“Lo vamos a llamar”

Si los dos debates presidenciales hubieran sido entrevistas para seleccionar un líder para una gran empresa u organización, hubieran terminado con la conocida frase del título.

Representación de la "jerarquía del desacuerdo" del ensayo de Paul Graham de 2008 "How to Disagree" ("Cómo discrepar"), señalando que cuanto más arriba en la pirámide se está, más fuerte es la posición propia, y cuanto más abajo, más débil.
Representación de la "jerarquía del desacuerdo" del ensayo de Paul Graham de 2008 "How to Disagree" ("Cómo discrepar"), señalando que cuanto más arriba en la pirámide se está, más fuerte es la posición propia, y cuanto más abajo, más débil.

Pasadas las dos rondas de ¿debate? – si entendemos por tal “el inter- cambio argumentado de ideas y/o puntos de vista entre dos o más personas con posiciones opuestas sobre un tema determinado” , de los candidatos a presidentes, no podría seleccionar ninguno, me queda la sensación frustrante de que ninguno califica para liderar una Nación.

Vale la pena cuestionar también la organización del debate, en particular los temas. El ejercicio de la función presidencial supone un conocimiento previo del país que se va a gobernar para determinar prioridades, establecer objetivos y una planificación multidimensional de las decisiones a tomar.

La agenda presidencial debe atender las “funciones sociales” del Estado como prioridad para dar respuesta a las necesidades básicas de su población, es decir dar gobernabilidad a la gestión. Me pareció que el show se centró casi exclusivamente en la macro-economía, que no es la economía de la gran mayoría de la gente y dejó sin considerar o sólo se mencionó superficialmente la salud, la vivienda, el hábitat, la infraestructura sanitaria, las comunicaciones, la seguridad pública. Como tampoco se debatió razonadamente y en profundidad sobre política exterior, defensa, justicia, ambiente, inteligencia, energía, y podría seguir mencionando.

Es justo reconocer que la crisis de liderazgo es global baste mirar a EE.UU, Rusia, Israel, Irán, Nicaragua, Venezuela, Afganistán, y contando. El problema no es nuevo, y ha sido muy estudiado, Oxford Leadership Academy, una consultora internación de capacitación en liderazgo lo identifica como uno de los principales problemas dado que hemos recibido una educación con un contexto que consolidaba la creencia en que el mundo es predecible y había un solo camino para alcanzar el desarrollo. El cambio sin precedentes que trajo la Globalización del siglo XXI exige una revisión de nuestros mapas mentales porque las experiencias pasadas suelen convertirse en trampas que no permiten anticipar lo que es posible y conveniente para una organización o un país.

Volviendo a nuestro espacio, tampoco me pareció escuchar hablar del futuro, es más hubo postulantes que repetían consignas del siglo 19 y 20, sin tener en cuenta los cambios que han transformado el mundo en los últimos tres años. El largo plazo se ha reducido a los dos meses, no mucho más lejos.

Hay coincidencias en que tenemos problemas estructurales, pero todo parece reducido a la macro y tangencialmente a la seguridad. No cabe duda que esta visión no basta para enfrentar la diversidad y complejidad de problemas que tenemos por delante, porque como sostenía Einstein “”Ningún problema puede ser resuelto en el mismo nivel de conciencia en el que se creó”. Es por ello que en nuestra imaginaria selección de candidatos, los ¿lideres? que no pueden evitar un pensamiento obsoleto, con equipos amortizados, aferrados a tiempos pasados, se pueden evaluar cómo sin capacidad de reacción frente a cambios radicales que exigen soluciones creativas, y despedirlos con la clásica “lo vamos a llamar” en lugar de “lo vamos a votar”.

* El autor es Licenciado en Ciencias Políticas. Doctor en Historia. Dirige el Centro Latinoamericano de Globalización y Prospectiva.

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