Javier Milei lo hizo de nuevo. Desde que irrumpió en la escena argentina como iracundo panelista televisivo, Javier Milei ha roto todos los manuales del análisis político tradicional. Y el pasado domingo lo hizo nuevamente.
Como desde el primer día del experimento libertario estamos en territorio desconocido. El reclamo más recurrente es que el presidente abandone la soberbia, el insulto, la descalificación. Para muchos, esto equivaldría a que deje de ser Milei
Javier Milei lo hizo de nuevo. Desde que irrumpió en la escena argentina como iracundo panelista televisivo, Javier Milei ha roto todos los manuales del análisis político tradicional. Y el pasado domingo lo hizo nuevamente.
¿Quién podía arriesgar el resultado electoral que se registró? En los días previos no había ninguna encuesta pública que hiciera prever otra cosa que una derrota más digna que la del 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires y victorias menos abultadas que las necesarias para emparejar la ecuación en algunas provincias, más virtuales empates técnicos en otras.
Ahora aparecen los que dicen que tal o cual consultor les anticipó -en estricto off claro, porque estaba prohibido la difusión de sondeos- que La Libertad Avanza iba a sacar 40% de los votos a nivel nacional. También se conocen los datos del Índice de Confianza del Consumidor (ICC), que rigurosamente elabora la Universidad Di Tella, que para octubre arrojó 42% (6,3 puntos más que en septiembre) y que ese dato, casi sin margen de error, coincide con el porcentaje de votos que sacan cada vez los oficialismos en meses electorales.
En la epidermis de la calle en la previa a la elección la cosa era mucho más confusa. ¿Qué va a pasar? era la pregunta que se les hacía a quienes supuestamente manejan datos a los que el común de los mortales no tiene acceso. Al mendocino de a pie le parecía que el gobierno podía ganar ajustadamente o recibir una paliza histórica. Habladurías.
Interpretar sociológicamente lo que realmente pasó llevará hurgar en los números de todo el país barrio por barrio y plantearse conjeturas que lleven a conclusiones más o menos exactas. A priori hay un dato: los candidatos de Milei, solo o con algunos gobernadores aliados, triunfaron en 16 provincias y en 18 de las 24 capitales de provincia.
Así, podría resumirse en que tuvo el respaldo en las urnas de la clase media urbana. Incluso, en varios de esos lugares, el caudal de votos superó el índice de imagen positiva que el presidente de la Nación tiene entre sus habitantes. Es decir, hasta lo apoyó gente que no coincide con ciertas políticas, modos y conductas de Milei.
¿Habrá influido “el miedo al 27”? Planteado como hipótesis no suena descabellado. El temor a que el lunes “todo estallara” puede haber sido una motivación importante. Sobre todo, después de dos meses de un verdadero bombardeo político que incluyó supuestos escándalos de corrupción de figuras muy relevantes del Gobierno, una seguidilla de derrotas parlamentarias a manos de la oposición en temas de fuerte sensibilidad social, aparentes vínculos con el narcotráfico del principal candidato en un distrito electoral clave, turbulencias económicas que requirieron de un nunca explicado “acuerdo” y salvataje directo del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
El coctel preanunciaba que una eventual derrota el domingo 26 pondría en riesgo la propia supervivencia del gobierno nacional y haría desbarrancar aún más la economía de las familias. ¿Fue un “voto miedo”, entonces? ¿La sociedad actuó en defensa propia? ¿Influyó el recuerdo de similares peripecias de gobiernos anteriores? De momento, una porción superior a 40% de la población argentina decidió extender el crédito a una gestión que todavía no cumple dos años. Sería un error leerlo como un cheque en blanco.
Se abre una incógnita, entonces. ¿Podrá el presidente Milei cambiar aquellas formas y procedimientos que lo llevaron a dilapidar en pocos meses el respaldo de fuerzas políticas que lo sustentaron en leyes centrales para su gestión?
La primera señal fue positiva. En medio de la euforia, el discurso de la noche de la victoria fue inusualmente medido y casi ecuménico. Muy lejos del “modo Movistar Arena” donde rugió temas del rock argentino con el coro de los fieles del núcleo duro libertario que, según analistas, le ayudó a despertar la mística que terminó con la remontada electoral.
El primer hecho concreto fue la reunión que mantuvo este jueves con gobernadores aliados y otros dialoguistas, los mandatarios de aquel Pacto de Mayo que aparecía malherido y se pretende resucitar. Serán fundamentales para poder aprobar, por primera vez en su gestión, el Presupuesto 2026, todavía con un Congreso adverso.
Más aún para avanzar en las llamadas “reformas de segunda generación” empezando por la laboral y la impositiva que, se sabe, se tratarán en sesiones extraordinarias durante el próximo verano ya con una conformación más equilibrada del parlamento.
También hubo un gesto mínimo: tres días después de las elecciones el Gobierno dispuso un aumento de entre 29,7% y 35,4% para el nomenclador de prestaciones para personas con discapacidad que se hará en tres tramos hasta diciembre. Por debajo de lo que dispone la ley de Emergencia, pero por arriba de la inflación proyectada para este año. ¿Será un síntoma de que se corregirán algunas de esas políticas señaladas como “crueles”?
Como desde el primer día del experimento libertario estamos en territorio desconocido. El reclamo más recurrente es que el presidente abandone la soberbia, el insulto, la descalificación. Para muchos, esto equivaldría a que deje de ser Milei. Lo consideran imposible ya que ese carisma ha sido central en su escalada desde la silla de panelista al sillón de Rivadavia y la tapa del Wall Street Journal.
¿Podrá el presidente Milei ganarle al personaje Milei? Esa es la cuestión.
* El autor es periodista. [email protected]