombres? Son muy respetuosos y solemos ir conversando, aunque a veces me dicen que haga de cuenta que soy uno más”, relata y ríe.

Si bien la ruta le encanta, también adora la rutina de llevar y traer obreros a las fábricas porque la mantiene actualizada y le brinda un “roce social” y temas de charla.

“Algunos suelen llamarme tía; me causa mucha gracia. Me llevo bien con serenos, guardias, obreros. Por lo general soy la única mujer, pero debo aclarar que nunca he sufrido acosos o malos entendidos”, sostiene.

Entre tantas idas y vueltas a otros de sus empleos, en Cartellone Industrial ha sufrido desperfectos o pinchazos de neumáticos de los que pudo salir airosa. “Sé cómo reparar una llanta aunque, claro, si estoy con hombres prefiero que me ayuden”, aclara.

De madrugada, de día o de noche, por caminos lisos o rutas dificultosas, Rosana le pone el hombro a su trabajo con una sonrisa ancha y la satisfacción de hacer lo que más le gusta.

Eso sí: con la compañía de siempre: buena música, mate amargo y los cigarrillos, un vicio que no puede abandonar.

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