25 de diciembre de 2025 - 14:00

¿El mundo está perdiendo el color? El blanco, el negro y el beige conquistaron la vida

Del blanco de Pantone al auge del lujo silencioso, estudios y tendencias confirman un corrimiento global hacia lo neutro. Menos color, más control.

Desde que Pantone (empresa que creó un lenguaje universal del color) anunció Cloud Dancer, un blanco etéreo, como color del año 2026, la discusión dejó de ser puramente estética para volverse cultural, económica y política. Para la marca, se trata de “un susurro de tranquilidad y paz en un mundo ruidoso”, un color que simboliza calma, introspección y enfoque. Pero la elección reactivó una pregunta más profunda: ¿el mundo visual se está volviendo cada vez menos colorido?

Distintos estudios, análisis culturales y datos empíricos coinciden en una respuesta inquietante: sí. El color intenso retrocede y lo neutro avanza, no solo como preferencia visual, sino como síntoma de época.

En diseño, moda, arquitectura, tecnología y branding se consolida una misma paleta: blanco, negro, gris, beige y tonos tierra. La tendencia atraviesa interiores domésticos, dispositivos electrónicos, estéticas corporativas y feeds de redes sociales. El paisaje visual contemporáneo se vuelve homogéneo y silencioso.

En contextos atravesados por crisis económicas recurrentes, ansiedad colectiva, precarización laboral e incertidumbre social, los colores neutros funcionan como refugio visual. Frente a la sobresaturación de estímulos, el color intenso aparece como exceso o riesgo; lo neutro, como pausa, control y promesa de estabilidad.

Por qué los colores desaparecen

Las causas de este corrimiento cromático son múltiples y se superponen. Por un lado, la saturación visual: vivimos rodeados de pantallas, imágenes y estímulos constantes, donde el color fuerte cansa y el neutro descansa. A esto se suma la ansiedad social: en tiempos de crisis, el color vibrante se asocia al riesgo, mientras que el gris transmite seguridad y previsibilidad.

También influye la globalización: los colores culturalmente marcados no siempre funcionan en mercados internacionales, mientras que los neutros resultan universales y “seguros”. La lógica algorítmica de las plataformas digitales refuerza esta tendencia: Instagram privilegia imágenes limpias, tonos suaves y estéticas homogéneas, donde el color intenso puede “romper” el feed y perder visibilidad. Finalmente, opera un prestigio simbólico: lo neutro se asocia a intelectualidad, buen gusto y estatus; el color empieza a percibirse como excesivo o vulgar.

El resultado es una estética del silencio: menos identidad visual, espacios cada vez más parecidos entre sí y una reducción de la expresión emocional directa.

En el proyecto The Colour of Objects Over Time, desarrollado por el Science Museum Group Digital Lab de Londres, la investigadora Cath Sleeman analizó más de 7.000 objetos fabricados entre 1800 y 2020.

Mediante algoritmos que contabilizaron píxeles dominantes en fotografías de cámaras, lámparas, electrodomésticos y objetos cotidianos, el estudio mostró resultados contundentes:

  • En el siglo XIX predominaban marrones, amarillos y colores derivados de materiales naturales como la madera.
  • Hacia 2020, más del 40% de los objetos están dominados por negro, blanco y gris.
  • Si se suman los tonos metálicos, la cifra supera el 60%.
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The Colour of Objects Over Time. Representación gráfica que muestra cómo el mundo tiende a los colores neutros.

The Colour of Objects Over Time. Representación gráfica que muestra cómo el mundo tiende a los colores neutros.

El cambio no es solo estético. Coincide con la introducción del plástico, el acero inoxidable y el aluminio, la reducción del uso de la madera y la globalización de la producción. Producir objetos neutros es más barato, menos riesgoso y más fácil de vender en cualquier mercado.

Desaparición cultural y homogeneización global

Para entender el trasfondo cultural, el libro Chromophobia (2000) del teórico del color David Batchelor resulta clave. Batchelor sostiene que la cultura occidental desarrolló un miedo histórico al color, asociándolo a lo femenino, lo infantil, lo vulgar o lo extranjero. El blanco, en cambio, se vinculó a la razón, la pureza y la civilización.

Desde esta perspectiva, el retorno al blanco y al clean look puede leerse como una forma de higiene cultural: eliminar el color para proyectar orden, control y racionalidad.

El periodista cultural Kyle Chayka definió este fenómeno como AirSpace: una estética internacional genérica impulsada por plataformas como Instagram y Airbnb. Cafeterías, departamentos y hoteles se ven iguales en Buenos Aires, Nueva York o Tokio: paredes blancas, madera clara, plantas y mínima identidad local.

Según Chayka, esta estética reduce la fricción cultural para favorecer la circulación del capital. Es un conservadurismo de mercado: la seguridad de lo repetible frente al riesgo de la diferencia.

Argentina y Latinoamérica: entre uniformidad y tensión

En Argentina, la vestimenta urbana nocturna muestra una preferencia marcada por el negro. Lo básico, funcional y neutro domina. Vestirse distinto implica un costo económico y simbólico: destacar es un riesgo.

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En Argentina, el negro predomina a la hora de vestirse para salir.

En Argentina, el negro predomina a la hora de vestirse para salir.

La diseñadora y comunicadora de moda, Rocío Vázquez, señala que el negro funciona como estrategia para estilizar, ocupar menos espacio y disimular el cuerpo. El blanco, como color del año, expresa el auge del lujo silencioso: sobrio, elegante y sin color, donde lo cromático empieza a leerse como exceso.

En Latinoamérica la tensión es mayor. Son culturas históricamente coloridas, atravesadas por crisis profundas pero con identidades cromáticas fuertes. El blanco lo contiene todo técnicamente, pero culturalmente lo borra todo.

Color, crisis y giro conservador

Desde la economía del consumo, el fenómeno se explica como Recession Core o Quiet Luxury. En tiempos de inflación y recesión, la ostentación se vuelve de mal gusto. Los consumidores eligen neutros porque aseguran valor de reventa y reducen el riesgo: una casa beige o un auto blanco se venden más rápido que uno rojo o verde.

El giro hacia el minimalismo no es casualidad, es un síntoma de mercado. Vogue Business documenta cómo las grandes firmas han pivotado hacia el 'Stealth Wealth' (riqueza sigilosa), eliminando logos en respuesta directa a la inestabilidad económica global. Este comportamiento valida la teoría histórica del 'Hemline Index' (1926) del economista George Taylor, quien ya advertía hace un siglo que, en tiempos de austeridad, la estética se vuelve conservadora y rígida, buscando seguridad ante la incertidumbre.

Estas estéticas dialogan además con discursos conservadores. El clean look, el old money y fenómenos como el TradWife promueven imágenes de orden, control y retorno a roles tradicionales. El blanco y lo impoluto simbolizan pureza, domesticidad y retirada del caos contemporáneo.

Esta búsqueda de lo impoluto tiene un reverso excluyente. Críticos culturales en The New York Times han señalado que la estética 'Clean Girl' (caracterizada por pieles perfectas y espacios inmaculados) exige un nivel de capital y tiempo libre inaccesible para la clase trabajadora, alineándose con valores de control tradicionales. Aquí resuena la advertencia clásica de Walter Benjamin sobre la 'estetización de la política': el uso de imágenes de pureza, higiene y orden extremo (el blanco absoluto) ha servido históricamente para vender ideologías autoritarias o conservadoras, disfrazando el control social de belleza aspiracional.

¿Estamos perdiendo algo más que color?

La desaparición del color no es solo una cuestión estética. Implica homogeneización cultural, pérdida de identidad visual y un repliegue hacia lo seguro y lo controlado. En un mundo cada vez más neutro, la pregunta no es solo qué colores usamos, sino qué estamos dejando de expresar.

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