Las historias funerarias constituyen un mundo apasionante. Antes de ser una señal de luto, la esquela fue una carta breve, un modo de invitar o convocar a alguien a un encuentro. En los siglos XVII y XVIII, especialmente en Europa, la palabra designaba pequeños billetes —a veces doblados en triángulo— donde se escribían mensajes personales o sociales.
Con el paso del tiempo, ese formato íntimo se transformó en una herramienta pública: una notificación de muerte. Así nació el aviso fúnebre.
El cambio no fue casual. En las ciudades modernas del siglo XIX, donde los periódicos ya llegaban a todos los hogares, las familias encontraron en la prensa un modo de anunciar la pérdida y pedir acompañamiento en el dolor. De esa costumbre urbana nacieron las columnas de “defunciones”, donde un apellido podía ocupar una página entera de luto.
Historias funerarias
Las primeras esquelas eran verdaderas obras tipográficas. Un borde negro grueso, una cruz al centro, el nombre en letras mayúsculas y una frase final: Q.E.P.D. o R.I.P.. Cada elemento hablaba del respeto, la fe y el rango social del difunto. A veces se incluían títulos nobiliarios o profesionales: “Doctor”, “Comandante”, “Madre ejemplar”. Otras veces, frases más íntimas: “Tu esposa y tus hijos no te olvidan”.
Las diferencias religiosas también moldearon su estética.
- En el mundo católico, dominaban la cruz y las plegarias por el alma.
- En las comunidades judías, la Estrella de David y la abreviatura Z.L. (Zijronó Liberajá), “bendito sea su recuerdo”.
- En las últimas décadas, el lenguaje laico comenzó a abrirse paso: expresiones como “culminó su ciclo de vida en paz” reemplazan las referencias religiosas, reflejando una sociedad más plural y diversa.
Cuando la prensa se volvió parte del duelo
El siglo XX marcó el auge de los avisos fúnebres en los diarios. En ciudades como Buenos Aires, Rosario o Mendoza, los lectores pasaban cada mañana por esa sección antes de leer las noticias. Era un espacio donde se cruzaban todas las clases sociales: el empresario, el médico, el vecino anónimo, todos compartiendo la misma despedida impresa.
Con el tiempo, surgieron catálogos de diseño: marcos grises o negros, tipografías solemnes, símbolos religiosos o laicos. Los diarios ofrecían modelos, y las familias solo debían entregar los datos: nombre, edad, fecha de fallecimiento, y los parientes que “ruegan una oración por su alma”. El periodista corregía, el diagramador encuadraba, y al día siguiente, el aviso aparecía. Era el último acto público de una persona, un ritual de papel.
Obituarios: cuando la muerte se vuelve historia
A diferencia de la esquela, el obituario es una crónica. No anuncia, sino que cuenta la vida de quien partió. Los medios importantes suelen tener preparados los obituarios de figuras públicas mucho antes de su fallecimiento. Los redactores actualizan fechas, revisan trayectorias y, apenas se confirma la noticia, publican el texto. Así ocurrió con Churchill, Borges o la reina Isabel II: obituarios escritos en vida, listos para el día del adiós.
Los avisos fúnebres son el gesto íntimo de los afectos; el obituario, la mirada pública de la historia. Y entre ambos aparece una gama de homenajes: recordatorios, misas, aniversarios. El lenguaje del duelo, en todas sus formas, sigue teniendo una función social: dar nombre a la ausencia y perpetuar la memoria.
De los diarios al mundo digital
Hoy, en la era de internet, las esquelas migraron al formato virtual. Los portales de noticias, los cementerios digitales y hasta las redes sociales se han convertido en espacios de memoria colectiva. Se puede “encender una vela” con un clic, dejar un mensaje o subir una foto. En algunos casos, los servicios funerarios ofrecen páginas conmemorativas con música, imágenes y firmas digitales de condolencia.
Aunque el soporte haya cambiado, el sentido sigue siendo el mismo: comunicar la pérdida, compartir el dolor y afirmar que esa vida existió. Las esquelas son, en definitiva, un puente entre los vivos y los muertos, entre lo íntimo y lo público.
Un retrato de la sociedad
Cada época deja su marca en el modo de despedir. Las esquelas revelan las transformaciones culturales, las creencias y hasta los estilos literarios de su tiempo. En ellas puede leerse el paso de la solemnidad victoriana a la brevedad moderna, del rezo al mensaje laico, de la tinta al píxel.
Detrás de cada recuadro negro hay una historia, una familia, un nombre que busca permanecer. Porque al final, una esquela no solo anuncia una muerte: intenta que esa persona no desaparezca del todo.