La tradición republicana

Hilda Sábato señala en el prólogo que con este libro Botana ofrece “un cuadro de los retos que la república y la democracia plantearon en el pasado a quienes buscaban construir una nueva nación en tiempos de profundas transformaciones políticas a escala global”.

Hay libros que pasan de largo. Hay otros que merecen ser leídos más de una vez. Pero hay libros que se convierten en clásicos porque no pierden vigencia o porque tienen la capacidad de incitar nuevas reflexiones, poner en duda nuestras certezas o encontrar claves comprensivas para entender los hilos que entretejen el tiempo presente con el pasado remoto o más reciente.

Esta última cualidad está presente en la versión definitiva del libro de Natalio Botana, La tradición republicana, recientemente editado con un estupendo prólogo a cargo de Hilda Sábato. El mismo salió a la luz por primera vez cuando la democracia asomaba como horizonte de expectativas en la vida colectiva de los argentinos. Lo publicó en 1984 cuando Raúl Alfonsín había ganado las elecciones presidenciales recitando el preámbulo de la constitución nacional que ilusionó a las mayorías ciudadanas ante el horror de la última dictadura militar y el amargo recuerdo de la violencia armada que la había precedido. En aquel tiempo cargado de promesas, Botana se propuso estudiar las raíces de la democracia republicana desolada en nuestras tierras con las herramientas de la teoría política y de la historia siguiendo las lecciones de Raymond Aron sobre el contraste entre la libertad de los antiguos y los modernos en el que sobresalía la obra de Alexis de Tocqueville, el influyente intelectual francés que había tematizado el tránsito del antiguo régimen a la revolución, y puesto de relieve las características de la democracia norteamericana frente a la tortuosa experiencia europea que había integrado el plan de lecturas de los escritores públicos hispanoamericanos para fundar las repúblicas del Nuevo Mundo.

A esa altura había publicado El Orden Conservador donde analizó la fisonomía del régimen político y las reglas de la sucesión presidencial entre 1880 y 1916 con el fin de identificar “las causas explicativas en la historia de la comprensión de los propósitos que habían guiado a los actores, de sus juicios racionales o de las pasiones que determinaron sus acciones”. En base a esas convenciones, y cuando ya había escrito junto a Ezequiel Gallo, un artículo sobre la “inmadurez de la visión histórica de los argentinos”, diseccionó el problema en tres secciones: analizó la fórmula prescriptiva y operativa de la “república posible” ensayada por Alberdi, reconstruyó los resortes institucionales y prácticos del gobierno federal y los gobiernos provinciales y caracterizó el giro reformista que operó a favor de la competencia electoral y la alternancia en la cúspide del poder entre el partido de gobierno y el surgido desde la sociedad civil. Aunque aquella etapa estuviera cargada de luces y sombras dejaba a la vista algo importante: que el sistema político edificado a lo largo de medio siglo había demostrado niveles aceptables de estabilidad institucional, contribuido a la formación de partidos políticos rivales y elaborado dispositivos legales para sortear el déficit de legitimidad permitiendo traccionar el salto del régimen de notables a la democracia de masas que sobrevivió hasta 1930 cuando se abrió el ciclo de golpes militares y salidas electorales que se prolongó hasta 1983.

El conocimiento de aquella etapa excepcional, y la lectura atenta de la transición democrática que era común a los países del Cono Sur, de la que fue testigo y observador, lo incitó llevar a cabo una reflexión intelectual de doble entrada: por un lado, analizó los principios generales del pensamiento político y filosófico del siglo de las luces que cimentaron las bases del poder político contemporáneo; por otro, hizo pie en el siglo XIX argentino para escrutar el horizonte ideológico de dos personajes centrales de la vida pública nacional, Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento, con el firme propósito de develar el pasaje entre las ideas formuladas desde la tribuna o el “gabinete” y el proceso de toma de decisiones que sirvieron a la unificación nacional. Ese ejercicio intelectual distingue fases de apertura y contracción de la república en ciernes. De un lado, los rasgos autoritarios y centralizadores del poder ejecutivo nacional y los instrumentos depositados en el gobierno nacional para domesticar rebeldías sociales, políticas y territoriales en beneficio de la autoridad nacional y la consolidación de un centro de poder autónomo de las partes. Del otro, la pretensión de soldar la unidad de la nación en el presente inmediato que proyecta la libertad al futuro a través del programa civilizatorio. Un canon a simple vista común pero que reconoce divergencias entre Alberdi y Sarmiento. Mientras que la fórmula alberdiana preveía “libertades civiles para todos, libertades políticas para pocos”, es decir, entendía la ciudadanía política y la república verdadera como empresa de largo plazo, en Sarmiento la república debía expresarse en “tres columnas” principales: la república de las libertades según los principios establecidos en la constitución nacional; la república que fortalece al gobierno federal por sobre las soberanías provinciales y dota al poder ejecutivo nacional de instrumentos fundamentales para afianzar el orden público mediante las intervenciones federales y el estado de sitio; y la república de la virtud cívica sostenida en dos pilares inspirados en el modelo norteamericano que había apreciado en sus viajes: la educación pública y la distribución de la tierra para impulsar el desarrollo de la agricultura, y no de la ganadería porque la entendía como nido de “caudillos”, y como obstáculo de la cultura cívica. Así lo había planteado en el texto que lo erigió en uno de los intelectuales más relevantes del siglo XIX hispanoamericano, Facundo o civilización y barbarie, donde había destacado las ventajas de las ciudades “agrícolas” y denostado las ciudades pastoras porque de ellas había surgido la pirámide caudillesca, encabezada por Juan Manuel de Rosas y su sistema plebiscitario convertido en contracara del terror.

Hilda Sábato señala en el prólogo que con este libro Botana ofrece “un cuadro de los retos que la república y la democracia plantearon en el pasado a quienes buscaban construir una nueva nación en tiempos de profundas transformaciones políticas a escala global”. Pero también nos advierte que los problemas del pasado no son necesariamente idénticos al presente que vivimos, aunque no pasa por alto que lo que resulta evidente es que la democracia y la república nunca dejaron de despertar cuestionamientos semejantes o más críticos a los embates que hoy enfrenta en varios rincones del planeta. Por consiguiente, el lector que recorra sus páginas no encontrará recetas para sobrellevar la incertidumbre que sobrevuela el actual momento argentino, aunque seguramente podrá apreciar que las controversias han girado por lo general en las formas de ponerlas en práctica porque lo que está de por medio es la tensión siempre latente entre libertad e igualdad que atraviesa la vida democrática.

* La autora es historiadora del CONICET y UNCuyo.

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