La histeria del fútbol y los platos rotos que siempre pagan los mismos

Está claro que en los clubes nadie trabaja para perder. Pero cuando sucede los culpables terminan siendo los entrenadores, aunque la responsabilidad sea conjunta y los “invisibles” resulten ilesos.

Ibarra sacó el 62% de los puntos en 36 partidos y ganó dos títulos como DT de Boca, pero lo echaron. / archivo
Ibarra sacó el 62% de los puntos en 36 partidos y ganó dos títulos como DT de Boca, pero lo echaron. / archivo

La dinámica se instaló hace décadas en el fútbol argentino, sin distinción de categorías y como receta mágica: si el equipo no va bien o no termina de convencer, chau DT. Afuera. Gracias por todo y asunto “solucionado”. En tiempos cortos echan por malos a quienes habían traído por buenos. Algunos dirigentes los despiden así sin más. Otros optan por insertar en los medios los famosos “dejó de ser el DT” y “fue de común acuerdo” para suavizar la interrupción de un proceso de trabajo que, constantemente, resiste un puñado de fechas.

Sabido es que el vertiginoso ritmo de los torneos, las presiones por obtener resultados ahora mismo y la impaciencia del hincha terminan por eyectar del banco de suplentes a los entrenadores y sus cuerpos técnicos. Tarde o temprano sucede. Lo que lleva a preguntarnos si realmente se respetan los acuerdos y si el despido del adiestrador es la verdadera solución al conflicto. Comúnmente, no. El tema es más profundo de lo que se le exhibe al socio.

De ningún modo esto pretende ser una defensa férrea y absoluta de la labor del DT, que también se equivoca y buena parte de la responsabilidad le cabe en los fracasos deportivos. Lo que se intenta aquí es demostrar que no es el único “malo de la película”.

Ser director técnico en la Argentina (y en buena parte del mundo) supone un trabajo de riesgo. Cada vez duran menos en el asiento que está del otro lado de la línea de cal. ¿El flojo andar de un determinado club responde exclusivamente a las decisiones técnicas y tácticas o el problema radica, además, en otro lugar? Contrataciones desacertadas de jugadores (y entrenadores) por parte de las dirigencias aparecen como un posible argumento a la hora de buscar respuestas.

¿Acaso alguien sanciona o pide explicaciones públicas a quien trajo a tal o cual DT? ¿El hincha interpela la contratación de aquellos futbolistas que el cuerpo técnico no había pedido y que no rindieron como se esperaba?

Ibarra, ahora ex DT de Boca Juniors. (Archivo).
Ibarra, ahora ex DT de Boca Juniors. (Archivo).

Claro está que todos quieren lo mejor puertas adentro de una institución deportiva. Todos buscan, a su manera, el éxito de los colores amados. Nadie trabaja para perder. Pero cuando las cosas se ponen bravas siempre pagan los mismos, aunque la responsabilidad sea conjunta y los “invisibles” resulten ilesos.

El reciente caso de Hugo Ibarra en Boca Juniors es un claro ejemplo de lo que persigue esta columna de opinión. El formoseño ganó dos títulos nacionales con el 62% de efectividad a lo largo de 36 partidos como DT. Nada mal para los tiempos que corren. Pero su Boca no convenció desde el funcionamiento colectivo. Chau Ibarra, le dijo el vicepresidente Juan Román Riquelme. Y asunto ¿arreglado?

Con Boca como ejemplo coyuntural de lo que en realidad sucede en todos lados, vale remarcar que Román, ídolo intocable del hincha, ya echó a tres entrenadores que él mismo había elegido: Miguel Ángel Russo, Sebastián Battaglia y el mencionado Ibarra. En ninguno de los casos se apostó a un proyecto a mediano o largo plazo.

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En los clubes de fútbol de la Argentina, la tierra de los campeones del mundo, lejos están de llevar adelante los objetivos que se habían planteado en la mesa de negociación. Los resultados mandan, sí o sí. Si jugás mal, pero ganás, todo bien. Vamos viendo. Si jugás bien, pero no ganás, afuera. Ni hablar si el equipo juega mal y no gana, escenario lapidario. En cualquier caso, siempre pagan los mismos.

Es hora de replantearse el reparto de culpas y responsabilidades. Porque así como el dirigente deja la vida por el club, no pocas veces es quien cerró la llegada de determinados deportistas que no funcionaron. Pero paga el DT. El futbolista, que siempre entrena para ganar, también falla. Pero paga el DT.

Si hasta resulta extraño pensar que Marcelo Gallardo duró 8 años y medio como DT de River Plate, con lágrimas y sonrisas. O que Pablo Vicó comanda los destinos del humilde Brown de Adrogué desde hace más de una década. Dos rarezas en un fútbol urgente que no sabe de tiempos de espera.

Riquelme echó a Ibarra, quien se despide con el 62% de efectividad.
Riquelme echó a Ibarra, quien se despide con el 62% de efectividad.

Nadie en su sano juicio puede pretender que un equipo funcione desde el juego y que encima obtenga resultados favorables con poco tiempo de trabajo. Llamativamente, a eso se apunta como fórmula excluyente. Contrato al DT por años, pero ahí está la puerta de salida si pierde tres partidos seguidos. En un grupo que integran 30 personas o más, siempre pagan los mismos.

En Mendoza, por ejemplo, está el caso Godoy Cruz. Cuesta hacer memoria y dar con ese entrenador que duró más de un año en el cargo. Cuesta mucho porque durante los últimos años ninguno lo logró. El resultadismo en su máxima expresión, más allá de los nombres propios.

Marcelo Saralegui expulsado de Colón, Alexander Medina de Vélez Sarsfield y la cuenta podría seguir en cuanto lo sucedido en los primeros meses de este 2023.

Párrafo aparte para la escasa empatía entre colegas. No se escucha, al menos en los medios de comunicación y redes sociales, al conjunto de los entrenadores argentinos repudiar la permanente situación. Demasiado silencio a pesar de que cada fecha se come a uno de ellos. ¿Por qué será?

Apostar a los procesos largos pareciera ser el ideal de cualquier institución que pretenda sentar bases, definir un estilo y dejar huella, pero no sucede. Porque la histeria resultadista de nuestro fútbol no lo soporta.

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