He amado - continúo aún haciéndolo- la lengua latina y su cultura; reivindico la eterna vigencia -por eso son clásicas- de sus grandes obras. Y, como nunca, se me representa el pensamiento virgiliano en sus Geórgicas: “Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus” (“Pero entretanto se escapa, irreparablemente, huye el tiempo”).
Mientras camino por la calle Mitre, en el acceso a nuestro hermoso Centro Cívico, me dejo llevar por la nostalgia y me parece ver, donde hoy hay cemento y se yerguen edificios de departamentos, otra fisonomía quizá no tan urbana; en efecto, ¿cómo no evocar el hermoso bulevar, lleno de pasto, donde jugábamos, en épocas totalmente seguras, con calle de piedra, viejas acequias y anchas veredas con inmensos árboles? Esa cuadra albergaba, entonces, casas solariegas, muchas de ellas, sedes de familias, y otras, de entidades estatales o gremiales. En efecto, funcionaron en esa calle que tenía, como hoy, dos cuadras de largo, entidades que hoy ya nadie conoce: en una magnífica casa de principios del siglo XX, durante casi treinta años, estuvo la Dirección Nacional de Arquitectura; al lado, en otro edificio secular, las oficinas de los trabajadores de la sanidad; en la vereda de enfrente, se hallaban las dependencias de lo que entonces se dio en llamar “Asistencia Pública” y desfilaban cientos de escolares para hacer sus exámenes gratuitos de salud; por la misma vereda, -una placa hoy la recuerda- se erguía la Universidad Popular de Mendoza, con el Instituto “Humberto de Paolis”; ese edificio siempre estaba lleno de estudiantes porque fue compartido, sucesivamente, por una parte de la Escuela Normal y, posteriormente, por cursos de la Escuela del Magisterio... Podría nombrar otros.
El progreso llegó e, inexorablemente, lo antiguo cedió el paso a estructuras modernas, sin que verdaderas joyas edilicias de otras épocas se salvaran y quedaran como testimonios de antaño.
Pero, si lo edilicio desapareció, si los habitantes de entonces, en su mayoría, ya no están, en cambio, sí quedan incólumes algunas características lingüísticas que caracterizaron a aquella Mendoza y todavía hoy la identifican ante el mundo; ellas permiten decir “esa persona es mendocina”.
¿A qué me estoy refiriendo?
Al uso del artículo ante nombres propios: “el Jorge” y “la Martita”. ¿Es eso correcto? ¿Qué aprendemos en la bibliografía académica? Aprendemos que no debe usarse artículo, normalmente, ante nombre propio de persona. Sin embargo, en el lenguaje popular, sobre todo rústico, suelen llevarlo los nombres de pila. Este uso se llama “familiar” o “coloquial”.
También es lícito usarlo ante apellidos de mujeres escritoras o artistas, de cualquier nacionalidad que sean: la Ocampo, la Callas.
Además, se puede usar artículo ante un nombre propio, generalmente un nombre de pila, seguido de complemento: “Ese ya no es el Julián de antes”. “La Inés que te presentaron no es la que yo conozco”.
A veces, la colocación del artículo ante un nombre propio tiene una interpretación “denominativa”, como en “Este es el Roberto de mi familia”; otras veces, la intención es “metafórica”, como en “Ese hombre es el Robin Hood de la zona”. Otras, la intención es “identificativa”: “Ese es el Carlos de la oficina de cambios”.
También se ha dado el uso con artículo en el lenguaje forense, no solo en nombres de pila, sino en apellidos: el “Morocha”, el Álvarez.
Hay dos verbos que identifican nuestro modo de dar referencias acerca de la localización de un sitio: son “subir” y “bajar”. ¡Cuántas veces decimos, cuando nos preguntan por la ubicación de una calle o de un negocio, “suba por acá” o “baje hacia allá”. Originalmente, “subir” es, por definición académica, “viajar hacia el norte o hacia el origen de algo” y “bajar”, por el contrario, significa “viajar hacia el sur o hacia el final de algo”. Pero, en el caso de las avenidas y arterias mendocinas, no se tiene en cuenta la referencia de los puntos cardinales, sino la pendiente de la calle, a partir de un punto de partida; así, si la calle muestra una subida, sin importar para qué punto geográfico se dirija, se dirá “suba por ahí”; al contrario, si la cuesta no es ascendente, sino que es descendente, se dirá “baje por ese lugar”.
Y, en relación con la ubicación espacial, se considera mendocino, aunque también se escucha en otras provincias, el verbo “topar”. Este vocablo posee origen onomatopéyico, de “top” que es el ruido que producen dos cosas al chocar. Por eso, la Academia define “topar”, dicho de una cosa, como “chocar con otra”. Por su parte, el Diccionario de regionalismos de San Juan también lo incluye con el valor de “llegar a su fin una calle o una senda”: “Siga por aquí hasta donde topa y, luego, doble a la izquierda”.
Cuando una persona es curiosa y anda observando todo de manera furtiva, se dice que “anda vichando”. Este verbo, según lo consigna Rogé, en su obra Color, sabor y picardía en la cultura, se escribe “vichar”, pero también “bichar” y queda definido como “mirar, observar, atisbar, escudriñar”. También la Academia lo consigna con esa grafía y lo da como derivado del portugués “vigiar”, con el significado de “observar furtivamente, vigilar con la mirada”: “Durante las elecciones, siempre hay gente que, sin hacer nada aparentemente, anda vichando cada mesa”.
Lo edilicio, que alguna vez estuvo en bellos edificios de una calle mendocina, ha dado paso a mejoras y cambios; lo lingüístico, si bien ha incorporado infinidad de términos que hacen a un mundo globalizado y cambiante, se mantiene fiel a sus tradiciones y conserva ese sello distintivo ante diferentes culturas y personas.
*La autora es Profesora Consulta de la UNCuyo.