“El jardín de las delicias” es el nombre de la visionaria obra de Hieronymus Bosch, el Bosco (1450-1516), parte central del tríptico que se conserva en el Museo del Prado.
La obra del pintor El Bosco llamada "El jardín de las delicias" es como un moderno paraíso terrestre, literalmente expresado. En él, una multitud de hombres y mujeres desnudos entre animales de todo tamaño y fantásticos objetos y paisajes tiene como única tarea saciar sus gustos y apetitos sin inquietud ninguna. Lo admirable del artista es su imaginación para ilustrar un mundo en el que la ausencia de sentido moral es capaz de lograr en términos de vacuidad y zoncera.
“El jardín de las delicias” es el nombre de la visionaria obra de Hieronymus Bosch, el Bosco (1450-1516), parte central del tríptico que se conserva en el Museo del Prado.
Se sabe que Felipe II fue un gran mecenas de la pintura y el arte en general. El Palacio del Escorial bastaría para su fama. En pintura su gusto fue insuperable. Admiraba el arte flamenco y a Tiziano. Sus sucesores en el trono mantuvieron esta pasión de coleccionistas, jalonada de nombres como Velázquez y Goya.
De tal manera, el tríptico del Bosco está acompañado, continuado y enriquecido por un extraordinario despliegue del genio humano. El tríptico ocupa una posición central en el espacio del Museo y el Jardín de las Delicias se despliega en el panel central, que es una de las piezas estelares del Museo y siempre fue visto como un llamado aleccionador para enfrentar los desvaríos de la raza humana.
Pero ahora en que la “realidad copia -y supera- a la ficción”, no sé si sigue allí y si tiene sentido que esté y si a alguien le importa.
La obra es de 1516 y la proximidad de fechas lleva a relacionarla con el famoso Elogio de la Locura (Encomio de la estupidez) de Erasmo de Rotterdam. Pero en rigor son diferentes. En el Bosco no hay paradoja ni elogio, ni despliegue de genial ironía ni alarde de cultura humanista.
El Jardín es como un moderno paraíso terrestre, literalmente expresado. En él, una multitud de hombres y mujeres desnudos entre animales de todo tamaño y fantásticos objetos y paisajes tiene como única tarea saciar sus gustos y apetitos sin inquietud ninguna. El placer satisfecho sin costo. Parece obvio que en ese lugar no hace frío ni calor, no hay nieve, ni sequía, ni viento. Está todo bien.
Una humanidad sin molestias, dolores ni fatigas, que vive bien sin esfuerzo. Feliz de su bobería.
Lo admirable del artista es su imaginación para ilustrar un mundo en el que la ausencia de sentido moral es capaz de lograr en términos de vacuidad y zoncera.
Cuando la finalidad es pasarla bien satisfaciendo los gustos más extravagantes y ridículos, toda absurda ocurrencia, la ausencia de actividad inteligente genera rostros inexpresivos, todos iguales, lisos y sin edad. Embotados, dopados, diríamos hoy.
La fecha de la pintura inevitablemente la sitúa en las vísperas de la explosión de insensatez criminal que llenó la edad moderna.
Bosch también pintó, como una suerte de compendio, la famosa Nave de los Locos, y la Extracción de la piedra de la locura, donde un médico hurga la cabeza de un demente, con más curiosidad que esperanza.
Es curioso que el Jardín ocupa el panel central del tríptico. A la izquierda, Adán y Eva en el Paraíso terrenal, en estado de beatitud sin tiempo. A la derecha el Infierno, otra muestra de la fabulosa imaginación del artista, y que aparece como la consecuencia de las delicias del Jardín. Estos paneles son las respectivas puertas que se cierran sobre la escena central.
El Jardín le dio fama imperecedera al Bosco, pero la insensatez se renueva con nuevas fórmulas. El arte de alguna manera lo señala, pero la tentación de recrear el Jardín sigue ganando adeptos.
El arte siempre muestra la verdad. De distintas maneras y vías, pero siempre revela con certeza. Hace años una película acertadamente titulada Cabaret describía el clima previo a la segunda guerra en Alemania. En la actualidad, esta temática aparece sólo en las realizaciones de corte histórico.
El peligro es mayor porque crece en un ambiente que se empeña en cultivar la zoncera o el éxito de cualquier clase.
Hace años, justamente creado por un gran artista del humor político, Landrú, en la famosa revista “Tía Vicenta” desarrolló en forma de relato un personaje que era la contracara de Mafalda. Se llamaba María Belén, se la caracterizaba como “la bienuda del Barrio Norte”. Para nada le preocupaban los problemas sociales y respondía con un “¡qué diver”! o “¡sean buenos!”, a cualquier planteo problemático.
Con su vasta experiencia de argentino, el Papa Francisco supo describir como nadie el peligro de dejarse ganar por la superficialidad. Sin temor a dureza del planteo, dijo lo justo en toda ocasión. En su homilía del 8 de noviembre de 2023 en que rechazó los avances de la progresía europea, también criticó a “la espiritualidad de la bicicleta” y como cierre miró a su propia tropa, fustigando lo que llamó “machismo romano” y a los sacerdotes que en las parroquias “se prueban sombreros y albas eligiendo puntillas y bordados”.
Reconocer los problemas es la mejor manera de resolverlos.
La autora es ex docente e investigadora universitaria.