Mi hijo de 13 años sale unos minutos antes que yo de la escuela. Camina rápido y lo pierdo de vista. Al salir del colegio, un veinteañero con bermudas y buzo con capucha montado en un skate por la calle lleva en sus manos un celular con la misma funda que el de mi hijo. Corro desesperada a su encuentro y confirmo el robo. Sólo lo había empujado. Por suerte, no le había hecho daño. Justo en la esquina había unos policías, pero me dijeron que no podían hacer nada, que fuera al Destacamento a unas pocas cuadras.
En medio de la angustia, me desperté. Fue sólo un sueño. Pensé que las ansiedades, temores y expectativas ante la nueva etapa se habían manifestado en esta pesadilla.
Cuando aún estaba fresco el estupor del sueño, tuvimos la primera reunión de padres en la escuela.
"Que los alumnos vengan a Educacion Física con las zapatillas de lona más comunes que encuentren... Si traen celular para estar comunicados con sus familias, que sea ese modelo viejito que sólo sirve para mensajes y llamadas... Cuando se bajen del colectivo, vengan directamente a la escuela; no se queden en los quioscos; hay gente que puede estar observándolos...", dijo la directora en un tono amable, pero serio.
Y las argumentaciones no tardaron en ganar espacio: "¿Saben qué pasa? Les roban. Y llegan o se vuelven a la escuela, porque eso es lo que tienen que hacer: no salgan corriendo a otro lado; vuelvan a la escuela, que aquí los vamos a contener y a llamar a sus familias... Es muy triste ver cómo llegan esos chicos sin zapatillas, lastimados o mojados porque terminaron tirados en la acequia, angustiados porque les sacaron el celular en la parada de colectivos", señaló la directora ante un auditorio repleto de padres en absoluto silencio.
Pensé que había usado esos discursos tipo terapia de shock hasta que hablé con otros padres de ésa y de otras escuelas.
"A mi hijo le indicamos cuál es la mejor calle para volverse caminando. Pero aun así, el año pasado, cuando iba justo por la vereda de enfrente al destacamento policial, sintió que alguien se acercaba. Por suerte, hizo como tantas veces le explicamos: siguió caminando como si nada. Cuando el muchacho le pidió el celular, se lo dio, pero se lo devolvió porque era un modelo viejo", contó la mamá de un adolescente de 14 años que mide más de 1,90 y va a una secundaria de Godoy Cruz.
Las experiencias son infinitas; muchos ni se gastan en hacer denuncias. Por eso, no se verán reflejadas en las estadísticas oficiales de inseguridad.
Los casos pasan de boca en boca. La idea es que los estudiantes tomen los recaudos necesarios para que no les hagan daño y el momento sea lo menos traumático posible.
"Vayan en grupo cuando se trasladen del predio de Educación Física hasta la escuela, y viceversa. No se separen", es otra de las recomendaciones.
Pero parece que eso tampoco es suficiente. Basta recordar que esta semana que pasó asaltaron a 14 chicos a la salida de dos escuelas maipucinas, entre las 18.45 y las 19, en las inmediaciones del parque Metropolitano. Estos sí radicaron las denuncias.
Una de las directoras contó que los alumnos iban caminando hacia el este. "Yo no los vi, pero volvieron tres y me dijeron que les habían sacado los celulares, que los ladrones pasaron por la puerta de la escuela y que se fueron... Al llegar la Policía, nos informan que se habían robado 14 celulares en ese instante", precisó una de las autoridades escolares a diariosomos.com.ar, a la vez que agregó que en la semana de apoyo a un estudiante además del celular, le robaron las zapatillas.