7 de junio de 2025 - 00:00

La noticia del instante

Una reflexión sobre el oficio, los medios, las nuevas tecnologías y su impacto social, a cargo de un reconocido periodista que trabajó en diario Los Andes y fue corresponsal de Clarín en Mendoza.

A veces me atrapa cierto fastidio por repetir la peligrosa pendiente en la que se encuentran los medios de información masivos, tanto porque han sido reemplazados por el grosero uso de las redes sociales o porque veo cómo declinan los grandes valores que han regido su desempeño. Quisiera detenerme en algunos aspectos de los muchos que afectan su actualidad.

Los diarios, sobre todo, se van convirtiendo en folletines impresos cada vez más escuálidos porque avanzó una tecnología implacable cuyo horizonte sólo podemos adivinar. Para sobrevivir, o prolongar su agonía, esos diarios debieron plegarse al movimiento digital y acudir a nuevas ideas, más imaginación, a una velocidad que también los hace vulnerables: existe ahora la noticia del instante y menos rigor en el contenido de transmisión al público.

Es cierto que hay grandes medios que, aún en su caída, mantienen las formas éticas y se esfuerzan por no doblegarse a los dictados de gobiernos autoritarios o que van camino de serlo. Gobiernos insultantes, despóticos, violentos, que ponen de rodillas a muchos y amenazan con perpetuar consignas que lesionan no sólo la libertad de prensa sino al propio sistema democrático. El periodismo en esos términos está en crisis. Como dijo Pepa Bueno, directora de El País de España, ahora se hace un periodismo de persistencia porque estamos ante la última frontera de la libertad.

Los medios están girando en una vorágine impuesta por nacionalismos populistas que toman el mando en países inclinados a entregarse a esas tendencias. O porque hay pueblos que sienten un hartazgo, que falla la credibilidad, o simplemente quieren el cambio para estar mejor. Y entramos en lo mismo: amenazas, temor, exceso de apego periodístico a manejos cuasi autocráticos. Y a veces hasta enfrentamientos de unos contra otros en el propio ámbito periodístico, marcando una división que excede el marco de la recomendable ecuanimidad para caer en trapisondas verbales de la peor estirpe.

Han cambiado los modos. De la elegancia o del respeto se pasó al insulto cotidiano. En nuestros días parecen no tener éxito los que practican la moderación. Triunfan la ofensa, el chisme, la humillación, la descalificación. No incluyo a medios que mantienen una ética del comportamiento, a quienes no se inclinan ni arrodillan ante una amenaza, la injuria, la extorsión o el agravio. No son muchos, pero los hay y los leo o los escucho. Me refugio en ellos para mantener mis propias convicciones. Han cambiado los modos. De la elegancia o del respeto se pasó al insulto cotidiano. En nuestros días parecen no tener éxito los que practican la moderación. Triunfan la ofensa, el chisme, la humillación, la descalificación. No incluyo a medios que mantienen una ética del comportamiento, a quienes no se inclinan ni arrodillan ante una amenaza, la injuria, la extorsión o el agravio. No son muchos, pero los hay y los leo o los escucho. Me refugio en ellos para mantener mis propias convicciones.

Estamos mal, acosados a un mismo tiempo por el uso de redes sociales que han reemplazado parcial o enteramente a los medios de información. O al menos se convirtieron en un complemento peligroso por la mendacidad de sus mensajes. Se dice cualquier cosa, de cualquier manera y en todo momento. Algunos me dirán que ese despliegue de información beneficia a la libertad, la refuerza, genera una vigilancia mayor de los actos de gobierno. Y también es cierto. Por eso el periodismo está en crisis: son reemplazados y por lo tanto se debilitan, se restringen, quiebran, abdican. Pierden esa intermediación histórica con la gente.

Ya no existen las grandes investigaciones de los diarios o de los medios electrónicos. Y cuando digo grandes, no me refiero a periodistas que individualmente asumen el riesgo de descubrir desfalcos, corrupción o maniobras políticas, sino a modelos como los que impusieron los diarios americanos como el New York Times. Y que en la Argentina replicaron con menor envergadura. Esos tiempos han terminado, al menos por ahora.

Siempre he sostenido que hubo periodistas brillantes en épocas diferentes. En Argentina, y en el caso de Mendoza, también los hubo, los hay y los seguirá habiendo. Pero hay menos. Ya no se diferencian por sus estilos sino por su falta de formación intelectual. Poca literatura, más Google. Y por remuneraciones insuficientes que conspiran contra vocaciones fuertes, llenas de valores, admirables algunas de ellas, que se desploman por carencia de incentivos.

Pertenezco a una generación ya antigua pero aún así, entiendo el fenómeno de los cambios que se están dando en los medios de información. Los entiendo plenamente y no me pliego a muchos de ellos como sí adhiero a otros, muy recomendables. Pero hay una línea que no se debe vulnerar, que es perpetua, que nos invita a ser periodistas en el cabal significado de esta profesión. He querido siempre decir a los jóvenes que se forman en nuestro oficio que molesten, descubran, difundan lo que los gobiernos ocultan. Pasarán momentos bravos. ¿ Y si no, dónde están la gratificación, el valor, el deber, el orgullo de un noble transcurrir?

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