Sobrevivir al Holocausto: dos historias de lucha y esperanza

Hoy se cumplen 68 años de la liberación de Auschwitz, el mayor campo de concentración y de exterminio nazi. Dos polacos que viven en nuestro país cuentan su historia para que nadie la olvide.

Sobrevivir al Holocausto: dos historias de lucha y esperanza
Sobrevivir al Holocausto: dos historias de lucha y esperanza

Los sobrevivientes de campos de exterminio nazi que residen en Argentina, Motek Finster y Ana Kestemberg, aseguraron que el acompañamiento de sus familias y dar testimonio de lo que pasó son los pilares de sus vidas, al conmemorarse hoy el Día Internacional en Memoria de la Víctimas del Holocausto.

“Al tiempo de vivir en Argentina una señora de la colectividad judía me dijo que ella no creía que fuera cierto que hubiera habido campos de concentración. Yo le mostré el número que tengo en el brazo y le conté que había estado en Auschwitz. Ella igual no me creyó”, contó Ana Kestemberg.

Por eso, para la mujer, “sigue siendo importante contar, a pesar del dolor que eso produce, porque todavía hay gente que no cree”.

Ana, Hanka en su idioma natal, tenía 15 años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y vivía junto a sus cinco hermanos en un pueblo cerca de Cracovia, donde sus padres habían logrado instalar una tienda de ramos generales.

“Vivíamos tranquilos, no éramos ricos, pero teníamos una casa linda y nadie nos molestaba hasta que llegaron los alemanes. Primero le sacaron las barbas a nuestros abuelos, luego nos cambiaron la vestimenta, después nos sacaron las casas”, recordó.

Hacia 1942 los nazis trasladaron a los judíos hacia los campos de concentración, en lo que se conoció como ‘La Solución Final’, nombre del plan con el que llevaron adelante el genocidio que luego se bautizaría con el nombre de Holocausto o Shoa.

Al conocer la inminencia de estos destinos, la madre de Ana consiguió que a sus hijas las pidieran para trabajar en una fábrica de municiones que quedaba a 150 kilómetros del pueblo.

“Cuando estábamos en la cola por subir al tren para ir a Treblinka, un nazi nos separó y nos mandó a la fábrica. Mi mamá tenía 38 años; podría haber venido con nosotras pero quiso quedarse con mis abuelos y mi hermano que tenía 4 años. Todos fueron a este campo de exterminio del que no hay sobrevivientes”, relató.

Las condiciones de vida en la fábrica ya eran muy duras: poca comida, nada de abrigo y mucho trabajo; sin embargo, para esta polaca que tiene hoy 89 años, “nada puede compararse con Auschwitz”, donde fueron destinados todos los trabajadores de ese lugar luego de que una chica intentara asesinar a un nazi.

Ana llegó a este campo de exterminio a principio de 1945. En la cola de ingreso los prisioneros eran clasificados: los que “servían” ingresaban como mano de obra esclava, los que no iban a las cámaras de gas.

“Nos sacaron la ropa y nos metieron en baños, con mis hermanas nos abrazamos y cuando se abrió la ducha con agua fría respiramos porque recién ahí supimos que no nos iban a matar. Luego nos dieron un uniforme a rayas con una estrella de David”, detalló.

Después vino la marca física imborrable de todos los que pasaron por un campo de exterminio: el tatuaje con el número de preso que identificaba a cada persona dentro del centro.

Todavía hoy Ana no puede dar muchos detalles de aquellos nueve meses en el infierno: “No encuentro palabras para describir el horror, y cuando trato de hacerlo me hace muy mal”.

El origen de Motek Finster es diferente al de Ana, no sólo porque nació en Varsovia (también Polonia) sino porque su familia era muy humilde y numerosa.

“Nos estábamos muriendo de hambre, entonces con un hermano decidimos escapar. Anduvimos algunos días por los bosques hasta que nos atraparon y nos mandaron a Majdanek”, detalló Motek.

En este campo de concentración, Motek contrajo tifus: “Lo recuerdo como si fuera una película, mientras deliraba de fiebre soñé con mi hermana Esther que me apoyaba su mano fría en la frente y me pedía que resistiera”.

Un médico checo que estaba prisionero lo ayudó a bajar la fiebre con paños de agua fría. “Cuando le conté lo que había soñado me dijo: ‘Seguramente vas a pasar muchas más penurias, pero no te entregues ni te hagas matar, vas a sobrevivir y le vas a poder contar a tu hermana de tu sueño’”.

“Nunca más volví a ver a este hombre. Hoy cuando festejo mi cumpleaños, el de mis hijos, nietos o bisnietas, agradezco no haberme hecho matar yendo hacia los alambrados como hicieron tantos otros”, recordó.

Esther fue la única de las nueve hermanas de Motek que sobrevivió al Holocausto. La reencontró en Argentina en un departamento en el barrio porteño de Once en 1947, y allí le contó aquel sueño.

De Majdanek fue trasladado a Auschwitz, donde según sus palabras, “vi el verdadero rostro del horror”.

Al llegar el invierno de 1944 unos cinco mil prisioneros de diferentes campos fueron movilizados por los nazis en lo que se denominó la ‘Marcha de la Muerte’, y de la que sobrevivieron alrededor de 75 personas, entre ellas Motek.

Ana y Motek fueron liberados por los rusos luego de que Alemania capitulara ante los Aliados. Después de peregrinar por diferentes refugios europeos, llegaron a la Argentina donde pudieron trabajar, crecer económicamente y vivir en paz.

Además del tatuaje con el número, el hombre llevó como Ana durante muchos años una marca invisible: por las noches ambos despertaban llorando, soñando que los enviaban a la cámara de gas.

A diferencia de la mujer, el polaco recuerda y tiene necesidad de contar cada detalle del horror que vivió porque “de esa manera las generaciones nuevas se enteran de lo que es capaz el hombre y, fundamentalmente, se pueda aprender para que no vuelva a pasar otra vez”.

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