Adiós a Quino, el mendocino más universal

Joaquín Lavado (88), el creador de Mafalda, falleció ayer en su casa de Chacras de Coria. Hace algunos días había sufrido un ACV que deterioró aún más su ya delicada salud. La noticia conmovió a todo el país y también a buena parte del mundo.

“Quino”
“Quino”

Mendoza supo dar a artistas como Leonardo Favio, Antonio Di Benedetto, Julio Le Parc o los Enanitos Verdes, quienes saltaron la frontera provincial para ser admirados en todo el mundo. Sin embargo, fue un hombre dedicado a un arte con menos alcurnia que la música, las letras, la pintura o el cine, quien se convirtió en el más universal de todos los mendocinos. Ese hombre es el que murió ayer y consiguió así, por primera vez, sacarle lágrimas y no sonrisas a todos sus admiradores.

Se llamaba Joaquín Salvador Lavado Tejón, pero se instaló en el firmamento de los grandes con otro nombre, mucho más sencillo y sonoro: Quino. Dibujante y humorista gráfico, este mendocino construyó uno de los personajes más memorables de la historieta: Mafalda, la niña rebelde y perspicaz que ha marcado a generaciones con sus reflexiones y su compromiso con las causas nobles.

Aunque el futuro dibujante nació el 17 de julio de 1932 en Guaymallén, sus padres (españoles republicanos, que huyeron tras el triunfo de Franco), asentaron su nacimiento un mes más tarde. La fecha real de su primer llanto no fue lo único que cedió, sino también, su nombre. Como su tío pintor, Joaquín Tejón, ya lo tenía ocupado, comenzaron a llamarlo Quino, un mote simple y destinado al reconocimiento mundial.

Desde niño mostró su pasión excluyente por el dibujo: “Era un chico muy solitario: salía poco, no jugaba a la pelota, mi timidez era espantosa, no quería ir a la escuela”, contó en una entrevista que otro mendocino, Rodolfo Braceli, le realizó en 1987. Tras estudiar en la Escuela de Bellas Artes y cumplir con la conscripción militar, vio que había madurado su arte. Así que se mudó a Buenos Aires para mostrar lo que hacía y dedicarse a las historietas o a la publicidad.

La oportunidad de mezclar ambas cosas le llegó en 1963, cuando le propusieron promocionar electrodomésticos bajo el nombre de “Mansfield”. Al año siguiente, un amigo le propuso adaptar ese trabajo para la revista Primera Plana. Allí Quino terminó de darle forma a Mafalda, una historieta con un planteo “simple: la nena elucubraba una pregunta y los padres le contestaban”. Sería esa la piedra de toque de todo el prestigio venidero, y la tira tuvo tal éxito que fue comprada por otras publicaciones, no sólo de la Argentina. Además, lo llevó a su autor a darle vida gráfica durante 10 años.

Esa década fue pródiga, también, en su vida personal. Se casó con Alicia, su mujer de toda la vida, y pudo vivir dignamente. Agotado ya de ese personaje, le puso cierre final al último cuadrito en 1973.

Lo que vino luego, en cuanto a producción, fue una serie notable de tiras en medios de todo el mundo, en las que Quino refinó su estilo, mostró su fino humor -no exento de ácidas críticas sociales- y sació las ansias de los admiradores de las casi treinta lenguas a las que fue traducida Mafalda.

Sin embargo, aunque nunca más volvió a ella, esa tira lo convirtió en el más importante historietista de lengua española y en uno de los más relevantes del mundo. Tal vez porque, como entendió el italiano Umberto Eco, “Mafalda, en todas las situaciones, es una heroína de nuestro tiempo, algo que no parece una calificación exagerada para el pequeño personaje de papel y tinta que Quino propone”.

En cuanto a su estilo, el mendocino también se destacó con varios hallazgos. Sus tiras combinaron cambios tipográficos en los diálogos, apeló tanto a sutiles y profundas frases como a viñetas “mudas”, a quiebres con las líneas de los cuadros y a la utilización expresiva de los blancos. Además, volcó en sus obras la nutrida formación que tenía. Una manera de comprobarlo es ver esa inolvidable tira que, inspirada en la técnica fotográfica de Eadweard Muybridge, muestra al tierno Felipe, quien intenta dirigirse a una niña que lo ha enamorado, pero su timidez se lo impide: todo eso, en una sola viñeta.

Premiado con inumerables galardones, entre ellos el Premio Príncipe de Asturias en 2014, Quino vivió no sólo en la Argentina, sino también en España y en Italia. Ya en este siglo, volvió a su país pero eligió Buenos Aires, sobre todo para disfrutar de su pasión por la ópera.

En 2017, sin embargo, decidió volver a su provincia natal. Había muerto su mujer y quería pasar el otoño de su vida en la tierra de los cambios de fecha y los nombres trastocados.

El 17 de setiembre, en medio del confinamiento por un virus que habría hecho las delicias reflexivas de su personaje más célebre, sufrió un ACV en su domicilio del barrio Rincón de Aráoz, en Luján. Tenía 88 años y su salud, antes de ese episodio, ya era endeble, por lo que sus allegados prefirieron no internarlo. Ayer, finalmente, se cerró la esquina de su última viñeta.

Mafalda había reflexionado alguna vez: “Tenemos hombres de principios, lástima que nunca los dejen pasar del principio”. Por suerte uno, al menos, pudo hacerlo. Le decían Quino y no sólo pasó del principio, sino que difícilmente su legado tenga un final.

Historieta de luto: el año que perdimos a dos gigantes

Por muchas razones, este 2020 va a ser recordado como un verdadero annus horribilis, especialmente para la historieta mendocina. Y es que este año será marcado en rojo no sólo como el de la muerte del gran Quino, sino también de Juan Giménez, el otro artista gráfico que (en otra vertiente) también era uno de los nombres más célebres en el mundo entre los nacidos en Mendoza. Giménez falleció en su tierra natal el 2 de abril, tras llegar desde España contagiado de Covid-19.

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