Martín es doble de riesgo, actor, escritor, guionista, novelista y tiene un parecido innegable a la mujer que lo dio a luz, puesto que para él y por lógicas razones su madre es “Ignacia”, quien trabajaba como empleada doméstica en la casa de Monserrat y “que en paz descanse”, acota cada vez que la recuerda con cariño, más no amor. Según el hombre, recién ahora con su actual pareja logró alcanzar ese sentimiento.
“Yiya no era directamente nada. Ella, para mí, tenía tanta importancia como un mueble de la casa que está de adorno, que encima no adornaba. Mi verdadera madre era la señora que entró a casa como empleada cuando yo tenía un año”, aseguró.
Sin embargo, en 1994, Martín publicó un libro “Mi madre, Yiya Murano”, dio los derechos para un musical del que formó parte Ale Sergi, “Yiya, el musical”, que actualmente está en cartel, y hasta una obra de teatro “La redención” donde el protagonista, llamado Martín Murano, va al limbo y se encuentra con su madre, la asesina de Monserrat, y tienen una ardua conversación de 45 minutos.
Libro "Mi madre, Yiya Murano".
Libro "Mi madre, Yiya Murano".
gentileza
Es en esta última donde ve y comprende algo clave en su historia: “Es la primera vez que reconozco mi culpa en algo, porque ni yo me había dado cuenta, que la fama y la popularidad que tiene ‘Yiya’ hoy, sin querer, se la di yo”.
Ahora, “Yiya” vuelve a ser noticia y, por consecuencia, Martín también. Flow estrenará una miniserie que cuenta la historia de la primera mujer en ser condenada por tres homicidios en Argentina: Con el primer tráiler liberado, el estreno oficial será el 13 de noviembre y consistirá en 5 episodios de 30 minutos en el servicio on demand de la plataforma.
El hombre dejó en claro que Flow tiene prohibido crear un personaje con su nombre en la serie. Y sobre si la verá, sentenció: “No, tengo cosas más importantes que hacer con mi mujer, tomar mate con mi compañera de trabajo o pasear con mi perra. Es mucho más importante eso que perder el tiempo frente al televisor”.
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Además, adelantó que él está en plena preparación de una película basada en su vida como el hijo de la mujer que envenenó a sus amigas. Sobre si la serie influye, o afecta, sus planes, aseguró que interfiere tanto “como un aguatero en un partido de fútbol”. Se estrenará en cines, aunque aún no hay fecha confirmada.
“No puedo decir todavía quién es el actor que me interpreta, yo hubiese preferido a Brad Pitt, por una cuestión de físico”, bromeó. Y continuó: “En el casting les gustó y le dieron mi libro para que hojee un par de capítulos. Lo dejaron solo en la oficina y, cuando entraron, estaba llorando”.
Explicó que la película mantiene un tono profundamente emocional. “No hay momentos felices porque no los hubo, y no por morbosidad”, aclaró, al subrayar que la intención del film no es generar impacto desde el dolor sino reflejar la verdad de la historia que narra.
“De Yiya aprendí lo que soy hoy”
En repetidas oportunidades, Martín contó que Antonio Murano no es su padre biológico. Aunque sí sentía aprecio por él: un hombre morrudo, abogado civil, que mostraba compasión por Ignacia y le permitía que comiera con ellos en la misma mesa.
A Yiya, en cambio, le generaba desprecio pero no por esbozar un perverso sentido de maternidad o posesión para con su hijo sino porque “para ella cualquier persona que no fuera de la alta sociedad, le producía eso”.
La familia Aponte, del lado materno de Martín, no tenía un peso partido al medio. Vivían en una casa humilde todos juntos: Yiya, su madre Luisa Ferrari, su abuela y sus hermanas y los hijos de estas.
“Siempre traían alguna chiquita del interior para tenerla como mucama, que prácticamente estaba en condiciones de esclavitud, porque no le pagaban un sueldo. Comía en la cocina, no en el comedor, y no le daban lo mismo que ellos”, relató.
Yiya Murano, la envenenadora de Monserrat.
Yiya Murano, la envenenadora de Monserrat.
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Yiya aprendió de Luisa todo lo que sería más adelante. “Era un producto de la madre. En la película "Rambo III", el coronel le dice, poniéndole el ejemplo de Miguel Ángel, que cuando hizo una escultura y todos dijeron ‘qué linda’, él respondió: ‘ya estaba ahí en la piedra, yo lo único que hice fue quitar lo que sobraba’. Bueno, de Yiya no hubo que quitar mucho. Desde chica aprendió que lo que valés es por lo que tenés, no por lo que sos”.
—Yiya aprendía cosas de su madre… Y vos, ¿qué aprendiste de ella?
—Lo que soy: un militante activo contra la violencia de género y un tipo que no puede vivir si no labura. Por ejemplo, Yiya no tenía miedo sino más bien sentía pánico a la altura, al encierro, a la velocidad. Si no estaba cocinando Ignacia, entraba a la cocina y cerraba la llave de gas. En cambio, yo me prendí fuego de pies a cabeza, salté de un edificio de doce pisos, me tiré de un avión al mar sin paracaídas. Yiya no salía de la primera y segunda cuando manejaba un auto, yo he manejado a 280 km/h.
—¿Curaste todo lo que viviste con ella?
—Habría que ver primero hasta dónde me lastimó.
—¿Y hasta dónde te lastimó?
—He hecho muchos análisis, pero introspectivos. Descreo por completo de la psicología y muchísimo menos de la genética por herencia. La pureza es una condición innata del alma; después, lo que ves te condiciona hasta que llegás a una etapa de tu vida donde podés discernir y seguir tu voluntad.
Martín rigió gran parte de su vida por una simple premisa, cuestionarse qué haría Yiya en las situaciones que se enfrentaba y, por consiguiente, hacer proporcionalmente lo opuesto. El bullying que sufrió por ser el hijo de una reconocida asesina serial lo hizo trabajar arduamente para demostrar que era diferente a ella y que, como marcaría más de una vez, la herencia genética, al menos en lo conductual, es una farsa.
Aunque Martín no cree en la felicidad como un estado permanente del ser, sí asegura que en el momento que abraza, besa o siente a alguien cercano con amor es feliz. A diferencia de la mujer que le dio la vida: “Era incapaz de sentir compasión y de hacer algo por otro que no le reportara un beneficio, directa o indirectamente, a ella”.
Hay dos cosas que el hombre no dice, y tal vez nunca revele. Una es a qué le tiene miedo, aunque niega que sea algo físico, vinculado a su madre, a la muerte o a su mente, a pesar de haber tenido problemas de adicciones a la cocaína.
Otra es qué pasó con el dinero que “Yiya” se quedó de sus víctimas, algo que saben solo dos personas: el abogado de la mujer, que está deteriorado de salud y no puede decirlo por secreto profesional, y él.
—¿Pudo haber tenido “Yiya” un único, y último, buen acto con vos?
— Contame un buen acto de Robledo Puch. —cerró.