En un contexto global donde el 39% de los adultos tiene sobrepeso, según datos recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), crece la preocupación por el impacto que tienen los alimentos ultraprocesados en la salud.
Un informe de la Universidad George Washington revela que estos alimentos están detrás del aumento global de la obesidad y otras enfermedades crónicas.
En un contexto global donde el 39% de los adultos tiene sobrepeso, según datos recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), crece la preocupación por el impacto que tienen los alimentos ultraprocesados en la salud.
Un estudio liderado por la doctora Leigh A. Frame, investigadora de la Universidad George Washington (EE.UU.), advierte que el consumo excesivo de este tipo de productos no solo impulsa la epidemia de obesidad en las sociedades modernas, sino que también eleva el riesgo de enfermedades graves como la diabetes tipo 2 y los problemas cardiovasculares.
El informe revela que muchas dietas contemporáneas están dominadas por productos industrializados, en detrimento de frutas, legumbres y vegetales frescos, lo que provoca un desequilibrio nutricional importante. Esta deficiencia de fibra alimentaria —clave para una digestión saludable— y el exceso de aditivos con efectos obesogénicos, como los emulsificantes y gelatinas, tienen consecuencias directas sobre el metabolismo.
“La alteración del microbioma intestinal por los aditivos puede generar apetito descontrolado, hígado graso y aumento de grasa corporal”, advirtió Frame, quien subraya la necesidad de reformular nuestros hábitos alimenticios.
Las papas fritas encabezan la lista. Consideradas una “bomba calórica” por la Universidad de Harvard, aportan más de 500 calorías por porción y contienen hasta un 30% de grasa. Aunque la papa en su estado natural puede ser nutritiva, su versión frita pierde ese valor. Se estima que un estadounidense promedio consume 52 kilos de papas fritas al año. Los expertos aconsejan limitar severamente su ingesta.
Gaseosas y jugos artificiales están directamente vinculados al aumento de casos de esteatosis hepática (hígado graso), al punto que en Francia ya se conoce a esta enfermedad como “la enfermedad de la gaseosa”. Pero los efectos negativos no terminan ahí: estas bebidas también se relacionan con hiperactividad, diabetes, hipertensión, mayor riesgo de infartos y hasta cáncer de páncreas. Reducir su consumo es clave para preservar la salud metabólica.
Desde que la OMS declaró a las carnes procesadas como “probablemente cancerígenas”, se multiplicaron las alertas. El salchichón, por ejemplo, aporta 454 kcal por cada 100 gramos, junto con un alto contenido de grasas saturadas. Aunque la carne roja tiene nutrientes como el hierro, se recomienda optar por carnes magras y limitar la frecuencia de su consumo.
Presentes en panes industriales, pan de molde y productos de pastelería, las harinas blancas pierden casi todos los nutrientes del grano original. Al carecer de fibra, generan picos de glucosa y fomentan el aumento de peso. Los especialistas insisten en reemplazarlas por harinas integrales, que permiten una digestión más lenta y saludable.
Además de harinas refinadas, los postres contienen altos niveles de azúcares añadidos. La OMS recomienda que el azúcar no supere el 10% de la ingesta calórica diaria —idealmente solo un 5%—, es decir, unos 25 gramos. Sin embargo, un solo yogur azucarado puede acercar peligrosamente a ese límite. El consumo frecuente de estos productos puede derivar en obesidad, insulinoresistencia y deterioro metabólico.
La comodidad de abrir un paquete o tomar una bebida azucarada al paso tiene un alto costo: sobrepeso, inflamación y enfermedades que afectan la calidad y expectativa de vida. Por eso, los expertos recomiendan volver a una dieta basada en alimentos frescos, vegetales, frutas, legumbres y cereales integrales. En esta fórmula, los ultraprocesados deben ser la excepción, no la regla.