La democracia de EE.UU. duramente humillada

La locura de Trump se convirtió en un imprevisto aliciente para los muchos gobernantes autoritarios que se mantienen aún en el poder. Fanatismo y autoritarismo en la principal potencia del mundo.

Donald Trump, el 20 de enero dejará la Casa Blanca.
Donald Trump, el 20 de enero dejará la Casa Blanca.

Artículos editoriales de prestigiosos medios y columnistas de distintos países coinciden en que, por imperio de su rica historia democrática, Estados Unidos superará la terrible pesadilla vivida en estos días a raíz del irracional ataque al Capitolio por parte de fanáticos seguidores del presidente Donald Trump.

Sin embargo, no estaría de más que en los dos exponentes del férreo sistema bipartidista norteamericano, demócratas y republicanos, se extremen a partir de ahora los mecanismos de admisión de sus adherentes y las cualidades éticas de sus postulantes a cargos electivos, con el propósito de que no se repita nunca un periodo de cuatro años al mando de un personaje con ilimitadas ambiciones de poder y peligroso fanatismo.

Donald Trump puso en riesgo el sistema democrático estadounidense; por lo tanto, ese país difícilmente pueda soportar una segunda prueba de tal magnitud sin sufrir una fuerte erosión de sus hasta ahora sólidas bases institucionales.

No es el propósito de esta columna evaluar la gestión de gobierno de Trump, más allá de las múltiples críticas que recibió por diversas políticas que ejecutó, como las relaciones exteriores, el manejo de la salud de la población o el vergonzoso muro para separar a su país de México, entre otros aspectos cuestionables.

Lo que sí debe recordarse es que el saliente presidente norteamericano expuso inocultables preceptos autoritarios desde su arranque en las primarias republicanas y más aún durante la campaña que lo llevó a la Casa Blanca.

Posiblemente, cierta moderación o incluso cierta timoratez u oportunismo de la tradicional élite republicana impidió que desde su propio partido se intentara poner límites a tan desenfrenada ambición por el poder. Lo cual a la postre fue un evidente error que no debería repetirse.

No haber reconocido nunca su derrota en las elecciones de noviembre, argumentando un fraude montado por la oposición que nadie pudo comprobar, fue otra muestra de su intolerancia y de su afán por permanecer en el poder contra viento y marea.

Recién luego del grave incidente que protagonizaron sus fanáticos en la sede del Poder Legislativo, pese a lo cual los congresales cumplieron con lo que Trump pretendía evitar, la certificación (confirmación) del triunfo de Joe Biden en las urnas, el disparatado presidente de los Estados Unidos aceptó que perdió y prometió, en los pocos días que quedan hasta el traspaso, una transición tranquila.

Ridícula postura: una transición democrática se inicia al día siguiente de una elección, algo que Trump nunca se propuso.

Tampoco estará el presidente saliente en la ceremonia de traspaso del mando, el miércoles 20; parecido, pero igual de lamentable, a lo que ocurrió en nuestro país el 10 de diciembre de 2015 cuando la presidenta saliente, Cristina Fernández de Kirchner se negó a concurrir a la asunción de su sucesor, Mauricio Macri.

La locura de Trump se convirtió en un imprevisto aliciente para los muchos gobernantes autoritarios que se mantienen aún en el poder.

Fanatismo y autoritarismo en la principal potencia del mundo.

En fin, doloroso momento para la imagen de EEUU.

Una página que solamente los estadounidenses deberán dar vuelta y olvidar con rapidez.

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