De 300 personas por noche a 60: el popular “Barloa” se adapta a las restricciones y enfrenta la pandemia

En otras épocas A.C (Antes de la Cuarentena) supo estar repleto de personas; quienes se quedaban hasta cerca de amanecer para compartir la sobremesa. Además de los protocolos, muchos carritos incursionaron también en el delivery (algo que esquivaban).

El mítico carrito y local de la gastronomía popular se adaptó y reinventó en pandemia. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes.
El mítico carrito y local de la gastronomía popular se adaptó y reinventó en pandemia. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes.

Entre tantas características -muchas ya descubiertas, otras que se conocen día tras día mientras transcurre la pandemia-; ha quedado en evidencia que el coronavirus es universal. Lejos quedaron aquellos días en que -desde el desconocimiento- se hablaba de “una enfermedad de ricos, que sufrían quienes viajaban a Europa” (porque allí estuvo el foco a principios de año). Ya como pandemia, nadie queda ajeno a los riesgos de quedar expuesto. Y por esto mismo las recomendaciones referidas a higiene, distanciamiento, uso de tapabocas y protocolos son las mismas en todo el mundo, sea cual sea la estación del año y las condiciones.

La gastronomía no está exenta a los protocolos y cuidados universales. Desde los más exclusivos restaurantes y bodegas -esos que por estos días se han acostumbrado a no recibir dólares ni extranjeros- hasta los carritos y cuasi templos de cocina más populares. Sin importar la carta, los precios ni la ubicación; los protocolos son los mismos en todos los locales: reservas según la terminación del DNI, alcohol en gel en las instalaciones, uso de tapabocas obligatorio hasta que llega el plato, no más de 50% de la capacidad ocupada y las 23 como horario límite de cierre; todas las noches.

“Estamos trabajando menos que antes, pero creo que la vamos a poder dar vuelta. Acá laburan 11 personas casi desde siempre, y estamos tratando de pagarles a todas para que no la pasen mal. A quienes están viniendo, se les paga el sueldo. Y a quienes han tenido que dejar de venir, tratamos de juntar algo para que no se sientan tanto las consecuencias. Pero estaremos trabajando a un 1%, 1,5% de lo que trabajábamos antes de la pandemia”, resume Humberto Barloa (71), “El Papito” como se lo conoce popularmente; y el dueño de un de los locales de la gastronomía popular más emblemáticos de la provincia.

“El Barloa”, como se conoce a la sandwichería ubicada en la calle San Martín al 300 de Las Heras, es un emblema. En las noches de primavera y verano, ya era una postal casi autóctona ver esa esquina (de San Martín con Juan Pablo Morales) repleta de comensales, agolpados en las mesas, disfrutando de los lomos con mayonesa casera. E, infaltable, encontrar siempre a un payador valiente -o ayudado en su valor por la bebida- animando la reunión con guitarra en mano. Sin embargo, y aunque las condiciones acompañan -en cuanto al tiempo-, estas postales brillan por su ausencia en este 2020.

Foto:  Ignacio Blanco / Los Andes
Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Antes de la pandemia podíamos tener entre 200 y 300 personas que venían en toda una noche, pero ahora -a lo sumo, y entre quienes vienen al lugar y el delivery que pusimos- tenemos entre 50 y 60 personas por noche. Quizás los viernes y sábados se labura un poquito más. Pero lo de cerrar a las 23 también es raro; antes -los fines de semana- teníamos gente hasta las 5 o 6 de la mañana”, resume Barloa. El apodo de “Papito” le quedó porque es la forma -siempre con respeto- en que le habla a los comensales: “papito” y “mamita”.

Sin embargo, y más allá de los grandes cambios a los que debió adaptarse en medio de la pandemia; el ex boxeador y transportista que se acerca a los 72 años agradece poder seguir abierto. “Gracias a Dios estamos laburando y estamos sanos. El negocio se mueve un poquito, pero trato de seguir subsistiendo. Sobre todo porque mucha gente se ha caído en este 2020, y gracias a Dios a mí no me ha pasado”, redunda.

Cambios

El delivery fue una de las herramientas a las que recurrieron Humberto y su esposa, Josefina, para hacerle frente desde el primer momento a las consecuencias de la pandemia. Y es que, hasta junio, en toda la provincia no estaba autorizada la reapertura de los locales gastronómicos; y la entrega a domicilio tomó un gran protagonismo en el rubro. “Pusimos una motito y con eso pudimos hacer algo de calle que nos ayudó a mantener algunos ingresos”, agrega Humberto.

Ya con la autorización para abrir, el Barloa reabrió sus puertas; aunque con el cumplimiento de los debidos protocolos. “Hay que respetar lo que dice la gente que sabe, que por algo ha estudiado y entiende del tema. Además, ya está demostrado que nadie está seguro en esta vida. Por eso a todas las personas que vienen se les exige que usen tapabocas, y solo se lo sacan para comer. Por ahí vienen algunos clientes que no quieren mostrar el DNI cuando se lo pedimos, porque no coincide. Pero tenemos que hacerlo cumplirlo, ¿para qué comprarse un problema?”, continúa Barloa; con la experiencia a cuestas. Incluso, han tenido casos de comensales que se “plantaron” con no querer usar la mascarilla. “Lamentablemente tenés que estar diciéndole cosas a la gente, y dándole órdenes; que no nos corresponde. ¿Quiénes somos nosotros para dar órdenes?”, se pregunta.

Pasado y futuro

El 3 de enero de 1990, Humberto Barloa abrió su sandwichería en la icónica esquina de San Martín y Morales. Desde entonces, pudo mantenerse gracias al local; él y toda su familia (tiene 13 hijos).

La reinvención durante la pandemia y la adaptación ante este “nueva normalidad” marcan la segunda oportunidad en los últimos años en que los Barloa (tanto familia como local) deben hacer gala de su resiliencia ante la adversidad. La primera fue hace más de siete años, durante los primeros minutos del Año Nuevo del 2013. “Hay tres días en el año en que no abro: el 24 y el 31 de diciembre; y para el Viernes Santo, que no se puede comer carne. Para ese Año Nuevo, nosotros no estábamos y no sabemos si cayó una bengala o qué; pero se prendió fuego todo”, rememora.

Durante los primeros minutos del 2013, las llamas se llevaron el primer e histórico Barloa; que también estaba en esa esquina.
Durante los primeros minutos del 2013, las llamas se llevaron el primer e histórico Barloa; que también estaba en esa esquina.

“Te juro que yo ya había soñado que se iba a quemar el negocio, y se lo había comentado a mi esposa. Ese local no era mío además, y te juro que yo soñé que se iba a quemar, y que lo iba a comprar yo. Y así fue”, agrega, sin terminar de creer ni él mismo ese arrebato de profeta que lo invadió alguna vez. Luego de este incidente, el Barloa se convirtió en el Ave Fénix que surgió de entre las cenizas -literalmente-, con el agregado de que Humberto pudo comprarle el local a quien era su dueño y se lo alquilaba. “Era un hombre brillante, con quien jamás tuve un solo problema. De hecho, cada vez que voy al cementerio a visitar a mi vieja, le llevo un ramito de flores a este hombre”, agrega.

Desde su óptica y su percepción subjetiva -la misma que soñó el incendio del local, quizás-; lo que viene una vez que pase la pandemia será difícil. “Este año lo tenemos perdidos. Habrá que ver cómo estamos en enero, febrero o marzo, pero me da la sensación de que esto que va para 5 o 6 meses más. Porque uno dice una cosa, otro dice otra. Y va a haber mucha incertidumbre hasta que se encuentre la vacuna”, analiza.

De hecho, Humberto cree que la conducta y las costumbres de la gente cambiarán también. “Uno ve que, quizás, la gente va a seguir con su vida un poco más asustada; que no van a tener muchas más ganas de salir. Aunque todo depende de según como lo tome cada uno. Entre tanta incertidumbre, hay días que los médicos y los medios te dicen que va a estar todo bien, y al día siguiente te dicen que va a estar todo mal”, piensa en voz alta.

Recuerdos desde el ring

Si de algo sabe “El Papito”, es de recibir golpes. No solo por la pandemia de Covid-19 ni por el incendio con que recibió en 2013; sino también en el sentido figurado de la palabra. Y es que entre los 27 y los 37 años, Humberto Barloa fue boxeador profesional; aunque -dicen quienes lo vieron- no era de recibir muchos golpes, y eran más los que él asestaba.

“Yo empecé porque me gustaba entrenarme, hacer algo. Pero al principio no me imaginaba boxeando profesionalmente arriba de un ring. Sin embargo, tuve algunos buenos resultados, alcancé un buen ranking y hasta me vinieron a buscar desde Chile para que me nacionalice y pelee por el título mundial representando a Chile. Pero yo les respondía que en la frente llevaba el nombre de Argentina; y eso que en Chile me dieron cosas que no me dio Argentina, y es mi segundo país”, continúa en el repaso por el álbum fotográfico de sus recuerdos.

A sus oficios ya mencionados -boxeador y encargado de uno de los carritos más famosos de Mendoza-, hay que agregarle otros con los que se ganó la vida: hacía demoliciones de paredes y viviendas destruidas y tuvo un par de camiones para ganarse la vida con viajes.

Me gusta ponerme a recordar cosas. Me han pasado muchas cosas en la vida. Lo único que he hecho es trabajar y tratar de ser honesto”, cierra; pensando -y esperando- que la pandemia sea una de todas esas tantas cosas que le han pasado en la vida.

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