Celebrar la diversidad (no justificarla)
La diversidad suele presentarse como una obligación ética: algo que hay que aceptar o tolerar. Ese encuadre es incompleto. La diversidad humana no es solo un gesto moral; es una decisión estratégica. Las sociedades y organizaciones que la celebran no lo hacen por altruismo, sino porque entendieron algo esencial: la homogeneidad es cómoda, pero cara; ordenada, pero poco creativa; estable, pero frágil. La diversidad, en cambio, introduce fricción al principio y valor después. Y cuando se la mide, no cuando se la declama, los resultados aparecen.
La lección más antigua: la tierra
La naturaleza resolvió este dilema hace millones de años. Los ecosistemas diversos son más productivos y más resilientes que el monocultivo. Estudios en ecología muestran que sistemas con alta biodiversidad pueden producir entre un 20% y un 30% más biomasa y resistir mejor plagas, sequías y shocks externos. La diversidad no es desorden: es un sistema de protección y regeneración.
Las sociedades funcionan de manera sorprendentemente similar. Donde hay diversidad humana —cultural, cognitiva, religiosa, de trayectorias— hay más capacidad de adaptación. A nivel macroeconómico, esto no es una intuición blanda. Investigaciones comparativas entre países muestran que la diversidad de perfiles humanos explica una parte significativa (cercana al 20%) de la variación del PIB per cápita, incluso controlando factores como educación e instituciones. Las economías más abiertas y diversas innovan más, emprenden más y resisten mejor las crisis. No por casualidad, sino por diseño.
Polarización: el nuevo monocultivo social
En este contexto, la creciente polarización global, la lógica binaria de derecha e izquierda, amigos y enemigos, actúa como un nuevo tipo de monocultivo social. Simplifica el debate, empobrece la conversación pública y reduce la capacidad de las sociedades para cooperar, innovar y construir consensos mínimos. Desde el punto de vista económico, la polarización no es solo un problema político: es un factor de ineficiencia que encarece decisiones, frena inversiones y deteriora la confianza, uno de los activos más valiosos de cualquier sistema económico.
Diversidad humana y competitividad económica
Cuando bajamos al plano empresarial, el impacto es todavía más concreto. Un estudio global de McKinsey & Company mostró que las empresas ubicadas en el cuartil superior de diversidad étnica y cultural tienen 36% más probabilidades de superar financieramente a sus competidores. No se trata de clima laboral ni de reputación: se trata de resultados.
Otro dato contundente proviene de Boston Consulting Group: las empresas con equipos de liderazgo diversos generan 19% más ingresos provenientes de innovación que aquellas con estructuras homogéneas. En mercados saturados, donde crecer depende de diferenciarse, ese porcentaje no es marginal: es decisivo.
Finalmente, el talento. Más del 65% de los profesionales calificados consideran la diversidad y la inclusión un factor relevante al elegir dónde trabajar. En una economía donde el capital humano es el principal activo competitivo, ignorar este dato no es neutral: es un error estratégico.
La discusión no es si la diversidad humana es buena o deseable. La discusión es qué tipo de riqueza queremos construir. En la naturaleza, la diversidad genera suelos fértiles; el monocultivo los empobrece. En las sociedades, la diversidad amplía oportunidades, ideas y bienestar; la homogeneidad reduce opciones y achica el futuro. La historia económica es clara: la riqueza nace de la interacción de lo distinto, la pobreza de su repetición.
Si la tierra y la humanidad ya demostraron que la diversidad es una ventaja para la expansión, ¿cuánto bienestar estamos dispuestos a sacrificar por miedo.
* El autor es economista, co-fundador de R.I.T.A. (Regional Impact Trade Alliance)