Sin embargo, la errónea opinión del gobernador mendocino es matizable, porque Cornejo tenía y no tenía razón en lo que dijo: Si Milei se hubiera aliado en todas las provincias que se podía aliado de no haber sido por las condiciones usurariamente escandalosas que puso su hermana Karina, quizá hubiera conseguido algunos representantes propios menos, pero en vez del 40% hubiera sacado el 50% de los votos o incluso más. Aunque claro, para un proyecto hegemónico es mejor sacar menos porcentaje de votos, pero más candidatos propios. Mientras que para un proyecto aliancista es mejor sacar más votos, aún a costa de un poco menos de candidatos propios y un poco más de candidatos aliados (aunque en este caso, hasta eso estaría por verse, porque -ante la contundencia de un triunfo arrasador- quizá la cantidad de propios se podría haber mantenido).
Sin embargo, más allá de hablar de lo que podía haber pasado y no pasó, lo cierto es que la elección se nacionalizó enteramente, con lo que perdieron casi todos los candidatos de los gobernadores. Pero eso no implica necesariamente que la causa principal del triunfo hayan sido los candidatos locales de Milei ni el partido nacional que le armó Karina y los Menem. Acá lo que ocurrió es que se plebiscitó en todo el país a Milei. Fue un huracán expresado en su sola persona que barrió con todo obstáculo que se le cruzó. No ganó, arrasó. Y hubiera arrasado igual con o sin Karina y con o sin el partido LLA. No obstante, su triunfo le permitió considerar a su hermana como artífice del mismo, lo cual "se non è vero, è ben trovato". ¿Quién se lo puede discutir? Y, además, ¿importa discutirlo? Javier está contento porque pudo inyectarle una dosis gigantesca de oxígeno a la persona a quien él más quiere (pero que casi nadie más quiere) para que intente lograr algún tipo de volumen político propio.
Pero, en lo que al fondo de la cuestión se refiere, el presidente no ganó por la ingeniería electoral que le hicieron ni perdió por los desaguisados económicos y políticos que, de modo abundante, abrumador y autoinfligido, cometió en los últimos meses, sobre todo desde que, al lograr abrir el cepo gracias al préstamo del FMI, se comenzó a creer Gardel y convirtió a Karina en Le Pera, en la que le escribía las canciones.
Las razones por las que Milei terminó nuevamente plebiscitado son variadas. Una parte por los que se mantienen identificados con él como el primer día (son muchísimos los que lo siguen viendo como el dirigente más cercano a ellos, como el vengador popular que, sin ser político se atrevió a meterse en el nido de ratas para destruirlos a todos desde adentro). Otra parte por sus logros antiinflacionarios. Y otra parte para que no regrese el kirchnerismo.
Incluso podría haber más razones para haberlo votado (como el temor a que, si seguía la crisis económica que tenía al gobierno pendiendo de un hilo, si no se lo revalidaba, todo pudiera estallar), pero sea por lo que fuere, el único que ganó fue el presidente. Tuvo la ayuda fundamental de Donald Trump, es cierto, como hace dos años tuvo la fundamental de Mauricio Macri, también es cierto. Ayudas que colaboraron muchísimo para taparle tantos errores autoinfligidos, pero la gente votó a Milei y nada más que a Milei. Por lo que es difícil saber cuánto le sumó la ayuda externa, pero no es tan difícil saber que frente a Milei hoy no existe nadie más con relevancia propia.
No es que el 40% que lo votó sea tanto, sino que el 60% que no lo votó es nada, porque no quedó en pie la menor opción alternativa. Por lo tanto, para ser más precisos, podríamos decir que no es tanto que Milei arrasó por méritos propios (aunque nadie puede negar que los tiene) sino que arrasó porque, con él o sin él, hoy el sistema político está arrasado. Un sistema que está hacia afuera, enormemente desprestigiado, y hacia adentro, enormemente atomizado. Realidad que excede, y con creces, a la Argentina.
En consecuencia, frente a ese clima de época, hoy, a diferencia de hace dos años, tiene Milei cien veces más posibilidades de construir un proyecto hegemónico, no sólo porque sumó más gente propia en el Congreso, aunque no llegue a la mayoría, sino porque todos los demás perdieron... o ganaron con el aliento en la nuca. Entonces, desde el domingo, cada uno de los gobernadores vale mucho menos (tanto de a uno como en conjunto) que el día antes del domingo, por lo que se podrá negociar mayorías caso por caso, con mucho menos esfuerzo y por lo tanto con mucho menos "cash".
Trump le pidió, como antes le pidiera (y le sigue pidiendo) Macri, que se junte con todos los que pueda. La respuesta positiva a ese pedido la dio Milei en su muy buen discurso de la noche de la victoria. No obstante, si hoy Milei elige ese camino lo elegirá porque quiere, pero no porque realmente lo necesite como lo necesitaba hace dos años. Aunque, de elegirlo, no solo hará algo bueno en política, sino que también empezará a vencer sus peores instintos, los que parecen ser lo central de su personalidad, de su psicología, de su temperamento. Algo tan imposible de prever como lo fueron estas elecciones, donde tanto el peronismo como el mileismo se conformaban con ganar o perder por poco y los del medio con salir terceros, pero creciendo. Y resultó lo contrario: unos ganaron por mucho y otros perdieron por mucho. Y los del medio fueron literalmente barridos de escena. Algo que no se imaginaban ni siquiera los que querían que ocurriera este escenario.
Por lo tanto, si ahora Milei actúa como lo hizo en su primer año, o como lo hizo en su segundo, o de una tercera forma, es algo que quizá ni siquiera él mismo sabe qué hará. Porque hoy está en condiciones de elegir el camino que quiera. Pues aún si cometió errores por doquier durante los últimos meses -como efectivamente los cometió- ninguno de ellos se reflejó en los resultados electorales. Por lo cual se agrega el peligro de que el presidente y sus íntimos crean que esos errores no fueron tales, o que, en todo caso, solo fueron por culpa de los K. Y nada hay más peligroso, sobre todo para quien gana, que equivocarse en el diagnóstico porque en vez de aprender de sus fallas y corregirlas, puede hasta correrse el riesgo de que las amplíe.
La invitación de Trump a la Casa Rosada fue un apoyo similar al pacto de Acassuso en casa de Macri. Milei obedeció en ambos casos porque se sentía confundido y temeroso y en ambos casos sus "benefactores" lo ayudaron a ganar morigerando su personalidad. Macri le propuso aliarse con todo el mundo que pudiera para formar la más amplia alianza posible, mientras que Trump le sugirió algo similar. Pareciera que Milei entendió y agradeció esas ayudas, pero a la vez también parece creer que la gran artífice de su triunfo es Karina, quien siempre le propuso exactamente lo contrario: que se corte solo lo más que pueda y si se acerca a otras fuerzas sea para cooptarle ("afanarle", diríamos en criollo básico) su gente, no para aliarse con nadie.
En fin, Milei en estos momentos puede arrancar para cualquier lado. Si escucha a Macri o Trump irá para un lado, que es el camino de construir la más amplia fuerza política posible sumando a todos los que pueda sumar, de todos los modos en que los pueda sumar. Si escucha a Karina y Santiago Caputo irá para otro lado: ella cree que él es un enviado, el elegido por la providencia para salvar a la Argentina y al mundo. Y Caputo, lo tiene seducido con esa idea de querer coronarlo como el emperador romano de la Argentina. Aunque sean diferentes en casi todo, a Karina y a Santiago los une la misma vocación de proclamarlo dios en la tierra a Javier. Claro que, muy posiblemente, hasta en lo que sean iguales sean distintos: Karina se siente como la madre del redentor enviado a la tierra por las fuerzas del cielo, mientras que Santiago parece ser más comparable con lo que Julio César consideró a Brutus: su probable hijo no reconocido. Con lo cual es seguro que Karina jamás traicionará a su "hijo", mientras que no es tan seguro que Santiago jamás traicione a su "padre". En fin, reminiscencias bíblicas e imperiales de una saga argentina que tanto se parece a lo que narran aquellas historias legendarias.
Teniendo hoy Milei libertad y poder suficientes para elegir el camino de unidad que le proponen Trump y Macri, o el de la coronación imperial que le proponen Karina y Santiago, parece que hacia adentro elegirá un gabinete totalmente dependiente de sí mismo donde solo pesarán los dos miembros del círculo de hierro. Y hacia afuera intentará un aperturismo sui generis porque no tiene pares con los cuales negociar, solo gobernadores sometidos si se aliaron con él o derrotados si no se aliaron. Y un enemigo K dividido que a la vez se ha convertido en un jinete sin cabeza. Solo le faltan algunos legisladores en el Congreso, pero muchos menos de lo que imaginaba. Y tiene de donde sacarlos negociando una vez con unos y otra vez con otros. No hay ya ni liga de gobernadores existente ni potencial, ni alternativas políticas intermedias, ni nada más que Milei.
Sintetizando, la primera semana post electoral parece indicar que Milei piensa seguir la receta propuesta por sus consejeros externos, Macri y Trump, de abrirse a todos, pero ejecutarla con sus máximas espadas internas, cuyo objetivo final es el de que Milei se quede él solo absolutamente con todo. Hoy puede darse el lujo de hacer las dos cosas juntas. Mostrarse generoso y grande frente a un montón de derrotados o sometidos, a la vez que seguir armando las condiciones para continuar con la construcción de su partido único, que si cometió errores en su gestación pre-electoral, con su triunfo en las urnas le fueron perdonados todos.
Además, no nos engañemos, es cierto que los dos Macri, Alfredo Cornejo y Rogelio Frigerio son -junto a unos pocos otros- aliancistas convencidos que se la pasaron varios meses consumiendo una dieta alimentaria compuesta solamente de sapos violetas a ver si lo convencían a Milei de seguir por ese camino de ampliación de consensos, mientras que Trump sólo fue aliancista coyuntural porque su secretario del Tesoro, Scott Bessent, le contó todas las barbaridades y trapisondas que Milei estaba haciendo en lo político y en lo económico y entonces el presidente norteamericano le sugirió al argentino -aparte de alfombrarle el camino de dólares- abrir sus miras y convocar a todos los que pudiera, para que no fuera derrotado y de ese modo perdiera a su principal aliado internacional. Pero ahora que Milei ganó, a Trump debe importarle poco y nada que el argentino se convierta en Mandela o en Bukele.
Una escena quizá indicativa de lo que puede estar aconteciendo en estos días dentro de la cabeza de Milei, fue su cena con Mauricio Macri este viernes. Porque mientras el presidente libertario le agradecía al ex presidente liberal su apoyo y escuchaba sus consejos, hacía renunciar de su gabinete a los ministros más conciliadores y, a través de Patricia Bullrich, le robaba a Macri todos los legisladores que le era posible robar. Difícil que el jefe del PRO, al salir de la reunión, no se haya indigestado con las milanesas con que lo agasajó el jefe de la nación. Tanto se indigestó que ayer hizo público un comunicado durísimo donde muestra todas las diferencias con Milei, que alejan muchísimo las posibilidades de cualquier acuerdo entre ambos líderes.
En fin, Javier Milei hoy, con la mayoría del país rendido a sus pies por buenas o malas pero infinitas razones, y con la oposición destituyente descabezada por merecidísimas razones, puede elegir el camino que quiera. Sin embargo, como decía mi profesor de filosofía en la facultad: "El hombre es libre de sus actos, pero no de sus consecuencias".
* El autor es sociólogo y periodista. [email protected]