La vanguardia iluminada y la rosca pragmática

Como toda propuesta ideológica, el mensaje de Milei siempre puede recurrir a validarse desde una lógica propia. La gestión económica de Milei no tiene ese beneficio. Es política: está obligada a legitimarse con hechos.

El presidente Javier Milei regresó al país, luego de su viaje a la ciudad suiza de Davos. Gentileza: Perfil.
El presidente Javier Milei regresó al país, luego de su viaje a la ciudad suiza de Davos. Gentileza: Perfil.

Javier Milei camina sobre un extraño momento detenido en el tiempo. Se percibe a sí mismo como un nuevo referente ideológico mundial, cuya voz atrae a cientos de millones de personas en el planeta. En la Argentina lo perciben de una manera distinta: como el equilibrista de una economía en caída libre cuya función esencial y urgente es detener el estallido de la inflación. Sus ideas tendrán razón, si tiene éxito. Si no lo consigue, poco importarán sus razones.

El Presidente difundió con satisfacción evidente una nota del sitio digital Voz Media en la que se alude a su reciente participación en el Foro Mundial de Economía de Davos. Se trata de un medio de comunicación digital dirigido a la comunidad hispana de los Estados Unidos, fundado hace dos años en Las Colinas, Texas, por Orlando Salazar, un empresario de medios cercano a Donald Trump, que compró hace un año el canal Mega TV para competir con las cadenas latinas de Florida. El diario The Miami Herald señaló que el criterio editorial de ese grupo es de orientación conservadora.

“El rey del mundo libre ha hablado y todos hemos escuchado”, escribió Voz Media sobre Milei en Davos. El Presidente compartió en sus redes sociales ese comentario. Como ese contenido lo describe, cabe suponer que expresa la imagen que el Presidente tiene de sí mismo: “Javier Milei tiene el mundo a sus pies”. El mensaje de Milei no sólo aludió a las libertades económicas. También introdujo una crítica cultural sobre cuestiones como la igualdad de género y la gestión de la crisis climática.

No es la primera vez -acaso no sea la última- que un mandatario argentino se presenta en un foro global con la pretensión de ofrecer una mirada esclarecedora sobre la realidad mundial, sus desafíos y sus límites. Hace diez años, Cristina Kirchner se presentó ante la Asamblea General de las Naciones Unidas con un discurso en el que puso en duda la existencia real de los crímenes atroces del Estado Islámico (Isis, por su sigla en inglés). Sus seguidores elogiaron sin reservas ese discurso, señalando que por fin el mundo estaba siendo iluminado por las ideas de la vanguardia progresista.

En el caso de Milei, la intervención en Davos fue contemporánea de un hecho de naturaleza geopolítica que seguramente lo alentó a presentarse como referente de una nueva vanguardia iluminada. Donald Trump triunfó cómodamente en las primarias del Partido Republicano en Iowa. Según escribió el columnista Andrew Sorkin en The New York Times, la crema y nata del empresariado global reunido en Davos da por seguro el regreso de Trump a la Casa Blanca en las elecciones del próximo martes 5 de noviembre. El primer punto de inflexión será en julio, cuando los republicanos elijan a su candidato en la convención de Milwaukee. Y los demócratas el suyo, un mes después, en Chicago.

Hechos

Como toda propuesta ideológica, el mensaje de Milei siempre tendrá la ventaja de ser endógamo: puede recurrir a validarse desde una lógica propia. La gestión económica de Milei no tiene ese beneficio. Es política: está obligada a legitimarse con hechos. De allí que el Gobierno en los últimos días haya desdoblado su imagen en dos escenarios bien distintos: el del atril en Davos para el Presidente; el de la rosca en el Congreso para su gabinete.

El discurso global puede ser épico, enunciativo, pero es el Parlamento -donde los operadores del gobierno maniobran en minoría- el que en definitiva puede racionalizar las propuestas oficiales, desactivar aquellas menos prioritarias y conflictivas; y especialmente liberar la aprobación de las más relevantes por su impacto fiscal. Sin el horizonte de ingresos despejado antes de marzo, ni los dólares de la cosecha serán suficientes para sofocar presiones devaluatorias que pondrían en jaque el objetivo de atenuar la inflación.

Todos los días circula un borrador distinto de los temas que el oficialismo cedería para aprobar la ley que ya no se sabe si será ómnibus o combi; todos los días algunos de esos bocetos son desmentidos. El plazo para las sesiones extraordinarias se ha prorrogado y la ingeniería parlamentaria es tan frágil que bastaría con un dictamen propio de alguno de los bloques que basculan entre el gobierno y la oposición para que todo se complique para la Casa Rosada. El capital más importante con el que todavía cuenta Milei es la aprobación social -lógica para un gobierno que apenas cumplió un mes de mandato- y la desproporción irracional de algunos de sus contendientes. El más visible esta semana: la CGT que dispuso el paro general más prematuro del que tenga memoria la democracia argentina desde 1983.

Los espacios más propensos al diálogo, el PRO, la UCR y el bloque arco iris que lidera Miguel Pichetto, vacilan todos los días porque no saben si tienen como interlocutores de la Casa Rosada a un grupo de funcionarios altamente inadvertidos del modo de funcionamiento del Estado realmente existente, o a un grupo de dirigentes articulado y con una visión estratégica que ha sido la única capaz de captar el nuevo clima de época. Con frecuencia el mileísmo se comporta como lo primero. Todavía promete sorprender con lo segundo. Pragmática, la rosca del Congreso ya eligió lidiar con lo primero. Y que se encargue la vanguardia iluminada de explicar -si logra bajar la inflación- que en realidad era lo segundo.

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