Cuando Nicolás Pasquali (33) les confió a sus seres queridos que quería recorrer todos los países del mundo, la reacción fue obvia.
El trotamundos de 33 años viajó durante los últimos ocho años y pisó 196 países. Cuenta las veces que estuvo al borde de la muerte, sus cruces con los talibanes y cómo la argentinidad lo hizo zafar.
Cuando Nicolás Pasquali (33) les confió a sus seres queridos que quería recorrer todos los países del mundo, la reacción fue obvia.
“Un disparate”, le dijo un amigo. Otro le cuestionó que “es imposible” porque -como todos nos preguntamos- “¿cómo lo vas a pagar?”. Sus padres, al ver los posibles destinos del itinerario, le advirtieron: “Ahí no se puede ir. Te van a matar”. Sin embargo, este joven trotamundos nunca lo dudó: “Realmente cuesta creer en uno mismo. Nadie te va a dar el voto de confianza, por eso fue clave haber creído desde el primer día”.
Después de ocho años de viajes con resultados impensados, Nicolás Pasquali (@nicopasqualiok) se convirtió en el primer argentino en visitar los 196 países del mundo (193 que reconoce la ONU más Taiwán, Palestina y Ciudad del Vaticano) y la persona número 326 a nivel general en lograrlo.
“La realidad es que estamos todos en la misma bolsa. Cómo se dividió al mundo fue siempre por un tercero discutiendo el poder”, reflexiona Nico, recién salido de Corea del Norte, el último país que pisó días atrás para completar la hazaña iniciada en 2017.
A pesar de la fascinación que genera desde la óptica de Occidente, el hermético régimen de Kim Jong-un no fue elegido a propósito como su meta final. Simplemente se dio por la demora de un permiso de ingreso para extranjeros, que Nicolás recién obtuvo el pasado 15 de febrero y le habilitó una ventana de 72 horas para llegar del barrio porteño de Belgrano a Corea del Norte.
“Viejo, me estoy yendo”, le alcanzó a avisar a las 2 de la madrugada a su papá en el departamento que ambos comparten en Buenos Aires. Algo lógico, ya que su estilo de vida nómade le demostró que alquilar o comprar una casa era un sinsentido.
Nicolás tomó una botella de agua, se aseguró el pasaporte y partió con su bolso en mano al aeropuerto de Ezeiza. Compró los pasajes de avión arriba del taxi y calculó unas 53 horas de vuelo entre Ezeiza, São Paulo, Adis Abeba (Etiopía), Pekín y Yanji (China), previo a cruzar vía terrestre en colectivo a Rason, la ciudad fronteriza ubicada al noreste de Corea del Norte.
“Menos mal llegaste”, le dijeron a Nico los organizadores del tour. “Es que crucé todo el planeta”, contestó él. “Pero en esas 72 horas tenías que estar en China, no en el culo del mundo”, le remataron.
Antes de que su conexión se cortara por completo, Nicolás aprovechó la última señal de internet en China para subir una historia a sus redes y avisar que si en los próximos cinco días algo le pasaba, sólo lo sabrían cuatro guías norcoreanos y los 12 turistas que integraban la comitiva de Most Traveled People, empresa turística y verificadora del récord. Claro, siempre y cuando el régimen lo permitiera.
“Cualquier error que cometas, así sea una foto que no debas sacar o una calle que no tengas que pisar, vas en cana o sos boleta”, resume este viajero, quien estableció su propio cálculo de vida: por año, enfrentó un promedio de entre 10 y 12 oportunidades de morir en los países que visitó.
Para solventar tantos viajes, Nicolás reunió capital desde los 19 años, justo en la transición entre el secundario y la universidad. Como licenciado en administración especializado en finanzas, supo invertir sus ahorros en la Bolsa para que le dieran renta e hizo gala del instinto de supervivencia económica tan innato de los argentinos. El del rebusque, la “changa” y dormir entre cuatro y cinco horas por día.
Su talento para el tenis lo aprovechó para dar clases. Lo mismo aplicó con sus conocimientos contables. Como un oficinista del montón, se sentó en la ventanilla de un banco de 8 a 18 horas. Y cuando se hartó, también repartió folletos en la calle.
A Nico lo secuestraron en Mauritania, apenas el segundo país africano que pisó y donde se subió al Iron Ore Train, “el tren más peligroso del mundo”. Estuvo preso en el Congo. Pasó 11 días varado contra su voluntad en una isla inhóspita y sin nombre en Guinea-Bisáu. Estrechó sus manos a dirigentes políticos, tanto los “democráticos” como los que mataron a Muamar el Gadafi en Libia. En Peshawar (Pakistán), por ejemplo, conoció al fabricante de armas de los talibanes y cofundador del movimiento, Abdul Ghani Baradar, quien le firmó una carta de visado para entrar a Afganistán y entablar amistad con el pueblo pastún.
También se enfrentó a los piratas somalíes, sobrevivió a una tormenta de arena en Arabia y atravesó situaciones insólitas en las que el fútbol y la “viveza” argentina jugaron un rol clave. Como en Irak, donde hablar de Messi lo salvó de recibir un balazo en la cabeza para terminar jugando al backgammon con un carcelero.
En ocasiones, a la crisis pudo convertirla en una oportunidad. En marzo de 2020, la pandemia de Covid-19 lo agarró en Estados Unidos. Imposibilitado de volver a Argentina y sin privilegios diplomáticos, se quedó unos meses más y se largó a viajar en motorhome.
El mundial de Qatar 2022 lo halló a Nico en la isla de Samoa “en medio de la nada del Pacífico Sur”, donde un terremoto de magnitud 7.3 lo apuró a evacuar. Recaló en Hawái previo a tomar un vuelo al continente, pero aquel mítico 18 de diciembre, las cenizas del volcán Mauna Loa lo obligaron a quedarse en el aeropuerto de Honolulu y cancelar su regreso.
Cuando Montiel metió el penal que le dio a Argentina la Copa del Mundo, Nicolás gritó con tanta fuerza que lo escuchó otro compatriota en el piso de arriba del aeropuerto. Era inevitable salir a su encuentro: “Lo abracé más de lo que a mi mamá cuando llegué a Buenos Aires”.
Después de haber estado en 20 países en guerra, Corea del Norte fue un país “fácil” de visitar para Nicolás, siempre y cuando se ajustara al itinerario propagandístico y normativo aprobado por el régimen de Kim Jong-un.
Su grupo, el único de visitantes occidentales autorizado en los últimos cinco años, debía seguir las reglas norcoreanas al pie de la letra. De lo contrario, no sólo “no la contaba” sino que, además, arruinaba a futuro otros viajes de turistas: “Estaban todos los ojos sobre nosotros”. De hecho, justo este miércoles 5 de marzo, el régimen comunista suspendió la entrada de extranjeros y, ante la falta de embajadas, recordó sobre la falta de garantías.
Al tomarse una foto junto al monumento a los líderes supremos, el argentino tuvo que prestar especial atención a la posición de sus brazos. Si los cruzaba detrás de la espalda, podía terminar tras las rejas, vaya uno a saber dónde.
A Nico y sus compañeros turistas, entre los que asomaban un arqueólogo y un famoso youtuber, los alojaron en un hotel de lujo. Por supuesto, sin internet ni acceso a contenidos provenientes de afuera: “La única norma era tratar a todos con respeto. Nos mostraron escuelas, teatros, farmacias, fábricas, monumentos e hicimos una caminata por la montaña”.
En cada comida, servían grandes banquetes sin opción de elegir qué comer, donde la cerveza era más frecuente que el agua. El resto, dentro de lo esperado: kimchi, sopa, pastas, arroz, salchichas, té.
Lo que más le impactó fue la falta de libertad de pensamiento.
Cuando asistió a una clase en una escuela, Nico les preguntó a dos chicos de 13 años qué les gustaría ser cuando sean grandes. “Militares para proteger al líder, a mi país”, le respondieron.
En un teatro, unos niños bailaban con perfecta armonía, como si su corta edad hubiera sido dedicada exclusivamente a ese momento. Mientras agitaban en sus manos banderitas norcoreanas y cantaban que “Kim Jong-un es el mejor”, unos cohetes explotaron de fondo en la animación de la pantalla: “Vamos a vencer a Estados Unidos. Kim Jong-un nos dio todo, lo amamos”.
La sensación de aislamiento era absoluta. “Pero ellos no tienen cómo comparar su vida con la de otros 196 países. No saben que existe otra realidad. Es como la alegoría de la caverna. No hay posibilidad de angustia si no sabés que existe algo ‘mejor’”, admite Nicolás.
Pese a la tensión en las charlas con los locales, el argentino repetiría sin dudar la experiencia de visitar Corea del Norte, porque lo suyo no se trata de tachar países en una lista, sino de conocerlos a fondo.
Aunque no diría lo mismo de Yibuti, en el Cuerno de África, donde la religión extrema y la fuerte presencia militar provocaron que no quiera volver jamás.
Más allá del récord, a Nicolás le quedan millas por usar (y acumular). Por estos días, anda por París, donde se quedó en lo de un amigo para aprovechar la generosidad de la ciudad del arte y vender un cuadro de temática militar adquirido en Corea del Norte. Luego, retornará a Argentina, donde ansía preparar un documental sobre su bitácora.
“Estoy muy emocionado. Estos ocho años no fueron un viaje exterior, sino interior. Soy un agradecido a toda la gente que conocí, a las oportunidades que tuve, a los amigos que hice... Me gustaría hacer un documental con mi vida, mostrarle a la gente que sí se puede cumplir un sueño. Dale tiempo a tu proyecto, pero se puede, esforzate”, anima este incansable trotamundos.
Su experiencia lo respalda: “Lo que digo va más allá de los viajes. Tuve un sueño y lo pude cumplir. Aprendí de gastronomía, sociedades, política, música, historia, climas... La vida es enriquecerse de lo que pasa en el mundo, y quiero compartir la enseñanza. Es impresionante el grado de sociabilización que uno alcanza estando solo. Cualquiera de nuestros padres nos diría ‘no hables con extraños’, pero hay que cambiar la perspectiva”.