La pax mileista no llegó al mes de duración. De "nada política" pasamos, en un santiamén, a "política todo". Bastó que se abrieran las puertas del Congreso para que retrocediéramos al día anterior al 26 de octubre. Porque el gobierno nacional con el aplastante resultado electoral creyó que todo había cambiado y que sus propuestas las impondría por definición. No ocurrió así. El presupuesto que votaron los diputados ahora Milei lo quiere vetar porque no es lo que quería. Y, por ende, debió diferir la reforma laboral para febrero porque con la primera ley de su tercer año dejó enojados a todos sus aliados, ya que en vez de unir para gobernar (y por ende legislar) optó por dividir para reinar. Y ahora nadie le quiere votar nada más. Esa es la primera razón de la marcha atrás, la torpeza política, pero no solo por eso. Existieron, cuando menos, dos razones más.
Se olvidaron de la historia y de los consensos. Dos palabras que a veces el presidente parece no tener en su vocabulario. La historia es que, desde el primer mes de Alfonsín a fines de 1983 en adelante, todos los que intentaron sacarles privilegios a los sindicatos y modernizar la legislación laboral fracasaron estrepitosamente. Por lo que una reforma de tamaña magnitud y que toca tantos intereses, necesita un trabajo previo de acuerdos, negociaciones y una infinidad de sutilezas que los libertarios parecen ignorar.
Menospreciaron lo primero (la historia) y no elaboraron lo segundo (el consenso). No basta con el "espíritu de los tiempos" a favor de la reforma ni basta con la desmoralización de los adversarios derrotados. Tampoco con el voto del 26 alcanza. Sin embargo, aún tienen tiempo y resto de sobra para cambiar muchas cosas necesarias de cambiar, pero si no cambian primero ellos, no cambiarán nada.
*El autor es sociólogo y periodista. [email protected]