Romance de la Casa Rosada de Gran Hermano

La nueva entrega del programa de televisión provocó escozores en el presidente debido a dichos de uno de los participantes. Ante eso, por fin, el mandatario se indignó. Y su indignación provocó enojo en todos. E inspiró estos versos.

Walter Santiago (Alfa) vivió 13 años en los Estados Unidos y es participante de Gran Hermano. Dijo en el programa que conocía al presidente Alberto Fernández.
Walter Santiago (Alfa) vivió 13 años en los Estados Unidos y es participante de Gran Hermano. Dijo en el programa que conocía al presidente Alberto Fernández.

De esto no caben dudas:

hay hombres desocupados,

y no escasos de deberes.

Es decir, tienen trabajo

pero a él le son esquivos

y al ocio están entregados

aunque llueva, nieve o truene.

Lo peor es que aquí no hablo

de espectáculos catódicos,

de ocios televisados.

Hablo de Casa Rosada,

no de la de Gran Hermano.

Pero esta Argentina es pródiga

en comprobar nuestro hartazgo

y pareciera que intenta

meternos en un teatro

como a pobres personajes

dirigidos por el Diablo.

Y entonces deja en la tele,

con sus ecos, que son vastos,

un ruido sin importancia,

conducido por Santiago

del Moro, que se escapó

de un intratable formato

para elegir este otro

con muchos 4 de bastos,

que sin embargo provocan

picor en altos estratos.

Qué cruel es este país,

cuánta pasión por lo rancio:

nos da metáforas justas

de a lo que hemos llegado.

De golpe en la caja boba

se oye un torpe comentario

de un Alfa que es un omega,

que menta a un “mandatario”

en medio de otras sandeces,

se nomina sobornado

con liviandad e impudicia,

pues para eso lo han llamado:

para mojar una oreja

de alguno que esté mirando.

¿Qué haría un buen presidente,

qué haría si fuera sabio?

Haría, pues, sus deberes:

ignorar al insensato

y entregarse a su tarea

de cumplir con el mandato

que las urnas soberanas

una vez le encomendaron.

Y sí que hay cosas que escuecen,

con la pobreza en lo alto

(eso en hambre se traduce,

por si alguno lo ha olvidado),

los dólares infinitos

y en picada los salarios.

Pero hay que tener poder

para ejercer un mandato,

algo que suena a obviedad,

excepto para estos años,

con un gobierno en que abundan

ministros por todos lados

—por cierto, también ministras,

perdón por mi castellano—,

un gobierno distraído,

con un ojo en los juzgados

y otro en la Copa del Mundo

—el Mundial está cercano

y tal vez la albiceleste

alivie a los agobiados—.

En ese contexto insano,

decíamos al principio,

al fin causa impacto

en el hombre del bigote,

en el primer mandatario,

lo que dice un integrante

del programa Gran Hermano,

que hasta hoy pocos conocen,

y el dicho de este pelado

provoca tuits encendidos,

en un hilo desplegados,

de la vocera de aquel

que otras cosas ha callado.

Nos dice en esa respuesta

—sorpresa en propios y extraños—

que se encuentran obligados

a responder prontamente

los dichos televisados,

“porque nuestro presidente

no se ha visto involucrado

en hechos de corrupción”,

“porque debe quedar claro”,

“porque al señor del programa

no recuerda haberle hablado”,

“porque esto no puede ser,

hasta dónde hemos llegado”.

Y entonces —porque, por suerte

algunos tienen recato—

se arma pronto el tole tole,

se indignan los ya indignados.

Bah: se enoja medio mundo,

los de Juntos y los K,

troskos y libertarios,

sin bandera y periodistas,

“planeros” y acomodados.

¿No hay cosas más importantes

para enojarse, me cacho?

Pero parece que no,

esto sí que lo ha tocado,

más que el Indec o los pobres,

al que nos tiene a su cargo.

Como se dijo al principio,

el ocio se ha apoderado

del que tendría que estar

en el frente, y a sablazos,

dando la dura batalla

para la que lo han votado.

Hay señales, y esta es una,

de algo llamado fracaso.

No es que no estemos curtidos,

tenemos un doctorado

en dura supervivencia,

entre kirchnerismo y Gato

no ganamos para sustos

(es que tan poco ganamos…).

No es que algo nos sorprenda,

pero esto es exagerado.

De hecho incluso es obsceno.

Del que nada se esperaba

sólo disgustos ha dado.

El ocio en Casa Rosada

se mata con Gran Hermano.

Y, mientras, la Gran Hermana

se sonríe de costado.

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