23 de noviembre de 2025 - 16:50

¿Posponés la alarma? La explicación de los especialistas de por qué tu cerebro pide "cinco minutos más"

Retrasar la alarma no es falta de voluntad. Psicólogos y especialistas en sueño explican cómo influyen el agotamiento, el estrés anticipatorio y la mala calidad del descanso.

Posponer la alarma es un comportamiento extendido que, según especialistas en psicología y neurociencia, no responde únicamente a la falta de voluntad. Detrás del gesto de tocar el botón de "snooze" ("posponer" la alarma en español; "siesta" en traducción literal) suelen intervenir el agotamiento físico, el estrés emocional y un descanso que no logra ser completamente reparador.

El psicólogo clínico Aric Prather, profesor de la Universidad de California en San Francisco, sostiene que esta conducta aparece cuando “el cuerpo no completa ciclos de descanso adecuados y necesita más tiempo para recuperarse”. A esto se suma la denominada inercia del sueño, una sensación de confusión y pesadez que vuelve más difícil el despertar inmediato.

Desde el plano emocional, la psicóloga británica Ruth Msetfi señala que quienes posponen la alarma suelen atravesar estrés anticipatorio: la percepción de que el día será demandante o abrumador. Esto provoca una discrepancia entre los recursos que la persona siente que tiene y lo que espera enfrentar, lo que impulsa a retrasar el momento de activación.

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Inercia del sueño y agotamiento: las causas ocultas del snooze.

Inercia del sueño y agotamiento: las causas ocultas del snooze.

Un estudio publicado en Sleep Medicine (2022), encabezado por Konrad Filser, determinó que el uso habitual del snooze se asocia con mayor fatiga matutina, menor calidad de sueño y despertares más estresantes. “El snooze no mejora el descanso; lo fragmenta y confunde los ciclos”, afirmó el investigador.

Entre los factores que favorecen este hábito se destacan la inercia del sueño, el estrés o la ansiedad anticipatoria, la mala calidad del descanso, el condicionamiento generado por despertares reiterados y el desajuste del ritmo circadiano.

Las emociones también ocupan un lugar central. Para muchas personas, el sonido de la alarma funciona como una interrupción abrupta del descanso, lo que genera tensión, frustración o sensación de no estar preparados para iniciar el día. Según la investigadora de Harvard Medical School Rebecca Robbins, quienes recurren al snooze suelen quedar atrapados en un ciclo de descanso insuficiente que potencia la culpa y la fatiga.

Aunque posponer la alarma no constituye un problema en sí mismo, los especialistas recomiendan prestar atención cuando el hábito interfiere con la rutina o genera malestar. Comprender qué lo origina, señalan, es el primer paso para mejorar la calidad del sueño y lograr un despertar más estable.

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