Running, otra manera de viajar

Conocer, correr, disfrutar las motivaciones de una tendencia saludable.

Es sabido que viajar permite conocer lugares, culturas, gente, costumbres que amplían ciertamente la percepción del mundo que nos rodea. Mientras más destinos visitamos más es el bagaje de experiencias que cargamos, sin peso o incomodidad, sobre nuestra existencia, por el contrario con absoluto placer.

Desde hace no mucho tiempo apareció una modalidad de “turismo” que muestra sectores de lugares que nosotros hemos visitado alguna vez, pero que jamás habíamos conocido en esa dimensión. Las carreras de aventura o “Trail running” como se las conoce también, además del propósito deportivo ofrece otra mirada sobre los destinos. Para mí este tipo de actividad reúne tres de mis pasiones: la montaña, los viajes y el deporte. El pedestrismo o carreras a pie, el “running” cada vez cosecha más adeptos en el mundo, y nuestro país no es ajeno a la tendencia.

Para poder entender un poco mejor de qué se trata hay que decir que  la madre de las carreras es el maratón con 42 kilómetros y 195 metros; las media maratones con 21 kilómetros y luego las ultra maratones con cualquier distancia que supere la de la maratón, 50; 80; 100; 130 y hasta 160 kilómetros. Estas precisamente, son mis preferidas, por ello comparto la experiencia del 16 de octubre pasado en Santiago en el Endurance Challenger Chile donde intenté completar los 160 kilómetros.

La idea general de los organizadores fue trazar una vuelta por el contorno del casco urbano de la capital chilena, con inicio en las cercanías del parque del Bicentenario en la Municipalidad de Vitacura y culminación en el estadio de San Carlos de Apoquindo, en la Municipalidad homónima. También consideraron que la distancia se debería recorrer en un máximo de 39 horas, con un total de 17 puestos de hidratación y asistencia. En ellos los corredores encuentran el avituallamiento elemental para mantenerse en carrera: bebidas isotónicas para hidratación, comida ligera como frutas, barras de cereales, galletas y frutos secos.

La carrera inició a las 6:00 AM del 16 de octubre, para lo que tuve que estar una media hora antes en el lugar para recibir algunos consejos técnicos y comentarios de último momento. Puntualmente pasé por debajo del arco que marcaba la salida y a muy poco andar ya estaba en una cuesta que me llevaría algo más de 55 minutos y me pondría en las estribaduras orientales de la cumbre del Mapocho, ese cerro que se ve desde casi cualquier lugar de Santiago y cuya forma remite a la imagen de un volcán.

En el ascenso va el sol ganado su lugar en el cielo y descubriendo detalles de la ciudad que resultan sorprendentes. La Torre Providencia aparece dominante en la imagen, a modo de una maqueta de urbanismo. Algunos minutos más tarde,  el descenso por una senda cómoda, entre árboles y pasto verde, llegué al puesto 1 “Portezuelo Sor Teresita” distante a 12,5 kilómetros del inicio.

De nuevo en carrera, me adentré hacia un paisaje relativamente plano (nunca lo es en este tipo de competencias) y algo más rural, pasando por las entradas de fundos y apareciendo por encima de algunas crestas de los cerros que permitían volver a encontrar con Santiago iniciando su día.

Al arribar al puesto 2 “quebrada las Hualtatas” a  24,7 kilómetros de la partida,  me esperaba uno de los desafíos más interesantes de la carrera, debía ascender 1.932 metros de desnivel en sólo 11 kilómetros. Valió la pena cada gota de sudor porque el punto culminante -que coincidía con el punto 3 “Portezuelo Conchalí”-,  tuve que andar por la nieve acumulada por los temporales previos a la carrera, un marco espectacular e imponente.

Tomando una senda mulera empezaba otro de los retos importantes, una interminable bajada de 17,7 kilómetros que resta fuerza en las piernas como pocas cosas en las carreras; otra mala noticia era que ¡bajaba 1.600 de los 1.932 metros subidos!, bueno de eso se trata en estas actividades, se sube, se baja, se anda de día, de noche, se come, se toma mucho líquido y, especialmente, se disfruta conociendo lugares maravillosos.

Así, el puesto 4 frente a mis ojos, a 53 kilómetros del inicio, conocido como “santuario de la naturaleza”. A los pies del cerro Pochoco, ideal para turismo al aire libre, hay churrasqueras y comodidades para pasar un día lindo. De hecho cuando me aproximaba desde el alto, los perfumes de un asado me alegraron el trayecto. Ya con algunas señales de cansancio en las piernas, me tocaba subir el cerro Pochoco, cuya cumbre está unos 1.200 metros más arriba.  El hecho relevante de este punto es que cuando se llega al puesto 5 “Pochoco” se vuelve a tomar contacto con la civilización, aparece una ruta (que es el camino a Farallones) y casas dispuestas en una quebrada típica de los paisajes montañeros chilenos.Pasé por el puente Ñilhue y una cascada que me encaminó hacia el puesto 6 “Las Varas” a 72 kilómetros de la partida y con ya casi 12 horas de trajín. Al llegar, tuve que sacar la linterna frontal porque la noche se cerraba sobre el paisaje urbano-rural y la temperatura agradable de todo el día bajaba fuertemente haciendo casi obligatorio mantenerse en movimiento para no perder calor.

Al poco, nuevamente apareció Santiago a lo lejos, lleno de luces; ya tenía frente ante mi el barrio de San Carlos de Apoquindo. Con solo descender y hacer los últimos esfuerzos llegué a los tan preciados 80 primeros kilómetros, que marcan la mitad de la distancia y el puesto de avituallamiento más completo de todo el trayecto. En el estadio del Club Universidad Católica de Chile, tuve la posibilidad de cambiar medias, remera, colocarme calzas largas por el frío y comer un plato de pasta caliente, junto con una sopa crema de espárragos. Aproveché este momento para curarme algunas ampollas en los pies, una de ellas era del mismo tamaño que el dedo gordo. La médica que me asistía aconsejó reventarla y vendarla para que pudiera seguir corriendo.

Pasados 40 minutos de descanso,  decido seguir, no podía evitar sentir la marca que habían dejado los primeros 80 kilómetros, las piernas pesadas, adoloridos los pies pero con el espíritu intacto, con la decisión de retar los otros 80 que faltaban. Así me encaminé sólo hacia el puesto 8 “cruce los Peumos” en medio de un terreno casi plano y que no presentaba retos para transitar aún de noche, cosa que hacía muy interesante el entorno y a la ciudad capital Santiago vestida de luminarias coloridas. Comenzaba a sentir sueño, muchas ganas de dormir; era evidente que pasaban facturas las horas de actividad, el viaje en auto y los nervios de no saber si se podía pasar por el Paso Horcones-Libertadores.

Luego de un tránsito de trote lento, llegué hasta el puesto 9 “Aguas de Ramón” que marcaba los 92,1 kilómetros de carrera y que es la entrada a un parque privado con el mismo nombre. Cercana la media noche decidí tomar una siesta en el lugar porque mis fuerzas tocaban fondo. Le pedí a uno de los asistentes del puesto que velara mi sueño por media hora. Si bien dormí poco tiempo, esos minutos sirvieron para reponerme, para seguir, y eso hice.

Ya iniciada la marcha el terreno se puso en pendiente positiva, es decir en ascenso, y no cambiaría por los próximos 8 kilómetros. Esto para mi fue letal, el hecho de subir caminando y no trotando conspiró con mi posibilidad de seguir adelante, el bajar el ritmo me dio sueño incontrolable, literalmente me quedaba dormido caminando; con las consecuencias lógicas que esto conlleva como los tropezones, el llevarse por delante arbustos o la pérdida de la senda en algunos puntos.Cruzaba arroyos, pasaba puentes, andaba errante por la senda y el tiempo se me escapaba de las manos. Casi con 3 horas y media más de avance sólo había podido descontar 8,6 kilómetros hasta llegar al puesto 10 “Salto de Apoquindo” a 100,7 del lejano punto de partida.

Empezaban a verse los primeros indicios del nuevo amanecer, corrían ya para mi 23 horas de carrera y las fuerzas disminuían de manera irreversible, a los 100,7 kilómetros mi cerebro me exigía parar y mi voluntad me rogaba seguir. Como último recurso decidí dormir un poco más para ver si me recuperaba y así reanudar la marcha. Sin embargo, tras una hora y media de descanso al despertarme con un nuevo día estaba a las claras que para mi el reto había terminado.

La frustración era grande pero se sobrellevaba pensando que había puesto todo lo que tenía para poder continuar, y había luchado hasta el último momento para hacerlo. La noticia del momento era que habiendo abandonado allí ¡debía volver sobre mis pasos esos 8,6 kilómetros! que me habían costado sangre, sudor y lágrimas; porque los servicios de evacuación no podían llegar hasta donde me encontraba.

Emprendí lentamente el regreso, así descubrí el parque y los diferentes saltos o cascadas que se forman en el río que está en el fondo de la vegetada quebrada, y que ofrece maravillosas vistas y lugares para pasar un día de aire libre a pocos minutos del centro santiaguino.

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