Sus horas más gloriosas

Hoy Milei, a mitad de su mandato, vive su hora más gloriosa. Igual les ocurrió a sus antecesores Alfonsín, Menem, Kirchner y Macri. Y ninguno la pudo o supo aprovechar. En esos espejos debería mirarse el actual presidente para no cometer los mismos errores. Y romper para siempre el estigma de la decadencia nacional.

Casi todos los presidentes argentinos de la democracia, a la mitad de sus mandatos, cuando fueron revalidados electoralmente, creyeron tocar el cielo con las manos. Cada uno, a su manera, se imaginó el inicio de su propio milenio. De aquí a la eternidad nada ni nadie los detendría. Pero, lamentablemente, hasta ahora, siempre, la decadencia argentina que no pudieron revertir acabó con todas sus ilusiones. De alguna manera, aunque de maneras muy distintas, el desafío de todos fue siempre el mismo y el resultado similar. Hoy, Javier Milei, como todos esos antecesores en su oportunidad, se encuentra también en su hora más gloriosa. Esa en el que parece que todas las puertas que conducen al cielo están abiertas para él. Pero, tarde o temprano, seguramente más temprano que tarde, deberá elegir una, o dos, o tres de esas infinitas puertas por donde entrar, con lo que todas las demás se le cerrarán. No solo, pero casi solamente del presidente argentino libertario, depende que esta vez la elección sea la correcta, cuando hasta ahora nunca antes lo fue.

A mitad de su mandato, Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Néstor Kirchner y Mauricio Macri se encontraron con una ratificación extraordinaria de confianza popular por las más diversas razones. Pero el mandato fundamental que los convalidó fue siempre el mismo: aprovechar ese aval extraordinario, y posiblemente irrepetible, para iniciar las reformas estructurales, de fondo, permanentes, continuadas, irreversibles, que dieran vuelta ciento ochenta grados la orientación de país y pudiéramos entrar en la senda seguida por los países desarrollados de Occidente, por los países más exitosos del mundo. No importa que esas reformas se hicieran en nombre de la socialdemocracia, el liberal peronismo, el progre peronismo, el liberalismo republicano o el anarco libertarismo, lo importante es que se las hicieran bien, que tuvieran éxito. Pero, hasta el momento, nunca ninguna lo tuvo. Todos los citados, menos el presente mandatario que sigue teniendo todas las puertas abiertas, fracasaron rotundamente luego de su hora más gloriosa, en transformar para bien y de una vez por todas la nación de los argentinos. Conviene entonces recordar aquellas experiencias, puesto que, aunque se diga que la historia nunca se repite, sin asimilar la experiencia de la historia, la historia -aún disfrazada de los modos más diversos- sí se repite. Y si hay un país donde su historia es un ciclo de repeticiones permanentes de sus mismos fracasos, en la Argentina de los últimos 50 años (pueden ser más aún la cantidad de años de fracasos, eso depende de la interpretación que cada cual haga de la historia, pero lo que es seguro es que nadie niega que cuando menos, fracasamos en el último medio siglo, en eso parece haber un consenso que ronda lo absoluto)

Don Raúl se derrumbó con el derrumbe del Estado Benefactor

Alfonsín ratificó de modo contundente en 1985 su sorprendente triunfo electoral sobre el peronismo de 1983, tanto que todo auguraba que se iniciaba un nuevo ciclo político en la Argentina. Logró, además, lo que luego nunca nadie jamás lograría hasta ahora: que la conducción del peronismo (su principal opositor) se renovara sustancialmente para, admitiendo sus gravísimos errores pasados, asumiera como propio el espíritu de la nueva era democrática. Alfonsín renovó y refundó (hasta casi podríamos decir que creó) la democracia y ganó por paliza en 1985 porque pocos meses antes inició un plan económico (el Austral) que parecía ser muy exitoso. Pero lo cierto es que de a poco todo fue volviendo atrás, sobre todo porque la razón esencial del fracaso del plan económico fue la concepción alfonsinista de no saber leer el mensaje de los tiempos: que la única forma de desarrollar un Estado Benefactor exitoso (como le exigía su ideología socialdemócrata) era desmantelar el supuesto Estado Benefactor heredado del peronismo que ya era solamente un montón de ruinas (hasta EEUU y Europa entera estaban desarmando los suyos por su inmenso desgaste pese a que aun así, eran muchos mejores que el nuestro) y construir uno nuevo dentro de la tónica del capitalismo liberal que primero con el auge liberal conservador de Ronald Reagan en EEUU y luego con la caída de la URSS se iba imponiendo por todo el mundo. No se trataba de copiar a los otros países, sino el de adaptar el nuestro a los nuevos tiempos. Los radicales más lúcidos, en particular uno llamado Rodolfo Terragno, lo entendieron cabalmente, pero la mayoría no, y se quedaron atados a un Estado que al derrumbarse terminó derrumbándolos también a ellos.

Carlos Saúl y la re-reelección con que destruyó su Convertibilidad

Menem, luego de un accidentado inicio, tomó la decisión de desmantelar absolutamente ese Estado derruido e ineficaz tanto por antiguo como por corrupto y lo hizo implacablemente durante su primera gestión. También como Alfonsín, creó su propio plan económico (la Convertibilidad) que tuvo una duración exitosa mucho mayor que la del plan Austral. Todo eso le bastó para que en 1995 logrará una aplastante reelección, con lo que también empezó a imaginar su eternización, o al menos su milenio propio. Pero ese fue el principio de su fin. Cuando estaban dadas todas las condiciones, luego del desguace del viejo Estado (aunque, en general con métodos no demasiados "sanctos") lo necesario para consolidar su estrepitoso éxito era iniciar las reformas estructurales necesarias (que son más o menos las que hoy se propone Milei) para crear el nuevo Estado y construir un nuevo país capitalista y eficiente. Eso Menem lo sostuvo de palabra, pero de hecho hizo exactamente lo contrario a partir de 1995: decidió gastarse la totalidad del capital político y económico acumulado durante su primera presidencia, para intentar una imposible re-reelección con lo cual en vez de que la convertibilidad bien manejada fuera el punto de partida de una estabilización permanente, la persistencia en mantenerla pétrea, inmodificable, en contra de toda racionalidad económica dejó de herencia, en vez de un nuevo país y un nuevo Estado, una bomba que le terminaría estallando a la incompetente presidencia de Fernando De la Rúa, con lo cual no solo volaría un plan económico más, sino que implosionaría el país entero.

Néstor, el que quiso comprar para él y su esposa (sin pagarlos), el Estado y el país

Kirchner en 1995 también vivió su momento más glorioso. Se sacó de encima a su creador, Eduardo Duhalde (que fue quien apagó el incendio del 2001/2 pero gastando con ello todo su crédito político) y la Argentina era suya. Y no cualquier Argentina sino una donde el precio de nuestros principales bienes exportables, alcanzaban un valor que sólo podía compararse con los años de nuestra vieja alianza con Inglaterra a fines del siglo XIX y principio del XX. Volvían las vacas y las mieses. Teníamos otra vez, el dinero suficiente para que mientras se administraba la Argentina existente, se pudiera ir construyendo un nuevo país con los recursos extraordinarios que eran más grandes que los ordinarios. O sea, más que reformas estructurales, Néstor Kirchner tuvo lo oportunidad que no tendría ningún antecesor ni sucesor suyo de edificar un nuevo país, lo hiciera desde el liberalismo o desde el progresismo. La plata que le sobraba podía soportar cualquier ideología. Sin embargo, insólitamente, en lo que será recordado como un caso único en la historia, Néstor Kirchner en vez de crear un nuevo Estado, decidió "comprar" para sí mismo (sin pagarlo, claro) el viejo Estado y usarlo en su beneficio propio. Con un Estado que ya no funcionaba con Alfonsín y que Menem había desmantelado, no era posible crear un nuevo país, pero era suficiente para enriquecer a un hombre que quería convertirse en el dueño de la Argentina, aunque fuera una Argentina fallida. Para él, aún obsoleto, apoderarse "privadamente" del Estado era más que suficiente para sus mezquinos objetivos. El hombre que tuvo la posibilidad económica y política no solo de producir las más grandes reformas estructurales, sino de reinventar enteramente un nuevo país, lo echó por la borda por razones similares a las de Menem, pero con una mezquindad y una corrupción multiplicada por mil: en nombre de su eternización y con el deseo mórbido y enfermizo de escriturar a su nombre el Estado que jamás pensó reformar, ni para un lado ni para el otro. Unos años después, cuando decidió librar la guerra contra el campo en vez de aliarse con él para conquistar el mundo (Lula, desde la izquierda, lo entendió, Kirchner jamás) se comprobó definitivamente que estábamos ante otro colosal fracaso que comenzó el día en que Kirchner, teniendo todas las puertas abiertas, en su momento más glorioso, decidió entrar por las equivocadas y clausurar las correctas. Quizá el kirchnerismo sea el más grande fracaso de la democracia porque es el que mejores oportunidades tuvo de revertir para siempre la decadencia nacional.

Mauricio, un gran constructor, pero un pésimo conductor

Lo de Macri fue más módico. Su senda política estuvo más cerca de la de Alfonsín que de la Menem o los Kirchner, aunque su plan económico fuera eminentemente liberal y en absoluto socialdemócrata. A mediados de su mandato, en 2017, pese al boicot golpista permanente del kirchnerismo, ganó muy bien las elecciones legislativas y entonces le tocó vivir su hora más gloriosa, pero el problema de Macri fue más político que económico. Él fue y sigue siendo un eficiente "constructor", un ingeniero político que creó esforzadamente y luego de varios años, la primera Meca del liberalismo republicano democrático argentino en la Capital Federal y consiguió con éxito imponerla en el país en 2015. Pero todo lo que Macrí tenía de constructor, carecía como conductor. Desde el primer día que asumió, peronistas lúcidos como Miguel Ángel Pichetto le dijeron que la única manera de acabar con el kirchnerismo era sumar a su proyecto a los peronistas que rechazaban a Cristina, o sea contribuir a crear un nuevo peronismo a tono con el republicanismo liberal reinante (lo que tan bien supo hacer Alfonsín, con las ideas de su época, durante su presidencia), pero Macri creyó (duranbarbismo mediante) que, con solo confrontar con Cristina, que supuestamente estaba políticamente muerta bastaba. Pero como a veces los muertos que uno cree matar gozan de buena salud, la dama K le birló la presidencia con el títere más ridículo quizá de toda la historia argentina. Tuvo luego otra oportunidad Macri de volver al poder con su triunfo electoral legislativos de 2021 para producir las reformas estructurales que no supo hacer sino muy parcialmente en su primer gobierno, pero no supo conducir a sus candidatos a la presidencia, un par de histéricos que en vez de pensar cómo derrotar al peronismo, lo único que les interesó fue derrotarse mutuamente a sí mismos. Así, de la incapacidad de conducción política de Macri, pese a todo lo que había construido, nació Javier Milei, la nueva esperanza de producir las reformas estructurales hasta ahora jamás realizadas, y que constituyen el pasaporte para entrar a un nuevo país.

Para Javier su hora más gloriosa ha llegado, ¿sabrá aprovecharla o fracasará como todos sus antecesores?

Milei, hoy, como Alfonsín en 1985, Menem en 1995, Kirchner en 2005 y Macri en 2017, está viviendo su hora más gloriosa y tiene todas las puertas abiertas. Además, se ha propuesto realizar las reformas estructurales pendientes, que en un país ya con muchas menos ilusiones de las que tuvo con los presidentes anteriores, no es tanto lo que le exige al libertario. Sinceramente, será muy difícil que Milei pueda mejorar como corresponde la microeconomía de los argentinos ("ese metro cuadrado" de cada familia) porque no parece saber cómo hacerlo, ni nadie tampoco parece saberlo bien. El redistribucionismo vía subsidios ya no sirve ni es posible si es que alguna vez sirvió. Y el derrame neoliberal es demasiado lento si es que se produce. Por lo tanto, con que Milei supiera construir una sólida macroeconomía que pudiera trascender a su persona (y que no fuera posible volver atrás aun cuando el gobierno que lo sucediera fuera del signo opuesto), el actual presidente podría decir que su misión fue cumplida en lo esencial. A los demás presidentes se les pedía que estuviéramos entre los mejores del mundo, al actual presidente (aunque él se crea, histriónicamente, el mejor del mundo), sólo se le pide que revirtamos la decadencia y podamos lograr la estabilidad macroeconómica que casi toda América Latina está logrando, menos nosotros, supuestamente el país más "europeo" y "civilizado" del continente. O sea, una sociedad dolida y decepcionada con casi todos, le pide a Milei bastante menos de los que le pidió a los demás. Y hoy, Milei, en su hora más gloriosa, puede lograrlo si, entre otras cosas, aprovecha su tiempo libre, para recordar lo que hicieron todos sus antecesores que también lo intentaron y fracasaron. Aprender de ellos cómo no repetir sus errores.

El sabio consejo del General

Juan Perón decía que la sabiduría está en aprender de la experiencia ajena, porque si uno quiere aprender solamente de su propia experiencia llegará siempre tarde a todo (es que el gran pecado es creerse único, como se creen casi todos los seres humanos dominados por la soberbia y la vanidad; enfermedad en la que caen muchos políticos -en particular los presidentes- por su privilegiada posición en el poder).

El actual presidente, si pretende superar y reemplazar a la Argentina peronista, debería, al menos, hacer suyo cuando menos ese sabio consejo del General.

* El autor es sociólogo y periodista. [email protected]

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