“Me hice este bastoncito con la rama de un limonero que tengo en casa. Es flexible, igual al de Carlitos Chaplín. Está engarzado en oro ¿ves? (y muestra una moneda de 50 guitas que salió de circulación en los 70) Te lo vendo en $80”, me decía hace unos años, un domingo, mientras vendía sus juguetes en la esquina de la Municipalidad, rutina que cumplía todas las semanas. Hoy esa esquina quedará definitivamente triste. Ha muerto don Armando Beningazza, el último juguetero, el inventor de sonrisas.
Tenía 94 años y la noticia ya impactó fuertemente en el ánimo todo San Martín y en todo Mendoza. Su figura se había hecho emblema de un tiempo pasado, que se resistía a partir. Creador de juguetes de madera, defensor de los baleros, de los camioncitos con ruedas torneadas, de los trenes de colores, de las marionetas, don Armando fue un refugio de la infancia de todo un pueblo.
"Yo hice el bastoncito para mí, porque ando mal de las bisagras. Pero no importa, te lo vendo y me hago otro”, me decía.
Todavía montaba en esos días su querido Fiat 125 celeste, modelo 77, siempre repleto de juguetes de madera.
“Los hago yo desde que me hicieron cuatro baypass. Desde ese día ando regalado. Decidí dejarles todo a mis hijos y dedicarme a esto. Fue un 11 de agosto, un Día del Niño”, recordaba.
Ese "todo" que le legó a sus hijos, es una histórica carpintería en la calle Avellaneda.
Su 125 estaba casi tapado de camioncitos, aviones, sillas y mesas pequeñas, baúles, juguetes que vendía armados o desarmados. “Yo prefiero venderlos desarmados. Les doy todas las piezas, con todo lo necesario para ensamblarlos. Hasta los clavitos y el plano, para que el chico arme el juguete, que aprenda y así también lo valore”, contaba.
Cuando le preguntaron el precio de un camioncito, en esos días de la charla, dijo: “Se lo dejo en $150, para que usted lo arme en su casa o a $160 así, pintadito y todo”.
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Armando Beningazza, el maestro de los juguetes, en un homenaje que le realizó la Municipalidad de San Martín.
Armando había nacido a las tres de la tarde del 18 de diciembre de 1930 “el mejor año que ha existido”. Fue hijo de inmigrantes italianos que, apenas llegados a San Martín, pusieron una ferretería “vende tutti”, especialmente de materiales de carpintería. Todavía está en el mismo lugar.
Se casó con Elba Santilli, con la que tuvo tres hijos varones y un montón de nietos.
Vivió 94 años, lúcidos, enérgicos. Decía que su secreto era “comer bien y andar en bicicleta. La gran perdición es el automóvil. Y hay que dejar de preocuparse por lo material. Cuando vamos para “allá” no vamos llevarnos ni el vuelto”, y decía: "Los que viven en Sicilia, al pie del volcán Etna, se gastan todo lo que han ganado durante el día. Cuando se van a dormir dan vuelta los pantalones, porque puede ser que no despierten al día siguiente”.
Armando tenía una estrecha relación con la tierra de sus padres. “En el 47, después de la guerra, nos trajimos a cinco primos. Eran carpinteros y venían muertos de hambre”. Los Beningazza los ayudaron a rearmar su vida en la Argentina.
Se fue den Armando Beningazza, el defensor de todas las infancias. Nos hemos quedado solos.