17 de octubre de 2025 - 00:00

El peronismo como utopía retrospectiva

El decurso histórico del peronismo sería una lenta y prolongada decadencia de una Edad de Oro, de modo que «los días fueron, son y serán peronistas», claro, pero los que serán siempre serán peores que los que fueron. La Argentina no solamente se quedó sin utopías: tampoco puede imaginarse un futuro diferente al pasado.

80 aniversario del día de la lealtad

El peronismo como utopía retrospectiva

Ventanita:

El decurso histórico del peronismo sería una lenta y prolongada decadencia de una Edad de Oro, de modo que «los días fueron, son y serán peronistas», claro, pero los que serán siempre serán peores que los que fueron. La Argentina no solamente se quedó sin utopías: tampoco puede imaginarse un futuro diferente al pasado.

Héctor Ghiretti

Profesor de Filosofía Política

Texto de la nota:

El pensamiento utópico moderno inició en el Renacimiento y se cerró con la crisis del marxismo, hacia fines de la década del 60. Pero no desapareció del todo. Zigmunt Bauman explica que con su declinación surgen nuevas formas: utopías retrospectivas o retrotropías. La frustración por la conquista definitiva del futuro es reemplazada por una búsqueda idealizada del pasado, que habilita intentos por reconstruirlo, por volverlo a la vida.

El peronismo se ha convertido, después de 80 años de existencia, en una utopía retrospectiva. Voy a valerme de dos tuits, que tienen la capacidad de mostrar un mundo en una cáscara de nuez, para mostrar el punto.

Uno es de Eleonora Pangaro, traductora, quien parafrasea a Jorge Manrique: «Todo tiempo pasado fue Perón». La plenitud del tiempo nacional se habría dado durante las primeras presidencias de Perón. Todo tiempo posterior es degradación, decadencia, caída respecto de esa Edad de Oro.

El otro es de Gerardo Aboy Carlés, politólogo, quien frente a la crisis del peronismo después de la última derrota electoral escribió «Fuimos mejores que esto. Y no hace tanto». La mejor versión del peronismo siempre es la anterior, la que aconteció.

Puede componerse una relación histórica en la que en cada manifestación el peronismo pierde un poco de su capital simbólico, en versiones cada vez más pobres, más degradadas.

La primera presidencia de Perón -en concreto los años 1946-1949- fue la Edad de Oro propiamente dicha. Siguió una segunda presidencia en la que se desencadenó la crisis, obligando al líder a buscar respuestas pragmáticas, hacer ajustes y cerrar acuerdos comerciales con compañías extranjeras.

Los años de la proscripción constituyen la etapa heroica, de renunciación y resistencia, que auguraba una restauración completa y más gloriosa con el regreso de Perón.

Dicho regreso, no obstante, no fue lo que se esperaba. Peor aún sería la presidencia de Isabel.

Cuando se restableció la democracia los peronistas estaban tan convencidos de que no tenían ninguna responsabilidad sobre los hechos acontecidos durante esos años y lo que vino después, que estaban seguros de que ganarían.

El golpe fue mayúsculo y la caída brutal. La reconstitución del peronismo después de la derrota de 1983 fue difícil y llevó tiempo, pero tuvo un formidable aliado: el desastroso gobierno de Alfonsín. Para fines de la década las esperanzas se habían regenerado, al menos en parte. Menem anunció que enarbolaría las tres banderas históricas del peronismo, pero hizo todo lo contrario.

Al final del menemismo el capital simbólico del peronismo parecía seriamente mermado. Otro acontecimiento vendría en su socorro. El acelerado colapso del gobierno de la Alianza convirtió al peronismo en la única alternativa de gobernabilidad. El kirchnerismo surgió como el proyecto político que parecía restablecer el capital simbólico del peronismo clásico.

Poco importaba que tanto uno como otro apoyaran sus éxitos sobre un sistema financiero saneado por sus predecesores políticos y unas condiciones externas excepcionalmente favorables. Tampoco importaba que Duhalde -el enano que operaba ocultamente al prodigioso autómata de la feria- hubiera hecho todo el trabajo sucio.

El capital simbólico aumentó durante el primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner para caer en el segundo. El gobierno de Alberto Fernández, con el epílogo con Massa como presidente de facto, acabó prácticamente con él. Tal parece que sólo un acontecimiento externo al peronismo, providencial -otro deus ex machina- podría devolverle la fuerza perdida. “No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores”, decía Perón. Quizá sea un tema de fortuna histórica.

El decurso histórico del peronismo sería así una lenta y prolongada decadencia desde su propia Edad de Oro, con eventuales picos de vitalidad dada por eventos ajenos al mismo, que concita voluntades y genera expectativas de grandeza y prosperidad, pero que solo concede decepciones sucesivas.

De modo que «los días más felices fueron, son y serán peronistas», pero los que serán siempre serán peores que los que fueron. La Argentina no solamente se quedó sin utopías: tampoco puede imaginarse un futuro diferente al pasado.

* El autor es profesor de filosofía política.

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