Merendero. un plato de comida puesto con amor, fe y esperanza

Patricia abrió en su casa y en plena pandemia este este comedor para ayudar a más de 120 familias de la zona de Puente de Hierro, en la zona rural de Guaymallén. Cuenta con la ayuda de tres amigas.

Allí funciona Granito de Fe, desde hace unos días, gracias a la voluntad de Patricia, que pudo hacer realidad su sueño: alimentar a los niños de su barrio. Foto: José Gutiérrez / Los Andes.
Allí funciona Granito de Fe, desde hace unos días, gracias a la voluntad de Patricia, que pudo hacer realidad su sueño: alimentar a los niños de su barrio. Foto: José Gutiérrez / Los Andes.

Cuando Patricia, Norma, Silvia y Miriam se fueron a acostar el lunes por la noche, estaban felices. Las cuatro viven en sus humildes casas del barrio Grilli Norte, en Puente de Hierro (Guaymallén), y su satisfacción no era para menos: habían preparado varias ollas de arroz con leche para repartir entre los más de 120 niños (y sus familias) a quienes asisten todos los martes y jueves por la mañana y por la tarde en el merendero Granito de Fe.

Desde hace dos semanas, este espacio funciona en la casa de la primera de las mujeres; una mujer de 40 años y quien en plena pandemia pudo cumplir su particular sueño pendiente: inaugurar su merendero.

Pero cuando amanecieron ayer, algo había fallado; y el contenido de algunas de las ollas se había echado a perder. “Tuvimos que tirarlo, y salir corriendo, cada una con lo que tenía, a preparar de nuevo. Hicimos lo que alcanzó, perdimos varias ollas grandotas. Pero no podíamos decirles a los chicos que no había nada”, recuerdan luego de repartir varias raciones, acompañadas de buñuelos caseros. Y sonríen, porque saben que lamentarse y llorar sobre la leche derramada -literalmente- no cambiará nada. Este esfuerzo (apenas uno de los infinitos que hacen en el día a día) les permitió repartir ayer en dos y hasta tres tandas la comida a los niños del lugar, los mismos que -aunque sabían que recién a las 17 iban a poder retirarla-, se acercaban desde el mediodía a preguntarle a Pati qué iban a comer hoy.

“Hay mucha necesidad acá, y con la pandemia salió más gente a la calle. Porque hay menos trabajo, todo es más caro, y creció la necesidad”, resume Patricia Evangelista, quien vive prácticamente desde siempre en el lugar; y quien lleva más de tres años ayudando en comedores. Antes era una de las voluntarias del otro comedor del lugar. Pero cuando cayó en la cuenta de que con uno no alcanzaba, decidió abrir su propio merendero; en su casa, con lo poco que puede comprar con su dinero y lo otro -también poco- que llega de donaciones. Las otras mujeres que la ayudan también aportan lo que pueden, desde comida y su tiempo hasta la garrafa para cocinar (que no baja de los 700 pesos en la zona). Ninguna tiene otro trabajo, porque la pandemia también las borró del mapa laboral.

“El otro comedor sigue funcionando, pero no alcanza. Y como la gente me conoce, cuando iban al comedor y lo encontraban cerrado; venían directamente a mi casa a preguntarme si tenía algo de comer. Entonces decidí abrir mi merendero”, sigue Patricia, quien vive con a su esposo Alejandro (que se las rebusca con changas), y sus tres hijos, una niña de 12 años y dos nenes de 7 y 4 años.

Un viejo sueño

Hay quienes anhelan ganar la lotería para convertirse en millonarios de la noche a la mañana, hay quienes sueñan con ser una estrella de rock, y también hay quienes sueñan con ser futbolistas profesionales. Sin embargo, el sueño de Patricia -desde hacía ya años- era abrir su propio merendero. Y pudo concretarlo en plena pandemia de coronavirus, lo que puede leerse como un doble logro (o doble sacrificio).

“Preparamos lo que tenemos a mano. A veces hacemos de comer, a veces una olla gigante de té con leche; pero siempre tratamos de que los chicos se vayan a dormir con algo en el estómago, y con una sonrisa. Tenemos un cuaderno con los nombres de los chicos que vienen a buscar comida, y muchos se llevan tres o cuatro raciones para sus familias. A veces vienen algunos que no están anotados, y les damos una porción. ¿Cómo les vas a decir que no le das comida porque no están anotados?”, resumen Patricia, Norma y Silvia luego de repartir la segunda tanda de raciones. En el cierre perimetral de la vivienda -de palos y troncos- sobresale un cartel de tela con letras de cartulinas de colores donde se lee “Granito de Fe”. Y en papeles manuscritos más pequeños, varios carteles con dos indicaciones claras: “traer tapabocas” y “traer táper”.

“La puse Granito de Fe porque siempre en mi corazón yo tengo la esperanza de que voy a poder ayudar. Cuando uno quiere hacerlo, no hace falta tener una casa con muchos pisos; o un autazo. Yo ayudo en mi casa, a pulmón con lo que conseguimos con las mujeres que me ayudan y otros vecinos. La asignación que cobro por mis hijos la destino al merendero. Y no espero nada a cambio. Simplemente me conformo con que un día, cuando yo esté viejita, pueda ver que mi hija sigue con esta labor”, concluye Pati, siempre con una sonrisa y con la humildad que la caracteriza.

Aunque tampoco tiene de sobra para su día a día, Norma también sonríe mientras observa a un grupito de chicos que se retiran con timidez, llevando los recipientes con comidas y bolsitas de nylon con buñuelos en su interior. “Con solo verles la cara de alegría y felicidad a los chicos cuando reciben la comida, uno siente que eso paga todo”, sintetiza.

“Una hace esto porque lo siente, porque quiere ayudar. Acá hay muchos niños, uno ve tantas cosas. Y con algo así se puede aportar un montón. La gente siempre está agradecida”, agrega a su turno Silvia.

El almuerzo y la merienda todos los martes y jueves es la meta que se han fijado para comenzar. Pero saben que no es suficiente cuando hay hambre y necesidad. El próximo paso será entregar raciones todos los días, de lunes a lunes y sin excepción.

Para quienes quieran colaborar con Granito de Fe

Algunas donaciones de particulares o de agrupaciones; más lo que sale del bolsillo de Patricia Evangelista y quienes la ayudan es lo que le ha permitido a la mujer llevar ya dos semanas repartiendo dos comidas diarias, martes y jueves. “Hacemos malabares para cocinar. Tenemos apenas una cocinita chiquita, ponemos nuestras garrafas y lo hacemos en las ollas que tenemos. El otro día averigüé cuánto sale una olla linda y grande… ¡9.000 pesos! ¡Con eso doy de comer cinco días, por lo menos!”, resume y sonríe Patricia, quien inauguró el Merendero Granito de Fe en su casa.

Más allá de la inagotable voluntad y de llevar adelante el lugar “a pulmón”; Pati y quienes la ayudan son conscientes de la importancia que puede tener cualquier tipo de colaboración con mercadería. “Hay niños que se van a la cama habiendo comido lo que les damos acá, y nada más”, reflexionan en voz alta.

Para colaborar, los teléfonos son 2612434130, 2612717527 (WhatsApp) y 2612717527

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